Supo existir en nuestro pago, un coche “embrujado”. Nadie quería trabajar en él, rehusaban firmemente a conducirlo e incluso hoy, se niegan a hablar de sus vivencias. Quizás porque aun sienten escalofríos incluso, los más rudos choferes de la “306”.
Foto: 25/07/2013; mérito de Busarg.com.ar
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Aunque algunos se la
ingeniaban para no hacerlo, otros no podían evitar mirarlo cuando iban a tomar
servicio en la madrugada, en el garage de Spegazzini. Ya su pinta no era muy
agraciada; los que dicen que saben hablan de chasis Dimex, mecánica Cummings 97
y carrocería Ayco, datos quizás valiosos para los cazadores de fantasmas, pero
no para los lavadores o mecánicos, los que veían subir inexistentes pasajeros.
Ni que hablar cuando en las frías madrugadas, afirma Niko, cuando las luces se
prendían y apagaban solas; o alguien, tan intangible como incorpóreo, toca el
timbre como pidiendo bajarse. O aparecía aquella joven.
Se cuenta sobre el terrible
accidente que sufriera el “77” en México DF, en donde supo atropellar a una
chica, o quizás varias, no lo sé. Quizás por eso le quitaron la ciudadanía y lo
enviaron a nuestro país, se cree, a la concesionaria Camibús, sobre camino de
cintura en Llavallol. Pero parece ser que no olvido su historia. En algunas
noches calladas en el playón, los limpia parabrisas se ponían a danzar solos,
las puertas abrían y cerraban sin que nadie anduviera cerca (quién se
atrevería). Solía chistar o sólo perdía aire, pero asustaba tanto como cuando
se veía caminar en su pasillo, a esa mujer vestida de novia con resplandeciente
aurea. Para cambiarle la historia le cambiaron el número y pasó a ser el “74”,
pero él no se dio por enterado y siguió haciendo de las suyas.
Los rompedores de mito
intentaron actuar con celeridad. Quien se identificó como Busarg, aún afirma
que el coche llegó “cero kilómetro” y sin accidente alguno; aunque en baja voz
admite que quizás “si atropelló y mató a alguien acá y su alma no se bajó del
coche nunca más” (textualmente expresado, tengo pruebas).
Parado desde antes del 2007,
creo, su pintura se fue volviendo anaranjada. Algún valiente, de tanto muy en
tanto, o algún pirucho desconocedor, lo sacaba para hacer viajes cortos,
escolares o actos políticos. Demás está decir que hasta no hace mucho, la
empresa no había conseguido venderlo a nadie. Hoy su patente ya no figura en la
CNRT, es solo un fantasma del pasado.
Por: Juan Carlos Ramirez
Leiva