sábado, 31 de marzo de 2012

El caminito hacia la estación

Huellas que no se borran. Dedicada al vecino Félix Dragone

La entrada databa de cuando la hacienda en pie viajaba en vagones jaulas, por eso había corrales en lo que hoy es el Parque Central de Ezeiza. Entonces se olía a bosta, hoy se huelen otras hierbas procesadas por humanos. Y por que las vacas eran gordas y muchas, la puerta era grande, era una tranquera. Ahí nomás los molinetes permitían el paso de la gente y un piso enrejado con vías impedía pasar las pezuñas del ganado que anduviera con ganas de escaparse.
Lo que durante mucho tiempo se viviera como un camino de las cabras tenia su entrada puntiaguda por la tranquera del campo del ferrocarril, cuando la calle Lavalle desembocaba en República. Decimos puntiaguda porque las piedras que lo adoquinaban eran de las que se ponen entre los rieles que sujetan las vías y pinchaban las suelas de los calzados de lo lindo. Con una mano en el corazón: ¿quién no compró terreno en ese sendero?. Siempre fue comodísimo en su incomodidad para acceder a la estación de trenes de Ezeiza. A fuer de carpido por tanto paso de gente, se disolvía en barro cuando llovía, entonces, más o menos felices, patinábamos. La primer curva era a la altura de la morera (hoy la pobre es un banquito) y la segunda rectita final la tomábamos a la derecha, a la altura del ombú, que hoy esta duplicado.
Hoy República es Presidente Perón, para dar el gusto de desorientar a los empleados que entregan correspondencia. Hasta la altura de las casas han cambiado. Al camino trillado por los viajeros rumbo al tren, el pasado 8 de diciembre, lo bautizaron sin ser bebé y le pusieron de nombre Pasaje de la Virgen, bendiciendo la voluntad de los vecinos que siempre lo incluyen en su itinerario para llegar a la estación más rápido. No ha habido empresa privatizadora del ferrocarril que no haya querido domesticar a la vecindad, pero siempre han sido derrotadas: levantando la pata, reboleando el bolso, trastabillando, embarrándose, resbalándose, colgándose de los alambres, agarrándose como sea, haciendo sietes a las pilchas, los vecinos seguimos transitando por los huecos que abre la constancia de la costumbre: si no es un alambre cortado, es un hueco abierto… al progreso civilizado. Quieren enseñarnos como conducirnos pero no aprendemos. Ante tanto empeño, seria bueno que las autoridades correspondientes tomaran nota y ejemplo de los japoneses: ellos diseñan sus paseos públicos teniendo en cuenta los senderos que usa previamente la gente que transita habitualmente por ese lugar. No tratan de imponer un uso sin contemplar la necesidad de las personas. Algo de eso se tuvo en cuenta en los nuevos caminitos de la plaza Belgrano. Y ya que hablamos de la vieja plaza, que fue construída por los vecinos en la década de 1950, los vecinos nucleados en la Asociación Amigos de Ezeiza. Como la memoria nos conmueve y la fuerza de los ejemplos que nos brinda la historia es nuestro incentivo, aún estamos esperando ilusionados aunque sea el blanqueo del busto del creador de la Bandera, el 20 de junio pasó sin pena ni gloria por allí. Lo mismo para el Santo de la Espada que no tuvo ni su 17 de agosto. Se aprovechan de su santidad. Eso sí: no los vemos tomando una cerveza, preferimos imaginarlos haciendo trote en la pista de la salud cada mañana tempranito.

Por: Lic.Patricia Faure.

jueves, 29 de marzo de 2012

Ezeiza y sus mujeres

En la toponimia local tenemos unos cuantos barrios con nombre de mujer: Santa Marta, La Celia, Villa Guillermina… Eso sí, las ciudades tienen nombre de hombre: José, George, Carlos, Tristán… Entonces aprovechemos el día para poner en la conversación a algunas muchachas. La historia y la geografía son femeninas.

Nomolvides
Doña Josefa Guevara de Acosta y Virginia Acosta no pudieron eludir su destino de herederas. Como un abordaje la historia se explica desde el uso y la propiedad de la tierra, ellas legalmente así lo fueron, abuela y nieta, de buena parte de los terrenos que hoy constituyen el distrito Ezeiza. Josefa llegó a figurar en alguna mensura y ocupó su espacio en la cartografía identificatoria. Tuvo la suerte de no ser solamente la viuda de o la testamentaria de. A Virginia no le fue así, su esposo Tristán Suárez sí se sacó la lotería casándose con ella. Sino fíjense quién sabe de ella y quién sabe de él, a pesar de los grandes desvelos que se realizan desde el Museo local para reivindicar su memoria. Sólo conocemos de ella que tuvo dos hermanas que fallecieron en las epidemias de fiebre amarilla de mediados del siglo XIX y que su cara se ve muy triste en las fotos. Su mamá, Virginia Claros, enfrentó unos cuantos desvelos hasta sanear y ordenar legalmente lo que fue su herencia.

Vacas en topless

Refiriéndose a una señora que vivió desde fines del siglo XIX en zona rural, dedicada toda su familia a la ganadería lechera donde el actual aeropuerto, Nélida Garayar de Azcoitía recordaba: Mi abuela María Martina Ormat de De Vicondoa era muy coqueta, se iba a pasear a la Capital, tenía peluca. Salía así nomás vestidita porque el marido no quería que saliera: que esto, que lo otro, ¡era terrible! y las amistades de ella eran la familia Goñi. Y el cochero la llevaba allí y ahí se empilchaba, se arreglaba y se iba a la Capital a pasar el día… y cuando llegaba la noche, de vuelta iba ahí (a la casa de la familia cómplice), se sacaba las ropitas y se ponía las que había llevado del campo y el cochero la llevaba y se presentaba con esas ropitas de vuelta.
Delia y Josefa Goñi recordaban sobre la misma buena vecina, a la que le decían “la de los sombreros”, corroborando con su accesorio el toque característico de la elegancia y el recato: Todos los domingos estaba acá. Si mamá tenía familia ya estaba acá, venía con una yunta de gallinas para que tomara el caldo (risas). Antes se le adjudicaba la capacidad de incrementar la cantidad de leche a las madres.

Bendita tú eres

Nos gusta tender puentes y continuidades entre el ayer y el hoy. Sin desmerecer a nadie…¿Qué sería la biblioteca de Spegazzini sin América? ¿Qué seria la Cámara de Comercio de Ezeiza sin Paola? ¿Qué sería el Museo de Tristán Suárez sin Claudia? ¿Qué sería la escuela 9 de Canning sin Martha? ¿Qué sería la biblioteca Sarmiento sin Ilbia y Marta? ¿Que sería de Acento Poético sin María Inés? ¿Qué sería de los perritos sin Blanca? ¿Qué sería del homenaje a los que nos precedieron sin Ana?¿Qué sería de las mascotas del barrio sin Negrita?. Hasta las podemos nombrar sin apellido porque no hace falta para reconocerlas en su valentía y perseverancia cotidiana, porque se las identifica por su honesta labor. Nuestro reconocimiento a las mujeres que en actitud equivalente construyeron y construyen la diferencia en las distintas localidades y barrios adonde llega esta publicación.

Por Lic. Patricia Faure