Don Guillermo Mac Clymont fue un hombre inquieto y
visionario, no le temió a lo alejado de Lau Lauquen. Tenía
frente a su vista una tierra de pajonales que sirven de asilo a los
animales que pueblan el desierto; por leguas, solo alteran el paisaje uniforme
las pajas bravas, cortaderas y pajas coloradas. Los duros tallos de estas
servirían para construir las paredes de algún futuro rancho, con el simple
recurso de yuxtaponerlas en tallos atados a tirantillos de madera.
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| Actual Museo La Campana, Fue propiedad de la familia Mac Clymont |
Habían sido
tiempos oportunos para comprarles tierras al gobierno. Por ello, a fines de
1877 compró un campo en Necochea ubicado frente al arroyo "Pescado
Castigado", dentro de la jurisdicción del Departamento del Sud (Dolores).
La Ley 947 (1878) había ofrecido a la venta 60 millones de hectáreas para
generar medios económicos para la Campaña de Exterminio Indígena, ofreciendo a
los adquirentes el precio de 16 centavos oro la hectárea. El Banco Provincia
ofrecía en tanto, un crédito de 7 años para pagarlas.
La derrota
de Calfucurá en 1872 y su muerte al siguiente año, comenzó a facilitar la
expansión sobre las tierras indígenas. Se extendió el ferrocarril hasta Azul y
la frontera se expandió hacia Carhué, Guaminí, Puan y Trenque Lauquen. Las
tierras de Trenque Lauquen pudieron venderse a 8 pesos oro para 1888.
Continuando
con nuestra historia, marchaba Don Guillermo arriando un poco más de un
centenar de caballos y cruzándose con fugitivos avestruces. En los lugares un
poco más altos, el suelo estaba minado por los tucutucus, especie de rata
grande sin cola, que vive en inmenso número en aquellas vastas soledades y que
desaparece grandemente a medida que el terreno cambia de vegetación por la
presencia de los pobladores y el aumento de los ganados.
Cuatro
leguas antes de llegar a sus campos, comenzó a encontrarse con su trágico
destino. Quizás lo que Guillermo sentía, en el
preciso instante en que moría, podemos intuirlo en el "Poema
conjetural" de Jorge Luis Borges, quien escribió lo siguiente, pensando en
el Dr. Francisco Laprida: “Pisan mis pies la sombra de las lanzas/Que me
buscan. Las befas de mi muerte,/Los jinetes, las crines, los caballos,/Se
ciernen sobre mi ... Ya el primer golpe,/Ya el duro hierro que me raja el
pecho,/El íntimo cuchillo en la garganta”,

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