Haciendo nuestro aquello de que: "La Historia es ancha y ajena", aportamos buscando mejores comprensiones de nuestro presente.
lunes, 23 de febrero de 2009
Wilfredo dice...
Debo contar que hice los tres primeros grados de la primaria en la Escuela Nº 3, tengo una foto grupal y una con la entonces Srta. Curbelos. Recuerdo a un amigo, Néstor Nakasone, que venía desde la quinta que tenían los padres cerca del Aeropuerto en tractor, ya que el asfalto de French llegaba hasta la esquina de la Escuela.
Las vacas vuelan…. Historia de una identidad
He tenido el gran placer de leer la obra de Patricia Faure “Las vacas vuelan”, una valiosísima recopilación de reportajes y entrevistas realizados por la autora a 73 protagonistas de nuestra historia local. Ellos no son héroes de bronce ni heroínas de novelas, sí son los testigos vivos que nos cuentan sus experiencias de tiempos pasados y a través de sus relatos nos permiten zambullirnos en ese inconsciente colectivo junguiano, en busca del arquetipo ezeizense. O (invocando nuevas disciplinas), buscar nuestro ADN común, o la “memoria celular” que nos lleva a ser lo que hoy somosMe atrevo a recomendar la lectura de este libro ameno y revelador, a todos los habitantes de Ezeiza, y muy especialmente a aquéllos que pretendan “regir el destino” de los seres que aquí moramos. Sabiendo de dónde venimos, podemos darnos cuenta de quiénes somos y decidir también hacia dónde vamos. Tomo aquí el desafío que nos plantea Patricia en la última oración de su magnífica obra. Me motiva el amor por nuestro lugar que comparto con ella y sus entrevistados, y la fe en el futuro promisorio que soñaron quienes nos precedieron.
Propongo una nueva interpretación, que no desmerezca las hipótesis por ella esgrimidas, u otros análisis que puedan plantearse, sino que simplemente sume otra mirada, y que juntos podamos construir esta historia, que es la historia de nuestra identidad: “Según algunos psicólogos, la memoria no consiste solamente en la codificación y el almacenamiento. Es, sobre todo, una actividad social, que pasa por la palabra y que se construye en relación con otros individuos. Los padres enseñan a sus hijos lo que se puede memorizar: de este modo los socializan y al mismo tiempo les transmiten un pasado. De la misma forma, la conmemoración de un acontecimiento familiar o nacional proporciona a los participantes la ocasión de manifestar su pertenencia a un grupo y de recordarlo colectivamente ("La construcción social de la memoria", de Michael Billig y Derek Edwards).
…”Las computadoras tienen memoria, pero según lo que he leído no tienen recuerdos… La memoria social no funciona como una computadora pues no guarda solamente informaciones sino también sensaciones, sonidos, imágenes y sobre todo, significaciones…” (F. Delich). Cierro los ojos y veo pasar ante mí a cada uno de los personajes citados por los entrevistados. Vascos, japoneses, italianos, gallegos, turcos, judíos, alemanes, armenios, argentinos de todas las latitudes: santiagueños, tucumanos, entrerrianos, pampeanos, porteños…. Todos ellos llegaron a estos pagos en busca de su futuro, un futuro mejor, un hogar, trabajo. Y trabajo fue lo que encontraron, y trabajaron duro y parejo, de sol a sol, bajo las inclemencias del tiempo y de los tiempos que les tocaron vivir. Hablan de tambos y quintas, de ferrovías, rutas y aeropuertos, casas, escuelas y hospital, todos ellos fruto del trabajo y la fe de estos pioneros. Y las Escuelas, y las Maestras, eje indiscutido y respetado del futuro de sus hijos. Cuentan del sacrificio diario para concurrir a la escuela. Barro, lluvia, frío, falta de caminos o veredas no fueron obstáculo para que niños y maestras concurrieran con amor a su labor de aprender y enseñar. Y los padres construyendo con sus manos aulas y aceras… A través de los tiempos, describen un Estado a veces paternal, y las más de las veces ausente.
Los progresos logrados por el esfuerzo de la gente del lugar (asfalto, banco, creación de escuelas, bibliotecas, capillas). La solidaridad entre los vecinos. El cooperativismo. La participación comunitaria a través de las Sociedades de Fomento y Clubes de Barrio. La comunidad toda cuidando su medio ambiente de las plagas de langostas y de los incendios, y disfrutando de los arroyos entonces cristalinos. Nuevos vecinos eligiendo su lugar por el entorno y el aire puro. La vida cultural plasmada en los grupos de teatro formados por vecinos que escribían sus libretos, actuaban y ellos mismos se encargaban del vestuario y la escenografía, haciéndolo “por amor al arte” o “a beneficio del club o la parroquia”. Los bailes y los carnavales en familia. Las primeras industrias: fábricas de soda, carpinterías, la Gillera… Y la presencia paternalista, y constante en los relatos, de Pistarini, Perón y Evita, (a cuyos fantasmas puedo adivinar aún caminando por el Aeropuerto, el Barrio Uno o los Bosques).
Ezeiza son todos ellos. (No son los antiguos terratenientes que poseían el título de propiedad pero no la pertenencia. Es probable que éstos prefirieran Recoleta o Europa a los pagos de Ezeiza).
Fueron los primeros ezeizenses, gente sencilla, humilde, trabajadora y digna. Vinieron por el ferrocarril, la ruta o el aeropuerto, en barcos lejanos, trenes, carros, pero no los usaron para irse. Ellos no soñaban con ningún otro sitio, vinieron para quedarse, este fue “su lugar”. Ezeiza no es cuestión de herencias y sí de elección.
Por: María Amelia Militelli
Propongo una nueva interpretación, que no desmerezca las hipótesis por ella esgrimidas, u otros análisis que puedan plantearse, sino que simplemente sume otra mirada, y que juntos podamos construir esta historia, que es la historia de nuestra identidad: “Según algunos psicólogos, la memoria no consiste solamente en la codificación y el almacenamiento. Es, sobre todo, una actividad social, que pasa por la palabra y que se construye en relación con otros individuos. Los padres enseñan a sus hijos lo que se puede memorizar: de este modo los socializan y al mismo tiempo les transmiten un pasado. De la misma forma, la conmemoración de un acontecimiento familiar o nacional proporciona a los participantes la ocasión de manifestar su pertenencia a un grupo y de recordarlo colectivamente ("La construcción social de la memoria", de Michael Billig y Derek Edwards).
…”Las computadoras tienen memoria, pero según lo que he leído no tienen recuerdos… La memoria social no funciona como una computadora pues no guarda solamente informaciones sino también sensaciones, sonidos, imágenes y sobre todo, significaciones…” (F. Delich). Cierro los ojos y veo pasar ante mí a cada uno de los personajes citados por los entrevistados. Vascos, japoneses, italianos, gallegos, turcos, judíos, alemanes, armenios, argentinos de todas las latitudes: santiagueños, tucumanos, entrerrianos, pampeanos, porteños…. Todos ellos llegaron a estos pagos en busca de su futuro, un futuro mejor, un hogar, trabajo. Y trabajo fue lo que encontraron, y trabajaron duro y parejo, de sol a sol, bajo las inclemencias del tiempo y de los tiempos que les tocaron vivir. Hablan de tambos y quintas, de ferrovías, rutas y aeropuertos, casas, escuelas y hospital, todos ellos fruto del trabajo y la fe de estos pioneros. Y las Escuelas, y las Maestras, eje indiscutido y respetado del futuro de sus hijos. Cuentan del sacrificio diario para concurrir a la escuela. Barro, lluvia, frío, falta de caminos o veredas no fueron obstáculo para que niños y maestras concurrieran con amor a su labor de aprender y enseñar. Y los padres construyendo con sus manos aulas y aceras… A través de los tiempos, describen un Estado a veces paternal, y las más de las veces ausente.
Los progresos logrados por el esfuerzo de la gente del lugar (asfalto, banco, creación de escuelas, bibliotecas, capillas). La solidaridad entre los vecinos. El cooperativismo. La participación comunitaria a través de las Sociedades de Fomento y Clubes de Barrio. La comunidad toda cuidando su medio ambiente de las plagas de langostas y de los incendios, y disfrutando de los arroyos entonces cristalinos. Nuevos vecinos eligiendo su lugar por el entorno y el aire puro. La vida cultural plasmada en los grupos de teatro formados por vecinos que escribían sus libretos, actuaban y ellos mismos se encargaban del vestuario y la escenografía, haciéndolo “por amor al arte” o “a beneficio del club o la parroquia”. Los bailes y los carnavales en familia. Las primeras industrias: fábricas de soda, carpinterías, la Gillera… Y la presencia paternalista, y constante en los relatos, de Pistarini, Perón y Evita, (a cuyos fantasmas puedo adivinar aún caminando por el Aeropuerto, el Barrio Uno o los Bosques).
Ezeiza son todos ellos. (No son los antiguos terratenientes que poseían el título de propiedad pero no la pertenencia. Es probable que éstos prefirieran Recoleta o Europa a los pagos de Ezeiza).
Fueron los primeros ezeizenses, gente sencilla, humilde, trabajadora y digna. Vinieron por el ferrocarril, la ruta o el aeropuerto, en barcos lejanos, trenes, carros, pero no los usaron para irse. Ellos no soñaban con ningún otro sitio, vinieron para quedarse, este fue “su lugar”. Ezeiza no es cuestión de herencias y sí de elección.
Por: María Amelia Militelli
Vascos en Tristán Suárez
Entre las múltiples causalidades que alentaron a los vascos a emigrar, se encuentran las dos guerras carlistas (1833-1839 y 1872-1876). La guerra de la independencia española supuso no sólo la lucha contra el enemigo francés, sino también el inicio de la pugna entre el Viejo y el Nuevo Régimen. Pugna que se prolongaría durante décadas en España. Desde 1839, muchos habitantes del País Vasco y Navarra decidieron emigrar debido a las calamidades de la guerra. Entre 1841 y 1842 había en Pasajes cuatro comisionistas, representantes de tres casas de comercio de Montevideo. Estos enganchadores se comprometían a llevar al Río de la Plata a los emigrantes por una determinada cantidad, pagadera entre cinco a doce meses en el lugar de destino. A partir de 1876, final de la Segunda Guerra Carlista, la salida se acentuó. Pasajes se convirtió en la principal salida para los vascos de Guipúzcoa, País Vasco, Navarra e incluso del S:O: francés, que partían hacia Buenos Aires y Montevideo. En algunos casos nos encontramos con personas que emigraban con la intención de dedicarse al comercio. Esta futura actividad les venía posibilitada por parientes o amigos que residían en América.
Los de esta historia llegaron a nuestro país, como tantos inmigrantes vascos, desde Pamplona. Desembarcaron en el Puerto de Buenos Aires no solo sus valijas, sino también sus sueños; aquellas fueron acarreadas hacia la calle 15 de noviembre Nº 1345, sus sueños echaron a volar... y a materializarse aquel año de 1877. Andrés se quedó en la capital, junto a los parientes que les habían hablado de estas tierras prometedoras. Posteriormente compró campos en Las Flores y se dedicó a las tareas rurales junto a su familia, tal como lo hiciera Pedro.
Todo vasco él y ella, no se amilanaron por la soledad del paisaje en los pagos de la Matanza. Eugenio junto a su esposa Juana Ugarte y el pequeño Matías, no estaban solos porque los acompañaba Fermín Arce. Compañero de viaje también vasco, honrado y valiente que apenas llegados a Bs. As., había tenido los reflejos necesarios impidiendo que un ladrón se apropiara del valijín que contenía todos los ahorros de los Berasain, mientras estos reposaban vencidos por el sueño. Eugenio estableció un precario, quizás no tanto, almacén de ramos generales frente a la hoy ruta Nº 3. Cuando en 1885 el tren Temperley-Cañuelas comenzó a abrir nuevas posibilidades, Eugenio y su familia - incluido el vasco Fermín -, no titubearon en trasladarse hacia la estación de T. Suárez. La ocasión puede haber sido entre 1893 y 1895, de acuerdo a un Plano de Remate del año 1893.
La primera inversión fue la instalación de un horno de ladrillos en lo que hoy es la plazoleta ubicada en Libertad (hoy Gaddini) esquina 25 de Mayo. Con el producto de las primeras horneadas construyó una vivienda y varios locales para comercio ubicados sobre la calle Libertad, sobre la mano derecha. La fonda con habitaciones les permitió pernoctar a la gente que por razones de mal tiempo o por estar en tránsito, encontraban allí un refugio apropiado. Poco a poco el antes desolado paisaje se pobló con viajantes y transportistas (a puro carro) que pasaban por el almacén de Ramos Generales, por las caballerizas o por la cochera. La fonda, abierta aproximadamente en 1896, fue el lugar donde se socializaban las noticias, el lugar de conchabo, distracción de los peones que llegaban a dejar los tarros con leche en la estación.
Eugenio Berasain fue un precursor, un fundador, un visionario. Probablemente la comunidad, le este debiendo un justo homenaje.
Por: Juan Carlos RAMIREZ
Agradecemos la colaboración de Claudia Muscio y Carolina Ovejero.
Los de esta historia llegaron a nuestro país, como tantos inmigrantes vascos, desde Pamplona. Desembarcaron en el Puerto de Buenos Aires no solo sus valijas, sino también sus sueños; aquellas fueron acarreadas hacia la calle 15 de noviembre Nº 1345, sus sueños echaron a volar... y a materializarse aquel año de 1877. Andrés se quedó en la capital, junto a los parientes que les habían hablado de estas tierras prometedoras. Posteriormente compró campos en Las Flores y se dedicó a las tareas rurales junto a su familia, tal como lo hiciera Pedro.
Todo vasco él y ella, no se amilanaron por la soledad del paisaje en los pagos de la Matanza. Eugenio junto a su esposa Juana Ugarte y el pequeño Matías, no estaban solos porque los acompañaba Fermín Arce. Compañero de viaje también vasco, honrado y valiente que apenas llegados a Bs. As., había tenido los reflejos necesarios impidiendo que un ladrón se apropiara del valijín que contenía todos los ahorros de los Berasain, mientras estos reposaban vencidos por el sueño. Eugenio estableció un precario, quizás no tanto, almacén de ramos generales frente a la hoy ruta Nº 3. Cuando en 1885 el tren Temperley-Cañuelas comenzó a abrir nuevas posibilidades, Eugenio y su familia - incluido el vasco Fermín -, no titubearon en trasladarse hacia la estación de T. Suárez. La ocasión puede haber sido entre 1893 y 1895, de acuerdo a un Plano de Remate del año 1893.
La primera inversión fue la instalación de un horno de ladrillos en lo que hoy es la plazoleta ubicada en Libertad (hoy Gaddini) esquina 25 de Mayo. Con el producto de las primeras horneadas construyó una vivienda y varios locales para comercio ubicados sobre la calle Libertad, sobre la mano derecha. La fonda con habitaciones les permitió pernoctar a la gente que por razones de mal tiempo o por estar en tránsito, encontraban allí un refugio apropiado. Poco a poco el antes desolado paisaje se pobló con viajantes y transportistas (a puro carro) que pasaban por el almacén de Ramos Generales, por las caballerizas o por la cochera. La fonda, abierta aproximadamente en 1896, fue el lugar donde se socializaban las noticias, el lugar de conchabo, distracción de los peones que llegaban a dejar los tarros con leche en la estación.
Eugenio Berasain fue un precursor, un fundador, un visionario. Probablemente la comunidad, le este debiendo un justo homenaje.
Por: Juan Carlos RAMIREZ
Agradecemos la colaboración de Claudia Muscio y Carolina Ovejero.
lunes, 16 de febrero de 2009
Raúl dice...
Visto que La Valentina se mantiene ocupada, deteriorada y cada vez más rodeada de malezas , no se podría hacer algo para que se la declare histórica y conservable; sería bueno hasta hacer un museo. Es tal vez una de las pocas piezas historicas que se mantienen en pié y fué propiedad del Ing. Jorge Duclout, uno de los pioneros en la creacion de un partido.
Destino de aeropuerto
En la historia de la historiografía, esto es, la historia de las distintas creencias con la que pretendemos interpretar el pasado, el determinismo geográfico ocupa un importante espacio. Por ejemplo Montesquieu, filósofo francés del S XVIII, ya había reparado en la influencia del entorno natural respecto a la conducta de los hombres. No adherimos al determinismo pero….. parece ser que nuestra región tenía destino de aeropuerto, desde su temprana historia.
El 4 de junio de 1911, el ingeniero Jorge Newbery intentó batir su propio récord de altura con el recién comprado aeróstato “Buenos Aires”. Lo intentó llevando como compañero a Néstor F. Cano quien dos años antes y siendo novato, había ascendido junto a Alberto Mascías, cruzado el Rió de la Plata y descendido en Uruguay en una hazaña no buscada pero donde los vientos imperantes decidieron su destino. A Newbery también los acompañó el ingeniero Carlos Luischer, un debutante que en su calidad de tal fue bautizado con champaña sobre el centro de la ciudad, a unos 1600 mts. de altura. Terminada la ceremonia, los tomó un viento norte que los arrastró hacia nuestra región.
El “Buenos Aires” había volado durante 1 h. 58´ tras partir de Belgrano, cuando aterrizó en “La Valentina”. La casona de la chacra se encuentra aún levantada sobre la calle Marquéz Alejandro María de Aguado, un extremo del Barrio Nº 1 Justicialista y por tanto, dentro del área del Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini. La propiedad pertenecía al ingeniero Jorge Duclout, vecino desde 1900 y hombre que representó a las avanzadas científicas en Argentina. Gustaba de otear el horizonte y para ello contaba con poderosos prismáticos. En su casa había marcada una baldosa desde donde tenía el ángulo apropiado y despejado de árboles, que le permitían observar a la estación de Monte Grande. Duclout era aficionado a la fotografía y había tenido la iniciativa ese año, de ofrecer un premio anual a la mejor foto aérea. El ingeniero se sorprendería gratamente al ver a sus consocios del Aero Club (fundado el 13 de enero de 1908), del cual era vocal. Seguramente Newbery y sus acompañantes, quienes descendieron aproximadamente a las 16 Hs. 15´, habrán visitado el taller de pintura y de fotografía además de la biblioteca, tanto como no se habrán privado de disfrutar del particular jardín japonés, en aquel fin de otoño. No sabemos cómo regresaron pero es probable que haya sido en un tren abordado en la estación José María Ezeiza, luego de transitar por la calle Garibaldi, hoy Pedro Pravaz, vía que unía a la estación con los tambos existentes en lo que fuera la colonial estancia Los Remedios, fundada en 1758 cuando aún se estaba bajo la jurisdicción del Virreynato del Perú.
La casona escapó de la destrucción generalizada en 1945 porque en ella decidió vivir el General Juan Pistarini, mientras se llevaba a cabo la construcción del aeropuerto que llevaría su nombre. En “La Valentina”, que debería ser declarada Patrimonio Histórico por nuestro Municipio, se unieron los sueños de los primeros aeronáutas con nuestra actual realidad: el distrito Ezeiza cuenta con un aeropuerto internacional que fuera considerado como el mejor de Sudamérica. Por si alguna duda queda de los méritos históricos de Ezeiza en relación al aeropuerto, el vecino e historiador Víctor García Costa apuntó lo siguiente en el trabajo que fuera presentado en el “4º Encuentro con Nuestra Historia”: el 23/09/1912, el aeróstato Cóndor piloteado por Eduardo Bradley “supo aprovechar con éxito la intensidad del viento N.NO. que lo condujo después de atravesar la ciudad y el aeródromo de Lugano a 1.400 metros de altura, a la estación de Ezeiza donde se produjo el descenso”.
Por: Juan Carlos Ramirez
El 4 de junio de 1911, el ingeniero Jorge Newbery intentó batir su propio récord de altura con el recién comprado aeróstato “Buenos Aires”. Lo intentó llevando como compañero a Néstor F. Cano quien dos años antes y siendo novato, había ascendido junto a Alberto Mascías, cruzado el Rió de la Plata y descendido en Uruguay en una hazaña no buscada pero donde los vientos imperantes decidieron su destino. A Newbery también los acompañó el ingeniero Carlos Luischer, un debutante que en su calidad de tal fue bautizado con champaña sobre el centro de la ciudad, a unos 1600 mts. de altura. Terminada la ceremonia, los tomó un viento norte que los arrastró hacia nuestra región.
El “Buenos Aires” había volado durante 1 h. 58´ tras partir de Belgrano, cuando aterrizó en “La Valentina”. La casona de la chacra se encuentra aún levantada sobre la calle Marquéz Alejandro María de Aguado, un extremo del Barrio Nº 1 Justicialista y por tanto, dentro del área del Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini. La propiedad pertenecía al ingeniero Jorge Duclout, vecino desde 1900 y hombre que representó a las avanzadas científicas en Argentina. Gustaba de otear el horizonte y para ello contaba con poderosos prismáticos. En su casa había marcada una baldosa desde donde tenía el ángulo apropiado y despejado de árboles, que le permitían observar a la estación de Monte Grande. Duclout era aficionado a la fotografía y había tenido la iniciativa ese año, de ofrecer un premio anual a la mejor foto aérea. El ingeniero se sorprendería gratamente al ver a sus consocios del Aero Club (fundado el 13 de enero de 1908), del cual era vocal. Seguramente Newbery y sus acompañantes, quienes descendieron aproximadamente a las 16 Hs. 15´, habrán visitado el taller de pintura y de fotografía además de la biblioteca, tanto como no se habrán privado de disfrutar del particular jardín japonés, en aquel fin de otoño. No sabemos cómo regresaron pero es probable que haya sido en un tren abordado en la estación José María Ezeiza, luego de transitar por la calle Garibaldi, hoy Pedro Pravaz, vía que unía a la estación con los tambos existentes en lo que fuera la colonial estancia Los Remedios, fundada en 1758 cuando aún se estaba bajo la jurisdicción del Virreynato del Perú.
La casona escapó de la destrucción generalizada en 1945 porque en ella decidió vivir el General Juan Pistarini, mientras se llevaba a cabo la construcción del aeropuerto que llevaría su nombre. En “La Valentina”, que debería ser declarada Patrimonio Histórico por nuestro Municipio, se unieron los sueños de los primeros aeronáutas con nuestra actual realidad: el distrito Ezeiza cuenta con un aeropuerto internacional que fuera considerado como el mejor de Sudamérica. Por si alguna duda queda de los méritos históricos de Ezeiza en relación al aeropuerto, el vecino e historiador Víctor García Costa apuntó lo siguiente en el trabajo que fuera presentado en el “4º Encuentro con Nuestra Historia”: el 23/09/1912, el aeróstato Cóndor piloteado por Eduardo Bradley “supo aprovechar con éxito la intensidad del viento N.NO. que lo condujo después de atravesar la ciudad y el aeródromo de Lugano a 1.400 metros de altura, a la estación de Ezeiza donde se produjo el descenso”.
Por: Juan Carlos Ramirez
domingo, 15 de febrero de 2009
Wilfredo dice...
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