El 6 de septiembre de 1964 desde el aeródromo “Siro Comi” de Monte Grande, partía Miguel Lawier FitzGerald en un vuelo que entró a la Historia por convertirse en el primer argentino que aterrizó en nuestras Islas Malvinas. De la nota que le hicieramos oportunamente, extraemos lo siguiente:
En la década del '60, el tema Malvinas se conversaba en los hangares. Era una fantasía recurrente la de ir y plantar la bandera, …yo decidí realizarlo. Don Siro Comi, propietario del aeródromo de Monte Grande, me prestó un Cessna y cuando tuve el proyecto listo fui a verlo al director del diario La Razón para que me diera la cobertura necesaria para evitar represalias, pero no le interesó. Si me dio todo su apoyo e incluso insistió en cubrir los gastos con la condición de que acompañara un fotógrafo, fue un joven periodista en esos tiempos; Héctor Ricardo García, del recién salido diario Crónica.
Partí con la complicidad de un comandante de Austral y de la autoridad de aeronáutica de Río Gallegos, y tras 3 hs. 15” avisté las islas. Aterrice en una pista de cuadreras y sin apagar el motor baje a fijar el asta con la bandera argentina en un alambrado. Cuando regresaba al avión me encontré con 4 o 5 gringos que me preguntaban si necesita combustible para regresar, daban por sentado que yo me había extraviado. Aproveche para darle la carpeta con la proclama para el gobernador y enseguida emprendí el regreso; habré estado unos 10 ó 15 minutos. Como había avisado por radio, me esperaban muchos periodistas que casualmente estaban cubriendo un conflicto entre el gobernador y la legislatura, entre ellos estaba el fotógrafo de Crónica. Al llegar, me labraron un acta por volar sin Plan de vuelo, pero el presidente H. Illia ordenó que se dejara sin efecto. Con título catástrofe, Crónica titulo: “Malvinas, hoy fueron ocupadas”, agotándose la tirada y dejando sin ventas a La Razón.
Don Miguel fue aviador profesional hasta los 68 años y en su record figura el vuelo sin escala desde N. York a Bs. As. y desde Alaska a Tokio, habiendo regresado en otro vuelo a las Malvinas en un avión de Crónica teniendo a su director como pasajero. Este hijo de irlandeses, que hoy cuenta casi 83 años, fue el primer argentino en aterrizar en las Islas Malvinas y clavar allí nuestra enseña patria un 8/09/1964, el día en que cumplía 38 años. No pudo sacar fotos de aquella hazaña que trató de ser capitalizada oportunamente por radicales y nacionalistas del grupo Tacuara.
Nos dejó una frase: “La Patria debe merecerse".
Haciendo nuestro aquello de que: "La Historia es ancha y ajena", aportamos buscando mejores comprensiones de nuestro presente.
domingo, 26 de julio de 2009
miércoles, 15 de julio de 2009
Vecinos ingleses
Thompson es el nombre de una calle de Tristán Suárez y de otra en Carlos Spegazzini, recuerda a un vecino de origen inglés, hombre instruído que colaboró en la realización del Censo Nacional de Población de 1869. Su nombre era Juan y se casó con Catalina Hanley que también sabía leer y escribir. Sus campos lindaban con los de un vecino cuyo apellido aún sigue presente en el padrón del distrito Ezeiza, se trata de Rosario Carrizo. En las actas municipales del partido de San Vicente repetidamente se menciona su accionar vecinal, ya participando como Juez de Paz, como empadronador antes de las elecciones, como impulsor de la construcción del puente sobre el arroyo Alegre o del abovedado del camino que conduce a la estación de trenes de Tristán Suárez. Para darnos alguna idea de su estilo de vida tal vez nos sirva de ejemplo lo que queda del casco de la casa de un miembro de su familia: Los Retamos, estancia de Juan Rowe, que perteneciera a Susana Thompson y Brocksopp aún se yergue en el medio de un montecito al costado de las vías pegado a la fábrica Estrada.
A Eduardo Spraggon los papás se le murieron durante una de las epidemias de cólera y los hermanos mayores lo enviaron a completar sus estudios a Gran Bretaña. Volvió al país y fue socio de Guillermo Parish Robertson, hijo, en un aserradero asentado en Santiago del Estero que proveía de durmientes a los ferrocarriles en construcción. Posteriormente se orientó con su hermano Enrique hacia las actividades rurales y se radicó en la zona lindante con la localidad Máximo Paz actual. Se casó con Teofana M. Bonnel, oriunda de Chivilcoy.
A los Thompson y a Spraggon los une el lugar donde habitaron: la zona que hoy ocupa la localidad de Carlos Spegazzini y el siglo XIX , que fue durante el cual se desarrolló su existencia por tener garantizada en nuestro país una realidad económica ajustada hacia los intereses del liberalismo inglés.
Por: Lic. Patricia Celia Faure
A Eduardo Spraggon los papás se le murieron durante una de las epidemias de cólera y los hermanos mayores lo enviaron a completar sus estudios a Gran Bretaña. Volvió al país y fue socio de Guillermo Parish Robertson, hijo, en un aserradero asentado en Santiago del Estero que proveía de durmientes a los ferrocarriles en construcción. Posteriormente se orientó con su hermano Enrique hacia las actividades rurales y se radicó en la zona lindante con la localidad Máximo Paz actual. Se casó con Teofana M. Bonnel, oriunda de Chivilcoy.
A los Thompson y a Spraggon los une el lugar donde habitaron: la zona que hoy ocupa la localidad de Carlos Spegazzini y el siglo XIX , que fue durante el cual se desarrolló su existencia por tener garantizada en nuestro país una realidad económica ajustada hacia los intereses del liberalismo inglés.
Por: Lic. Patricia Celia Faure
jueves, 9 de julio de 2009
Sábado 8 de julio de 1961
Durante la semana todo había sido risitas, inquietudes, nervios. Se aproximaba el día en el que trabajo de los ensayos, se mostrarían al público. Las madres habían colaborado adornando el Salón Parroquial, en donde la fiesta se realizaría. Se iba a festejar, anticipándose en un día, el cumpleaños de la Patria. Aquel sábado 8 de julio de 1961, el programa anunciaba que el “Gran Festival Artístico – Patriótico”, tenía como fin recaudar fondos pro pintura y arreglo del templo parroquial de Ezeiza.
A las 16 hs. comenzó la fiesta en donde los protagonistas eran los precoces artistas de la Guardería Infantil Manuel Belgrano, inaugurada el anterior año. La primera parte del programa estuvo a cargo de Miriam Mariani, Ana M. Pachano, Antonio Grojup, Ismael Aisana, Rodolfo Pereyra, Mónica Iturri, Hugo Venítez, Carlos Rodríguez, Luisa Pérez, Margarita Musto, y Héctor Díaz. Los nombrados compusieron un cuadro alegórico con cantos y poesías.
Los bailables no tardaron en llegar y con un gato, recitado incluido, se lucieron Juan Carlos Orue y Cristina Antonio. El alegre carnavalito estuvo a cargo de Carlos Ávila, M. del Carmen Mazola, Ricardo Magrassi, Dina Coronel, Elena Delaison, Mario Venitez, Lidia Bettiga, Silvestre Prediguer, Ethel Aguirre, Ana Gut, Liliana Barbieri, Rodolfo Barroso, Alejandro Traverso, Carlos Guarda, Nora Shafer, y Daniel Filloy. La influencia de la cultura de los inmigrantes italianos nos regaló una tarantela bailada por Silvia Freire, Ester Guarna, Mónica E. Dirisio, M. de los Ángeles Caffete, Lucía Landaburu, y Graciela Davico. No faltó lo histriónico, que estuvo presente con un diálogo entre María Speranza y María Monzón: “Las dos sordas”; todo bajo la dirección de su maestra, María Josefa González. La nota colorida no podía faltar por lo que cuando comenzó a sonar La Condición, el niño Miguel Ángel Ramirez sufrió pánico escénico y canceló su presentación ante la desesperación de sus familiares y de su compañero Guillermo Wallace, quien debió bailar él solo con las dos damas.
El ballet de la profesora Nélida Lassalle interpretó danzas americanas y también, no podían faltar, bailes clásicos españoles. El valor de la entrada, sólo 15 pesos para los mayores y 5 pesos para los menores, auspiciado por la Proveeduría Anali, de Jesús Elías. Toda una fiesta de la comunidad ezeicense.
Juan Carlos Ramirez.
A las 16 hs. comenzó la fiesta en donde los protagonistas eran los precoces artistas de la Guardería Infantil Manuel Belgrano, inaugurada el anterior año. La primera parte del programa estuvo a cargo de Miriam Mariani, Ana M. Pachano, Antonio Grojup, Ismael Aisana, Rodolfo Pereyra, Mónica Iturri, Hugo Venítez, Carlos Rodríguez, Luisa Pérez, Margarita Musto, y Héctor Díaz. Los nombrados compusieron un cuadro alegórico con cantos y poesías.
Los bailables no tardaron en llegar y con un gato, recitado incluido, se lucieron Juan Carlos Orue y Cristina Antonio. El alegre carnavalito estuvo a cargo de Carlos Ávila, M. del Carmen Mazola, Ricardo Magrassi, Dina Coronel, Elena Delaison, Mario Venitez, Lidia Bettiga, Silvestre Prediguer, Ethel Aguirre, Ana Gut, Liliana Barbieri, Rodolfo Barroso, Alejandro Traverso, Carlos Guarda, Nora Shafer, y Daniel Filloy. La influencia de la cultura de los inmigrantes italianos nos regaló una tarantela bailada por Silvia Freire, Ester Guarna, Mónica E. Dirisio, M. de los Ángeles Caffete, Lucía Landaburu, y Graciela Davico. No faltó lo histriónico, que estuvo presente con un diálogo entre María Speranza y María Monzón: “Las dos sordas”; todo bajo la dirección de su maestra, María Josefa González. La nota colorida no podía faltar por lo que cuando comenzó a sonar La Condición, el niño Miguel Ángel Ramirez sufrió pánico escénico y canceló su presentación ante la desesperación de sus familiares y de su compañero Guillermo Wallace, quien debió bailar él solo con las dos damas.
El ballet de la profesora Nélida Lassalle interpretó danzas americanas y también, no podían faltar, bailes clásicos españoles. El valor de la entrada, sólo 15 pesos para los mayores y 5 pesos para los menores, auspiciado por la Proveeduría Anali, de Jesús Elías. Toda una fiesta de la comunidad ezeicense.
Juan Carlos Ramirez.
miércoles, 8 de julio de 2009
Comentarios
Espero que no le importe que los hayamos publicados en nuestro blog, si tuviera algún inconveniente nos lo comunican y los retiramos.
Saludos desde Higuera de Albalat, Cáceres España
PD.
Desde este pueblecito de Cáceres, España, emigraron algunas personas a la Argentina, concretamente a Labulaye, provincia de Cordoba, donde trabajaron en el ferrocarril. y aquí se les pierde la pìsta. Quizás por este motivo uno de mis viajes será a Argentina, lo que no se es cuándo.
Unamasuno
Saludos desde Higuera de Albalat, Cáceres España
PD.
Desde este pueblecito de Cáceres, España, emigraron algunas personas a la Argentina, concretamente a Labulaye, provincia de Cordoba, donde trabajaron en el ferrocarril. y aquí se les pierde la pìsta. Quizás por este motivo uno de mis viajes será a Argentina, lo que no se es cuándo.
Unamasuno
sábado, 4 de julio de 2009
Saludos por el Dia del Historiador
Desde el Instituto de Estudios Históricos de San Fernando de Buena Vista les deseamos muy feliz "Día del Historiador" hoy 1 de julio.
María Rosa Costa de Arguibel de Donadío
María Rosa Costa de Arguibel de Donadío
La Federación saluda a todos los historiadores en su día.
Federación de Entidades de Estudios Históricas de la Provincia de Buenos AiresEn el día del Historiador, reciba mi más sincero saludo por sus excelentes trabajos de investigación que comparte con quienes amamos la historia.
Miriam Orlando
En nombre de quienes integramos la Junta de Estudios Históricos del Distrito Ezeiza, les retribuimos las salutaciones y les decimos muchas gracias por considerarnos.
Juan Carlos Ramirez
En nombre de quienes integramos la Junta de Estudios Históricos del Distrito Ezeiza, les retribuimos las salutaciones y les decimos muchas gracias por considerarnos.
Juan Carlos Ramirez
Motormen
Don Mario Delio Balma, porteño radicado en Ezeiza desde 1956, fue 'motorman' de tranvías. Publicamos este reportaje en su Memoria.
La Junta: Cómo se relacionó con el mundo de los tranvías
Don Mario: Yo trabajaba de sereno en un lavadero de lanas de Avellaneda cuando por ser amigo de los delegados, me quede sin trabajo. Un capataz me orientó y fui directamente a pedir empleo en las oficinas que la Compañía Transporte Buenos Aires, tenía sobre la Avenida Rivadavia. Enseguida me mandaron a revisación médica y empece a trabajar un 22 de diciembre de 1946. La empresa, que era inglesa, tenía varios ramales. El 12 iba a chacarita, el 11 a Recoleta y el 25 al Mercado de Abasto, todos salían desde La Boca. También estaba el 24, que corría entre Piñeiro y Tigre. La guarda de los tranvías se hacían en los galpones de Casa Amarilla, en La Boca.
L. J.: Ud. ¿Ya sabía conducir tranvías?
DM.: No, no era necesario tener experiencia. Los nuevos empezábamos como guardas, así que me mandaron con uno para practicar. Estuve una semana cortando boletos, aprendiendo. Luego me enviaron sólo. La empresa nos daba el Certificado autorizando el manejo ya sellado por la Policía, por si había un accidente. Para la época de los trolebuses, el Certificado de Idoneidad lo daba la Dirección Nacional de Transporte.
L. J.: Cómo hacía la gente para parar un tranvía
DM.: Las paradas estaban cada dos cuadras. Los que viajaban, tiraban de una cuerda que estaba por encima de las cabezas y eso hacía sonar una campanilla. De esta manera, el motorman sabía que querían bajar. Con los guardas teníamos un código donde un toque significaba que un pasajero quería descender, dos era que podía ir a toda velocidad y tres toques significaba peligro. El freno se regulaba con un sistema que tenía 9 puntos, en donde alcanzaba la velocidad máxima. En caso de que las ruedas patinaran, con unos de los pedales se enviaba arena adelante de las ruedas. No se podía ser nervioso, yo nunca tuve un accidente. Había carros tirados por caballos pero los que entorpecían el tránsito eran los coches y camiones cuando marchaban sobre las vías. A veces había que hacer sonar una campana, que se accionaba con un pedal, para pedirles que se salieran de las vías.
L. J.: Cuándo se cruzaban con otras vías, cuál era el mecanismo.
D.M.: Como había muchos recorridos, siempre había cruces. En ese caso había que bajarse y con una palanca se hacía el cambio de vías. Cuando llegábamos a la terminal y había que invertir la dirección, también había que cambiar la dirección del trole. Este era un mecanismo que transportaba energía desde los cables especiales bajo las cuales transitábamos, hasta el motor. Los tranvías tenían uno solo, los trolebuses en cambio, tenían dos. Cuando se rompía el trole y el tranvía no podía marchar, necesariamente tenían que parar todos.
L.J.: Cómo pasó de guarda a conductor
DM.: En la medida en que se iban jubilando, los demás ascendían o cambiaban de horario de trabajo. Los más expertos trabajaban en el turno mañana, los nuevos por la noche. Al año me hicieron practicar 40 días y luego salí sólo. Pese a que no había tantos vigilantes no habían asaltos. Incluso los muchachos que salían de jarana, respetaban mucho al trabajador. También nosotros teníamos que cuidar al pasajero, había que frenar suave y tenerles respeto, de lo contrario nos suspendían. Trabajábamos con un uniforme, con gorra incluida, que tenía que tener todos los botones prendidos.
Teníamos pasajeros efectivos a los que incluso, les fiábamos el boleto si no tenían dinero. Claro que los abonábamos nosotros de nuestros bolsillos porque si subía el inspector y alguno no tenían su boleto, nos suspendían. Al otro día, nos pagaban. Eran tiempos en que todos se saludaban. A veces, cuando en una parada no estaban los pasajeros que allí tenían que subir, les tocaba la campana para que se apurasen. Los esperaba, en especial si eran las chicas, las obreras. Después tenía que ir más ligero para recuperar el tiempo porque los ingleses eran estrictos con el horario; jamás debíamos adelantarnos, por ejemplo.
L. J.: Si se alcanzaba a escuchar una campana, es seña que Buenos Aires no era tan ruidosa.
D.M.: No, no lo era. Viajar costaba 5 centavos el de IDA y 10 centavos el boleto de IDA y VUELTA. La diferencia era que uno era de papel y el otro era un cartoncito que tenía los días del mes impresos. El guarda perforaba el día que correspondía. No había un abono para todo el mes, los boletos eran diarios. La gente subía por detrás y bajaba por adelante. En las horas picos, la frecuencia no era más de 5 minutos. Viajaban muchos porque había mucho trabajo hacia 1947, cuando Perón era Presidente. La gente iba parada en los pasillos y sí era común que subieran carteristas que bolsiquiaban con los dedos. Andaban de a dos o tres y uno siempre se quedaba al lado del guarda.
Trabaje durante 16 años, de 1946 a 1962. Los tranvías fueron vendidos por la empresa en 1950 y yo pasé a los trolebuses. Trabaje como chofer-guarda en la línea 305, que iba de Lanús a Retiro, y como chofer en la 307, que unía Lanús con Plaza Italia. En los días de niebla, se tenía que ser prudente en las cercanías del Riachuelo. Cuando el puente estaba levantado la energía se cortaba y el tranvía paraba automáticamente. Estas medidas se tomaron luego del accidente donde en el Puente Bosch, se cayó un tranvía al río. Eso fue cuando yo era chico, y tenga en cuenta que nací un 20 de diciembre de 1918.
L. J.: Qué recuerdos tiene del bombardeo de 1955.
D.M.: Yo era recaudador en las oficinas que la empresa tenía en Palermo. Recuerdo que estaban todos muy asustados porque nunca había pasado algo tan sangriento. En las oficinas de Oro y Cerviño había un busto de Eva y cuando cayó Perón, un compañero se lo llevó a su casa porque los opositores rompían todo. Cuando gobernaba Perón, en las manifestaciones la gente incluso se subía a los techos de los tranvías.
L. J.: Cómo se relacionó con Ezeiza
D.M.: Con mi señora, vinimos a visitar a mi cuñada y nos gustó. Compre el lote en 1950 y cuando termine de edificar me mude, en 1956.
L. J.: Ud. Tiene fama de ser un buen repostero.
D.M.: Cuando me retire, me dedique a la cocina y a la jardinería. Trabaje como cocinero en la FIAT, el Instituto Malbran y en Molinos. Yo, casi con ochenta y cinco años, cocino todos los días
L. J.: Es parte del conocimiento popular, que las mujeres se sienten atraídas por los uniformes. Ud. ¿Pudo notarlo?
D.M.: (Eleva la voz como para Desi, su esposa, la escuche). Para nada, jamás me dí cuenta. (Baja el tono y acompañando con un guiño cómplice, continúa). La conocí arriba de un tranvía y todavía viajamos juntos.
Por Juan Carlos Ramirez
La Junta: Cómo se relacionó con el mundo de los tranvías
Don Mario: Yo trabajaba de sereno en un lavadero de lanas de Avellaneda cuando por ser amigo de los delegados, me quede sin trabajo. Un capataz me orientó y fui directamente a pedir empleo en las oficinas que la Compañía Transporte Buenos Aires, tenía sobre la Avenida Rivadavia. Enseguida me mandaron a revisación médica y empece a trabajar un 22 de diciembre de 1946. La empresa, que era inglesa, tenía varios ramales. El 12 iba a chacarita, el 11 a Recoleta y el 25 al Mercado de Abasto, todos salían desde La Boca. También estaba el 24, que corría entre Piñeiro y Tigre. La guarda de los tranvías se hacían en los galpones de Casa Amarilla, en La Boca.
L. J.: Ud. ¿Ya sabía conducir tranvías?
DM.: No, no era necesario tener experiencia. Los nuevos empezábamos como guardas, así que me mandaron con uno para practicar. Estuve una semana cortando boletos, aprendiendo. Luego me enviaron sólo. La empresa nos daba el Certificado autorizando el manejo ya sellado por la Policía, por si había un accidente. Para la época de los trolebuses, el Certificado de Idoneidad lo daba la Dirección Nacional de Transporte.
L. J.: Cómo hacía la gente para parar un tranvía
DM.: Las paradas estaban cada dos cuadras. Los que viajaban, tiraban de una cuerda que estaba por encima de las cabezas y eso hacía sonar una campanilla. De esta manera, el motorman sabía que querían bajar. Con los guardas teníamos un código donde un toque significaba que un pasajero quería descender, dos era que podía ir a toda velocidad y tres toques significaba peligro. El freno se regulaba con un sistema que tenía 9 puntos, en donde alcanzaba la velocidad máxima. En caso de que las ruedas patinaran, con unos de los pedales se enviaba arena adelante de las ruedas. No se podía ser nervioso, yo nunca tuve un accidente. Había carros tirados por caballos pero los que entorpecían el tránsito eran los coches y camiones cuando marchaban sobre las vías. A veces había que hacer sonar una campana, que se accionaba con un pedal, para pedirles que se salieran de las vías.
L. J.: Cuándo se cruzaban con otras vías, cuál era el mecanismo.
D.M.: Como había muchos recorridos, siempre había cruces. En ese caso había que bajarse y con una palanca se hacía el cambio de vías. Cuando llegábamos a la terminal y había que invertir la dirección, también había que cambiar la dirección del trole. Este era un mecanismo que transportaba energía desde los cables especiales bajo las cuales transitábamos, hasta el motor. Los tranvías tenían uno solo, los trolebuses en cambio, tenían dos. Cuando se rompía el trole y el tranvía no podía marchar, necesariamente tenían que parar todos.
L.J.: Cómo pasó de guarda a conductor
DM.: En la medida en que se iban jubilando, los demás ascendían o cambiaban de horario de trabajo. Los más expertos trabajaban en el turno mañana, los nuevos por la noche. Al año me hicieron practicar 40 días y luego salí sólo. Pese a que no había tantos vigilantes no habían asaltos. Incluso los muchachos que salían de jarana, respetaban mucho al trabajador. También nosotros teníamos que cuidar al pasajero, había que frenar suave y tenerles respeto, de lo contrario nos suspendían. Trabajábamos con un uniforme, con gorra incluida, que tenía que tener todos los botones prendidos.
Teníamos pasajeros efectivos a los que incluso, les fiábamos el boleto si no tenían dinero. Claro que los abonábamos nosotros de nuestros bolsillos porque si subía el inspector y alguno no tenían su boleto, nos suspendían. Al otro día, nos pagaban. Eran tiempos en que todos se saludaban. A veces, cuando en una parada no estaban los pasajeros que allí tenían que subir, les tocaba la campana para que se apurasen. Los esperaba, en especial si eran las chicas, las obreras. Después tenía que ir más ligero para recuperar el tiempo porque los ingleses eran estrictos con el horario; jamás debíamos adelantarnos, por ejemplo.
L. J.: Si se alcanzaba a escuchar una campana, es seña que Buenos Aires no era tan ruidosa.
D.M.: No, no lo era. Viajar costaba 5 centavos el de IDA y 10 centavos el boleto de IDA y VUELTA. La diferencia era que uno era de papel y el otro era un cartoncito que tenía los días del mes impresos. El guarda perforaba el día que correspondía. No había un abono para todo el mes, los boletos eran diarios. La gente subía por detrás y bajaba por adelante. En las horas picos, la frecuencia no era más de 5 minutos. Viajaban muchos porque había mucho trabajo hacia 1947, cuando Perón era Presidente. La gente iba parada en los pasillos y sí era común que subieran carteristas que bolsiquiaban con los dedos. Andaban de a dos o tres y uno siempre se quedaba al lado del guarda.
Trabaje durante 16 años, de 1946 a 1962. Los tranvías fueron vendidos por la empresa en 1950 y yo pasé a los trolebuses. Trabaje como chofer-guarda en la línea 305, que iba de Lanús a Retiro, y como chofer en la 307, que unía Lanús con Plaza Italia. En los días de niebla, se tenía que ser prudente en las cercanías del Riachuelo. Cuando el puente estaba levantado la energía se cortaba y el tranvía paraba automáticamente. Estas medidas se tomaron luego del accidente donde en el Puente Bosch, se cayó un tranvía al río. Eso fue cuando yo era chico, y tenga en cuenta que nací un 20 de diciembre de 1918.
L. J.: Qué recuerdos tiene del bombardeo de 1955.
D.M.: Yo era recaudador en las oficinas que la empresa tenía en Palermo. Recuerdo que estaban todos muy asustados porque nunca había pasado algo tan sangriento. En las oficinas de Oro y Cerviño había un busto de Eva y cuando cayó Perón, un compañero se lo llevó a su casa porque los opositores rompían todo. Cuando gobernaba Perón, en las manifestaciones la gente incluso se subía a los techos de los tranvías.
L. J.: Cómo se relacionó con Ezeiza
D.M.: Con mi señora, vinimos a visitar a mi cuñada y nos gustó. Compre el lote en 1950 y cuando termine de edificar me mude, en 1956.
L. J.: Ud. Tiene fama de ser un buen repostero.
D.M.: Cuando me retire, me dedique a la cocina y a la jardinería. Trabaje como cocinero en la FIAT, el Instituto Malbran y en Molinos. Yo, casi con ochenta y cinco años, cocino todos los días
L. J.: Es parte del conocimiento popular, que las mujeres se sienten atraídas por los uniformes. Ud. ¿Pudo notarlo?
D.M.: (Eleva la voz como para Desi, su esposa, la escuche). Para nada, jamás me dí cuenta. (Baja el tono y acompañando con un guiño cómplice, continúa). La conocí arriba de un tranvía y todavía viajamos juntos.
Por Juan Carlos Ramirez
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