Incendios de antaño
El fuerte que levantara Pedro de Mendoza en febrero de 1536, probablemente estaba fortificado con una empalizada de troncos de ñandubay, espinillo y muro de adobe, guareciendo un pequeño núcleo de construcciones de adobe con techo de paja. La voluntad de reducir militarmente a servidumbre a los querandíes, enardeció a éstos, y pese a la superioridad tecnológica, los indómitos “tiraban sobre las casas con flechas encendidas” y quemaron construcciones y cuatro embarcaciones grandes, según relato el cronista Ulrico Schmidl.
A partir del S XVII, preocupaban los incendios producidos en los campos, provocados muchos de ellos por los agricultores, que prendían fuego en sus terrenos con el fin de acondicionarlos para su cultivo. Las autoridades prohibieron las quemazones imponiendo multas a los que lo hiciesen, y si el causante era un esclavo, recibiría azotes por ello.
Bomberos de ayer
Una disposición del año 1774 dispuso que ante casos de incendio, debía acudir la justicia ordinaria y el comisionado del distrito, para evitar el desorden y la confusión. Los albañiles y carpinteros tenían que ir con sus herramientas y los aguateros con sus carros, un antecedente de las autobombas.
En el año 1821 se creó el Departamento de Policía, entre cuyas funciones estaba la de actuar en caso de incendios, siendo recién en 1834, cuando dentro del Departamento, se creó un cuerpo de serenos que durante sus patrullajes nocturnos debían estar atentos para dar aviso en caso de incendio. Finalmente, el 2 de enero de 1870, nace la Compañía de Vigilantes Bomberos, que en 1873 pasó a denominarse Cuerpo de Bomberos.
Nuestros primeros bomberos
Una catástrofe que obligó a improvisar equipos de ayuda, aunque sólo se limitaron a recoger los restos de las personas fallecidas, fue la gran explosión de la fábrica de pólvora de Nicodemo Pierotti, ubicada en la hoy Villa Guillemina (Ezeiza), del 27 de diciembre de 1898. La policía de Ezeiza, que no pudo dejar de oir la fuerte explosión ya que se sintió en la Capital (en Lomas de Zamora registraron que fue a las 14.40 Hs.), recibió el informe de uno de los testigos que corrió sin parar la distancia que los separaba. Cuando el comisario llegó con su gente y un médico, sólo quedaban ruinas humeantes y restos humanos. No era el primer incidente, ya registraba varios en años anteriores: 1884, 1887, 1890 y 1896, además de un no confirmado incendio en 1893. Cabe acotar que no muy lejano de allí, habría funcionado una aceitera, no contando la región, con un cuerpo organizado para enfrentar accidentes o incendios propiamente dichos.
Las sequías continuas y largas favorecían los incendios, trayéndonos el diario “El Vicentino” del domingo 11 de febrero de 1906, que había “empezado a encender el campo del señor Juan Rower”, propietario de “Los Retamos” (en la hoy C. Spegazzini). La noticia se complementa la siguiente semana, aclarando que “sólo fueron quemadas unas cinco cuadras aproximadamente, no tomando mayores proporciones el fuego por haberlo extinguido la cuadrilla de peones de la estación Tristán Suárez, con la colaboración del escribiente Daniel Juárez, de un sargento y tres agentes.
Valga como homenaje de la Junta de Estudios Históricos del Distrito Ezeiza, esta breve nota sobre los hombres que antecedieron a quienes hoy, desinteresadamente, componen nuestros cuerpos de Bomberos Voluntarios.
Por: Juan Carlos Ramirez Leiva
Haciendo nuestro aquello de que: "La Historia es ancha y ajena", aportamos buscando mejores comprensiones de nuestro presente.
jueves, 26 de mayo de 2011
domingo, 8 de mayo de 2011
¡Salvajes unitarios!
Nuestro país suele oscilar entre los deseos de instaurar un orden pacificador, o implementar un orden descalificador de los que piensan o actúan diferente a los detentores del poder. Entre los primeros contamos la responsabilidad y el esfuerzo que asumía don José Hilarión Castro, cuando el 22 de enero de 1822 aceptó el nombramiento de Juez de Paz. Vecino de Cañuelas, nacido en Mendoza y casado con Justa Rufina Vidal en la parroquia de San Vicente, era socio de Pedro Ara en tierras, ganado vacuno, equino y pulpería.
Durante el gobierno de Martín Rodríguez, el ministro Bernardino Rivadavia dictó la ley de supresión de los cabildos, de origen hispánico. En su reemplazo, creó la justicia de paz dividiendo a la provincia en tres departamentos, encontrándose San Vicente y Cañuelas dentro del primero. En la ocasión se tomó conciencia, gracias a los reclamos del Alcalde, de la extensión del Partido de San Vicente, por lo que se dispuso crear el Partido de Cañuelas. Ese 22 de enero fueron nombrados 28 jueces de paz de campaña, por lo que existían entonces, igual cantidad de partidos (la ley habla de parroquias).
Prontamente el nuevo Juez, nombró a Ramón Carrizo como “Alcalde del Quartel 6” con competencia desde “Remedios hasta el Pueblo de San Vizente”, según consta en documento emitido en el “Partido de Cañuelas y Abril 2 de 1822”, por quien firmó como ”Jose Ilarión de Castro”. Don José Hilarión Castro no fue hombre falto de compromiso y para ese tiempo era Comandante de la Milicias de Campaña, jefe de los Colorados del Monte, y Alcalde de Hermandad de San Vicente. El nombramiento le había sido ofrecido al terrateniente Juan Manuel de Rosas en 1820, tras la crisis generada en la provincia por la invasión victoriosa de las montoneras lideradas por el caudillo Francisco “Pancho” Ramírez. Cuando el futuro “Restaurador” fue notificado de la imposición la rechazó, debido a que le quitaba tiempo para atender sus estancias. Pese a un “No ha lugar” del Cabildo y alegando que se lo impedían las inundaciones del Salado y las distancias, Rosas rechazó el cargo.
Los Carrizo, propietarios de pocas tierras que hoy estarían ubicadas en T. Suárez entre la estación y la autopista a Cañuelas, eran hombres pioneros que advertían las posibilidades de la cría de ganado ovino, compartiendo el espíritu de cambio del ministro de gobierno, Bernardino Rivadavia. Cuando los tiempos políticos cambiaron, aquellos que no adhirieron al concepto Federal de Juan Manuel de Rosas, fueron prontamente acusados de “salvajes unitarios”. Don Ramón Carrizo fue denunciado como unitario el 14 de mayo de 1831. Hombre casado y letrado, de 32 años, tenía regular fortuna y propiedad cerca de la colonial estancia Los Remedios. Portar el apellido Carrizo no era afortunado durante la gobernación de Juan M. de Rosas y así es como Don Ancelmo Carrizo también fue denunciado por unitario. Tenía su estancia en el “pasage de Remedios” y era un soltero de 30 años y regular fortuna pese a no saber leer ni escribir, cuando “se paso a Lavalle” junto con Ramón.
Por: Juan Carlos Ramirez
Durante el gobierno de Martín Rodríguez, el ministro Bernardino Rivadavia dictó la ley de supresión de los cabildos, de origen hispánico. En su reemplazo, creó la justicia de paz dividiendo a la provincia en tres departamentos, encontrándose San Vicente y Cañuelas dentro del primero. En la ocasión se tomó conciencia, gracias a los reclamos del Alcalde, de la extensión del Partido de San Vicente, por lo que se dispuso crear el Partido de Cañuelas. Ese 22 de enero fueron nombrados 28 jueces de paz de campaña, por lo que existían entonces, igual cantidad de partidos (la ley habla de parroquias).
Prontamente el nuevo Juez, nombró a Ramón Carrizo como “Alcalde del Quartel 6” con competencia desde “Remedios hasta el Pueblo de San Vizente”, según consta en documento emitido en el “Partido de Cañuelas y Abril 2 de 1822”, por quien firmó como ”Jose Ilarión de Castro”. Don José Hilarión Castro no fue hombre falto de compromiso y para ese tiempo era Comandante de la Milicias de Campaña, jefe de los Colorados del Monte, y Alcalde de Hermandad de San Vicente. El nombramiento le había sido ofrecido al terrateniente Juan Manuel de Rosas en 1820, tras la crisis generada en la provincia por la invasión victoriosa de las montoneras lideradas por el caudillo Francisco “Pancho” Ramírez. Cuando el futuro “Restaurador” fue notificado de la imposición la rechazó, debido a que le quitaba tiempo para atender sus estancias. Pese a un “No ha lugar” del Cabildo y alegando que se lo impedían las inundaciones del Salado y las distancias, Rosas rechazó el cargo.
Los Carrizo, propietarios de pocas tierras que hoy estarían ubicadas en T. Suárez entre la estación y la autopista a Cañuelas, eran hombres pioneros que advertían las posibilidades de la cría de ganado ovino, compartiendo el espíritu de cambio del ministro de gobierno, Bernardino Rivadavia. Cuando los tiempos políticos cambiaron, aquellos que no adhirieron al concepto Federal de Juan Manuel de Rosas, fueron prontamente acusados de “salvajes unitarios”. Don Ramón Carrizo fue denunciado como unitario el 14 de mayo de 1831. Hombre casado y letrado, de 32 años, tenía regular fortuna y propiedad cerca de la colonial estancia Los Remedios. Portar el apellido Carrizo no era afortunado durante la gobernación de Juan M. de Rosas y así es como Don Ancelmo Carrizo también fue denunciado por unitario. Tenía su estancia en el “pasage de Remedios” y era un soltero de 30 años y regular fortuna pese a no saber leer ni escribir, cuando “se paso a Lavalle” junto con Ramón.
Por: Juan Carlos Ramirez
domingo, 1 de mayo de 2011
Con sabor a leña
Es interesante reflexionar sobre la manifestación cotidiana cultural ante el vital alimento. Cuando Silvio Huberman le pregunt aba a Ulyses Petit de Murat: Cuénteme como era su casa a la hora del almuerzo o de la cena, el escritor le decía:
¡La mesa era brutal! Han pasado los años y no concibo la idea de la comida que tenían en esa época. Por ejemplo, todos los días se hacía puchero para caldo y no había una síntesis como ahora, sino que nos servían varias entradas, varios postres… En casa no se practicaba la gran costumbre argentina de las pastas, au nque la cocina era criolla, española, francesa, universal.
En las casas de Ezeiza, entre tanto:
Se comía medido decía Angélica Pintos, ya mayorcita, recordando la galleta que la abuela le racionaba diariamente de la bolsa que colgaba del techo de la cocina. A mi mamá le gustaba comer conejo, evocaba Lidia Verjano, quien de niña marchaba mansita y resignada a la casa de la señora Coleiro, especialista en sacrificar a los suaves orejilargos.
¿Con qué se recibía a las visitas? Preguntamos a las señoritas Delia y Josefa Goñi:
Chocolate y galletitas Mu mú. Nos respondieron.
En los hogares del campo…
Las duras tareas rurales, trabajando en directo contacto con los rigores del tiempo al aire libre, volvían de vital importancia la provisión de un buen plato. Las mujeres allí reinaban.
¿Qué trabajo hacía tu mamá en el tambo?
Y Beatríz Larralde respondió: Darle de comer a la gente que trabajaba en el tambo, a los peones. Mi mamá siempre tenía una hermana que la ayudaba.
Y los hombres encaraban los aspectos más crueles y pesados. José María Ferrzola explicaba una carneada un día de linda helada:
Y calenté dos ollas grandes de agua. Ya los llamé porque tenía que bajar del piso al chancho y con Toto lo bajamos del piso de madera, porque el chancho tiene que estar arriba limpio, sino se embarra todo. Ya no caminaba el chancho de tan gordo que estaba, despacito lo llevamos como 10 metros, lo echamos al suelo, le atamos bien la boca y lo subimos a una mesita. Y Maruca junta la sangre para hacer morcilla, lo limpiamos bien, lo colgamos toda la noche afuera, después se pone duro y se va descuartizando, los huesos de un lado; el tocino, hicimos chorizos, jamones, las pancetas, la morcilla, los cueritos van en un cajón con sal. Ahora si es muy gordo hay que comprar unos 10 ó 15 kilos de carne de vaca y mezclar. La cabeza es para hacer la morcilla o el queso de chancho.
Los mandados en la puerta de casa…
Numerosos vendedores eran ambulantes, para garantizar la frescura de los productos en su pronto despacho a los consumidores y la comodidad para los vecinos, en un pueblo con calles no tan abovedadas, veredas poco frecuentes y el peligro de perros medio malos que podían tarasconearte. No existía una necesidad perentorio por comprar alimentos frescos ya que la gente tenía su quintita, su gallinero, el jaulón para la conejera, la vaquita para la leche. Carnicero con carnicería sí que habia porque uno no iba a andar carneando una vaca cada día para comerse un pucherito. Otra cosa era el pescado…nos preguntamos si el pescado que se consumía era de los cursos de agua cercanos o del mar.
Beatríz Larralde contaba que su lechero era Abel Garayar: él me daba leche para mi gato. (Otro lechero) era Loasel. El verdulero era un señor gordo, que venía de Monte Grande: Ortega. Porque los Ortega son requete viejos en Monte Grande, era el gusto de robarle algo (zanahorias chiquitas o rabanitos) del carro cuando él estaba entretenido con mi mamá comprando. También Di Leo vendía pescado cada semana, por eso le quedó “El pescador”. “¿ Adónde vas? ¡a la verdulería del pescador!”… El era ambulante, iba al mercado pero también trabajaba la tierra, la manzana que estaba desocupada era trabajada.
Hoy cenamos con Fangio
De asado con Fangio. Entre los comensales ilustres elegimos al Chueco. Fangio tenía una casa quinta por la curva de Santamarina en Monte Grande. Y como era muy amiguero, dos por tres, venía a comer un asado con los vecinos, nos consta por las fotos que quedaron como testimonio, de las reuniones a las que asistió con el vecindario de Canning, el señor Romano Cresmani y otros lugareños aparecen flanqueando al quíntuple campeón.
Gourmet punto Ezeiza
Lo de Vega
Hablando con Marcelo Vega sobre el almacén de sus papás, le preguntábamos:
Me contaron que servía comida.
Después, bueno, te servía un sándwich y esas cosas así. Más adelante mamá comenzó a tener algunos…¿cómo se llama?
¿Comensales?
Comensales, exactamente, que les hacía comida a ellos que venían los mediodías; dos de ellos eran como si fueran de la familia porque comieron cualquier cantidad de tiempo en casa. Eran el vasquito Luis (Azcoitía) el carpintero, que a mi mamá le decía mamá y el otro que comía era Rimada, un señor que era del correo.
La churrasquería de Gagliardi
Comer, comía en la churrasquería de la esquina de Gagliardi. Y también comía acá en lo de Eduardo Goñi que tenía un restaurant cancha de pelota. Decía Mateo Ruíz cuando recién se mudó a Ezeiza, venido de Roque Pérez, para instalarse como peluquero.
Comíamos en la churrasquería de Gagliardi a la tarde, a la noche, pero el almuerzo en el aeropuerto, había dos comedores: en uno daban mal de comer y en el otro no, ahí íbamos. Puntualizó Jerónimo Luna que trabajó en la construcción del aeropuerto, tras venirse de Santiago del Estero atraído por el bienestar laboral que se gozaba aquí.
Este comercio se encontraba hasta hace unos años en la esquina de la ruta 205 y la calle J. M.Ezeiza, ahora en el solar se esta construyendo con otros destinos. Ella detonó estas líneas, porque es otro espacio lleno de vivencias que ya forma parte de nuestro patrimonio intangible.
Por: Lic. Patricia Celia Faure
¡La mesa era brutal! Han pasado los años y no concibo la idea de la comida que tenían en esa época. Por ejemplo, todos los días se hacía puchero para caldo y no había una síntesis como ahora, sino que nos servían varias entradas, varios postres… En casa no se practicaba la gran costumbre argentina de las pastas, au nque la cocina era criolla, española, francesa, universal.
En las casas de Ezeiza, entre tanto:
Se comía medido decía Angélica Pintos, ya mayorcita, recordando la galleta que la abuela le racionaba diariamente de la bolsa que colgaba del techo de la cocina. A mi mamá le gustaba comer conejo, evocaba Lidia Verjano, quien de niña marchaba mansita y resignada a la casa de la señora Coleiro, especialista en sacrificar a los suaves orejilargos.
¿Con qué se recibía a las visitas? Preguntamos a las señoritas Delia y Josefa Goñi:
Chocolate y galletitas Mu mú. Nos respondieron.
En los hogares del campo…
Las duras tareas rurales, trabajando en directo contacto con los rigores del tiempo al aire libre, volvían de vital importancia la provisión de un buen plato. Las mujeres allí reinaban.
¿Qué trabajo hacía tu mamá en el tambo?
Y Beatríz Larralde respondió: Darle de comer a la gente que trabajaba en el tambo, a los peones. Mi mamá siempre tenía una hermana que la ayudaba.
Y los hombres encaraban los aspectos más crueles y pesados. José María Ferrzola explicaba una carneada un día de linda helada:
Y calenté dos ollas grandes de agua. Ya los llamé porque tenía que bajar del piso al chancho y con Toto lo bajamos del piso de madera, porque el chancho tiene que estar arriba limpio, sino se embarra todo. Ya no caminaba el chancho de tan gordo que estaba, despacito lo llevamos como 10 metros, lo echamos al suelo, le atamos bien la boca y lo subimos a una mesita. Y Maruca junta la sangre para hacer morcilla, lo limpiamos bien, lo colgamos toda la noche afuera, después se pone duro y se va descuartizando, los huesos de un lado; el tocino, hicimos chorizos, jamones, las pancetas, la morcilla, los cueritos van en un cajón con sal. Ahora si es muy gordo hay que comprar unos 10 ó 15 kilos de carne de vaca y mezclar. La cabeza es para hacer la morcilla o el queso de chancho.
Los mandados en la puerta de casa…
Numerosos vendedores eran ambulantes, para garantizar la frescura de los productos en su pronto despacho a los consumidores y la comodidad para los vecinos, en un pueblo con calles no tan abovedadas, veredas poco frecuentes y el peligro de perros medio malos que podían tarasconearte. No existía una necesidad perentorio por comprar alimentos frescos ya que la gente tenía su quintita, su gallinero, el jaulón para la conejera, la vaquita para la leche. Carnicero con carnicería sí que habia porque uno no iba a andar carneando una vaca cada día para comerse un pucherito. Otra cosa era el pescado…nos preguntamos si el pescado que se consumía era de los cursos de agua cercanos o del mar.
Beatríz Larralde contaba que su lechero era Abel Garayar: él me daba leche para mi gato. (Otro lechero) era Loasel. El verdulero era un señor gordo, que venía de Monte Grande: Ortega. Porque los Ortega son requete viejos en Monte Grande, era el gusto de robarle algo (zanahorias chiquitas o rabanitos) del carro cuando él estaba entretenido con mi mamá comprando. También Di Leo vendía pescado cada semana, por eso le quedó “El pescador”. “¿ Adónde vas? ¡a la verdulería del pescador!”… El era ambulante, iba al mercado pero también trabajaba la tierra, la manzana que estaba desocupada era trabajada.
Hoy cenamos con Fangio
De asado con Fangio. Entre los comensales ilustres elegimos al Chueco. Fangio tenía una casa quinta por la curva de Santamarina en Monte Grande. Y como era muy amiguero, dos por tres, venía a comer un asado con los vecinos, nos consta por las fotos que quedaron como testimonio, de las reuniones a las que asistió con el vecindario de Canning, el señor Romano Cresmani y otros lugareños aparecen flanqueando al quíntuple campeón.
Gourmet punto Ezeiza
El circuito gastronómico de los años ’40 y ’50 podía abarcar un sándwich de proporciones sextuple hamburguesa en la Cueva de la Chancha, como llamaban al almacén de los hermanos Santiago y Pedro Harguindeguy, o algo rápido en El Recreo de Goñi. Esos establecimientos cumplían una función social porque no existían lugares para asistir al trabajador que necesitaba estar bien alimentado con el fin de enfrentar su jornada laboral. Por ejemplo, el menú de las maestras lo determinaba doña Rosa Arrieta Legarreta, esposa de Martín Elisagaray. Decía Beatríz Elisagaray, hija de los ante nombrados: La directora que teníamos nosotros era de La Plata, Edelina Etcheto, por medio de ella- a quien mi mamá le daba de comer en casa- por medio de ella le consiguió a mi papá (el trabajo) como portero.
Acá recreamos otros dos lugares a través de testimonios de primera mano:Lo de Vega
Hablando con Marcelo Vega sobre el almacén de sus papás, le preguntábamos:
Me contaron que servía comida.
Después, bueno, te servía un sándwich y esas cosas así. Más adelante mamá comenzó a tener algunos…¿cómo se llama?
¿Comensales?
Comensales, exactamente, que les hacía comida a ellos que venían los mediodías; dos de ellos eran como si fueran de la familia porque comieron cualquier cantidad de tiempo en casa. Eran el vasquito Luis (Azcoitía) el carpintero, que a mi mamá le decía mamá y el otro que comía era Rimada, un señor que era del correo.
La churrasquería de Gagliardi
Comer, comía en la churrasquería de la esquina de Gagliardi. Y también comía acá en lo de Eduardo Goñi que tenía un restaurant cancha de pelota. Decía Mateo Ruíz cuando recién se mudó a Ezeiza, venido de Roque Pérez, para instalarse como peluquero.
Comíamos en la churrasquería de Gagliardi a la tarde, a la noche, pero el almuerzo en el aeropuerto, había dos comedores: en uno daban mal de comer y en el otro no, ahí íbamos. Puntualizó Jerónimo Luna que trabajó en la construcción del aeropuerto, tras venirse de Santiago del Estero atraído por el bienestar laboral que se gozaba aquí.
Este comercio se encontraba hasta hace unos años en la esquina de la ruta 205 y la calle J. M.Ezeiza, ahora en el solar se esta construyendo con otros destinos. Ella detonó estas líneas, porque es otro espacio lleno de vivencias que ya forma parte de nuestro patrimonio intangible.
Por: Lic. Patricia Celia Faure
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