domingo, 31 de agosto de 2008

Tranvías en Ezeiza

Nuestra región se relaciona tempranamente con los tranvías. Al poco tiempo de fundarse el Pueblo de Monte Grande, se pensó en hacer llegar una línea hasta su estación, para que comunicara con Temperley. El proyecto finalmente no se concretó pero los tranvías, igual se establecieron en Ezeiza. Retirados del servicio de transporte, prestaron singular servicio. Ya no podían trasladarse de un punto al otro pero igual se llenaron de alegrías y fueron testigos de esfuerzos de muchos niños. El 25 de mayo de 1965 se inauguró oficialmente la hoy E.S. Nº 13, Baldomero Fernández Moreno, (ex 35). La Directora, Doña Antonita Rovira, había puesto en marcha el establecimiento el 29 de marzo de ese año, con 171 alumnos y el apoyo de una comunidad que eligió como Presidente de la Cooperadora al señor Antonio Méndez. Debemos valorar a quienes posibilitaron el funcionamiento. Desde la portera, la señora Haydeé Dorini, hasta las maestras: Clotilde Orduña, Regina Borda, Ana María Paolini, Ana María Pelegrini, Leonor Bologna, María Magdalena Cores, Estela Galassi y María Cristina Dominguez. Las fotos que inmortalizaron el evento nos muestran dos salones de maderas junto a dos tranvías convertidos en precarias aulas, para satisfacer la demanda educativa de una población que aumentaba día a día. Aunque tiempo después fueron remplazados, uno de aquellos tranvías volvió a prestar su valioso servicio en 1976 buscando, al ampliar la capacidad de bancos de la escuela, la eliminación del Turno Intermedio. El otro sirvió de salón para la guarda de trastos. La desidia de algunos, el desinterés de otros, colaboró en la pérdida para la comunidad de tan valiosos recuerdos y los tranvías fueron a desguace, pese a los esfuerzos de docentes como Nelly Esther Borzone.


No fue la única escuela en contar con aulas tranvías ya que las ex escuelas 28 y 29, hoy E.S. Nº 10 y 11, también cuentan en su haber tan humildes comienzos, tan nuestros y tan olvidados: los tranvías. El último tranvía porteño finalizó su recorrido un 19 de febrero de 1963, con su arribo a la estación Ocampo (esquina Las Heras). La tristeza de quienes conducían el viejo Nº 38, el que unía las Barrancas de Belgrano con Plaza Constitución, se acentuó cuando se apagaron las dos luces que lo distinguían: azul y amarilla. Los que circulaban normalmente no eran tan lujosos como el que entre los años 1920 o 1922, pasaba a recoger a la señora del gerente general de la Compañía Anglo Argentina de tranvías, por su domicilio de Villa Devoto. El historiador León Tenenbaum supo publicar que le enviaban un coche especialmente tapizado, con alfombrado rojo. Un destino habitual era la tienda Harrod´s, donde la señora hacía las compras mientras el tranvía permanecía estacionado sobre la calle San Martín. Nuestros tranvías no tuvieron aquellos aires de carroza inglesa propio de cuentos de hadas. Pero posibilitaron caminos a muchos niños, hoy vecinos de más de cuarenta años que seguramente recordaran con agradecimiento el esfuerzo de aquellas maestras, por enseñarles valores más altos que los aires de aquella señora que gustaba de poseer ....su propio tranvía.

Por: Juan Carlos RAMIREZ LEIVA

sábado, 16 de agosto de 2008

Ezeyza en monocromo

Negra
Lorenza Ezeyza juega haciendo tortas de barro a orillas del río, las velitas de cumpleaños son bolillas de paraíso, la blonda que rodea el manjar terroso son flecos de hojas de sauce. Cuando ya esta seca la ropa que lavó, esa que ahora descansa dura de almidón sobre los pastitos tiernos del borde, la pliega prolijita en una atado que equilibra sobre su cabecita motuda y vuelve a ser la lavandera Lorenza, abandonando sus juegos de niña. Lorenza tiene que luchar trabajando para subsistir. Ya no es época de la tranquilidad protectora de algún amo como cuando la esclavitud, bajo el ala de un dueño que la mantuviera y cuidara y velara por ella, mientras a ella le duraran la salud y la juventud. Va ensayando pasitos de baile por el sendero hacia el poblado con su inmaculada carga. Copia la danza de sus papás, los ve bailando en su mente, pero no logra disipar la bruma del recuerdo y oscila entre verlos danzar en una fiesta de la patrona Nuestra Señora de Aranzazú o en el carnaval donde las naciones se sacan chispas compitiendo. Su papá era Luis Vicente Ezeyza de Nación Bamba, su mamá era Francisca Merlo, una morena libre. Se casaron en la parroquia de San Fernando el 6 de setiembre de 1835. La mamá era natural de Buenos Aires, de apellido Merlo porque era hija legítima de Antonio Merlo y Joaquina Merlo. El papá era un moreno esclavo que llevaba el apellido Ezeyza porque lo tomó de su dueño, el señor Juan José Ezeyza casado con doña Isabel del Castillo, José María Ezeiza, aquel que quedó inmortalizado nombrando a una localidad y a un distrito, fue sobrino segundo en cuarto grado de consanguinidad de este matrimonio.
Lorenza Ezeyza adulta vivió en un inquilinato de Chile 536. Cayó muerta en plena vereda casi al mediodía del 10 febrero de 1898 en la esquina del barrio de San Telmo, “sólo dejó en la habitación un catre completamente deteriorado y algunas ropas muy usadas”.
Blanca
Fermina María Lorenza Zenavilla Ezeyza juega bajo los paraísos de la quinta de Ezeiza, su piel blanca no debe tostarse como la de una campesina pobre. La hicieron sentar sobre una esterilla para que no se ensucie el fresco vestido blanco de gasa con mangas largas, la muñeca de cara de porcelana es un poco pesada y aparatosa para ejercitar su maternidad temprana de niñita, pero es preferible al aro y la varilla -que la haría correr y transpirar- y muchísimo mejor que la bicicleta, tan de moda pero con el riesgo de perder prematuramente la inocencia; el columpio la marea un poco y de todos modos, no hay árboles tan grandes donde colgarlo, los eucaliptos apenas superan su estatura. Su mamá se llamaba también Lorenza, Lorenza Ezeiza Halliburton (nacida el 23 de marzo de 1858 y bautizada en la parroquia de Tandil) y murió el mismo día que nació ella un 7 de julio de 1882, desde el cielo la mira y la deja jugar a lo que quiera ¡siempre que no se ensucie! Su papá es un abogado de letra apurada, ilegible y decidida, que se tuvo que arremangar para criar a su hijita, su papá se llama Eduardo Zenavilla Villoldo. Lorenza llegó a la pila bautismal el 9 de setiembre de 1882 en brazos de sus abuelos maternos que recibieron como un consuelo el padrinazgo de la pequeña y le pusieron de nombre Fermina María Lorenza, pero para todos será siempre Lorenza. Lorenza conservará su piel blanca, Lorenza vivirá en San Telmo, Lorenza será la que donará los terrenos de su abuelos María Magdalena Halliburton – Wrigth (14/1/ 1816- 21/9/ 1884) y José María Ezeiza (1819- 24/12/ 1884) por disposición de Eduardo Zenavilla, su papá, al Ferrocarriles del Oeste. Eduardo, años más tarde, será uno de los importantes contribuyentes para la construcción de la Iglesia de la Inmaculada Concepción en Monte Grande. Lorenza será la prometida de un muchacho de buena familia de la sociedad; Lorenza se casará con Rafael Matías Ramos Mexía de las Carreras; Lorenza ocupará un sitio de honor junto al gobernador y los ministros cuando el almuerzo en la residencia La Sofía, durante los festejos por los 25 años del distrito Esteban Echeverría, el 9 de abril de 1938; Doña Lorenza será señora venerable y venerada en Ezeiza, donde pasará muchos veranos en la quinta. Recorrerá las polvorientas calles sin hollar sus plantas el colchoncito de tierra, desde el pedestal de su coche a caballo y el arnés de su largo vestido gris oscuro de cuello alto, saludará discretamente a los buenos vecinos que se quitan el sombrero antes de pronunciar “¡Buenos días doña Lorenza!”. Será la mamá del pueblo que lleva el nombre de su abuelo.
Grises
No sabemos si se conocieron, puede que sí porque vivieron en el mismo barrio. No sabemos si es tanta la casualidad de que llevaran el mismo nombre, tal vez para ligar la causalidad del apellido común. Ellas fotografían su tiempo con procedencia étnica y posición social. Ellas representan a una sociedad de desigualdades. Las unas en su infierno de pobreza y denigración. Las otras en sus indolentes jaulas de oro.

Por: Lic. Patricia Faure

martes, 5 de agosto de 2008

Vascos en Ezeiza

Las guerras carlistas del siglo XIX dinamizaron el proceso migratorio vasco hacia nuestra región. A partir de 1876, final de la Segunda Guerra Carlista, la salida se acentuó debido a la partida de los que habían militado en el bando derrotado. Nuestro distrito fue uno de los que recibieron a los inmigrantes vascos. En algunos casos, llegaron aquí respondiendo al llamado de parientes o amigos.
Los más pudientes compraban una fracción de campo, como fue el caso de Domingo Erratchú. Este pionero adquirió en 1889, un total de 120 hectáreas en la actual Tristán Suárez. Entre las personas que con él trabajaron, encontramos a Ramón Aguirre Zabalaga, Juan Antonena y Tomasa Alzugaray. Cuando la propiedad entró en sucesión, la empresa Furst Zapiola y Cía. la fraccionó en lotes. El remate se efectuó en 1934, siguiendo los lineamientos del Plano de 1893.
En la "Gran Guía Descriptiva de la Provincia de Buenos Aires" editada en 1896, se destacaba que tanto Ezeiza como T. Suárez tenían oficinas de correo. Despierta nuestro interés la inclusión como residentes en las tierras que hoy se corresponden aproximadamente con el Distrito de Ezeiza, de los siguientes vascos: Andrés BARRAIVAR; Martín BASTARRICA; Pedro ECEVERRI y Eugenio BERASAIN. Todos tamberos vecinos del Cuartel 7mo., de acuerdo a la nomenclatura del partido de San Vicente. No faltaron los dedicados a otros oficios, como es el caso de Domingo RACHO, que se declaró como Invernador residente en el Cuartel 4to. En la mencionada guía figuran como almaceneros de T. Suárez, los nombres de Francisco GALAGUERRE y Eugenio VERASAIN. En cuanto a Miguel ETCHEMARDI, solo lo declararan como propietario en el Cuartel 6to. Salvo en el caso de Juana UGARTE, casada con Eugenio BERASAIN, desconocemos todavía los nombres de las compañeras, hijos y familiares por afinidad. Entre estos últimos, se encuentra Fermín ARCE, quien llegara con Eugenio y su familia a Buenos Aires, desde Pamplona, en el año de 1877. Hemos podido rescatar para esta historia, el nombre de una mujer dedicada al tambo en el Cuartel 7mo., llamada María VERRUETA.
Los apellidos no suelen decirnos mucho, apenas orientarnos sobre la patria natal de quien lo porta. Pero valga la inclusión de los nombres para recordarnos la necesidad de escribir la "otra historia", la de los hombres y mujeres que forjaron nuestra identidad con su trabajo y sus sueños.
Por: Juan Carlos RAMIREZ