Negra
Lorenza Ezeyza juega haciendo tortas de barro a orillas del río, las velitas de cumpleaños son bolillas de paraíso, la blonda que rodea el manjar terroso son flecos de hojas de sauce. Cuando ya esta seca la ropa que lavó, esa que ahora descansa dura de almidón sobre los pastitos tiernos del borde, la pliega prolijita en una atado que equilibra sobre su cabecita motuda y vuelve a ser la lavandera Lorenza, abandonando sus juegos de niña. Lorenza tiene que luchar trabajando para subsistir. Ya no es época de la tranquilidad protectora de algún amo como cuando la esclavitud, bajo el ala de un dueño que la mantuviera y cuidara y velara por ella, mientras a ella le duraran la salud y la juventud. Va ensayando pasitos de baile por el sendero hacia el poblado con su inmaculada carga. Copia la danza de sus papás, los ve bailando en su mente, pero no logra disipar la bruma del recuerdo y oscila entre verlos danzar en una fiesta de la patrona Nuestra Señora de Aranzazú o en el carnaval donde las naciones se sacan chispas compitiendo. Su papá era Luis Vicente Ezeyza de Nación Bamba, su mamá era Francisca Merlo, una morena libre. Se casaron en la parroquia de San Fernando el 6 de setiembre de 1835. La mamá era natural de Buenos Aires, de apellido Merlo porque era hija legítima de Antonio Merlo y Joaquina Merlo. El papá era un moreno esclavo que llevaba el apellido Ezeyza porque lo tomó de su dueño, el señor Juan José Ezeyza casado con doña Isabel del Castillo, José María Ezeiza, aquel que quedó inmortalizado nombrando a una localidad y a un distrito, fue sobrino segundo en cuarto grado de consanguinidad de este matrimonio.
Lorenza Ezeyza adulta vivió en un inquilinato de Chile 536. Cayó muerta en plena vereda casi al mediodía del 10 febrero de 1898 en la esquina del barrio de San Telmo, “sólo dejó en la habitación un catre completamente deteriorado y algunas ropas muy usadas”.
Blanca
Fermina María Lorenza Zenavilla Ezeyza juega bajo los paraísos de la quinta de Ezeiza, su piel blanca no debe tostarse como la de una campesina pobre. La hicieron sentar sobre una esterilla para que no se ensucie el fresco vestido blanco de gasa con mangas largas, la muñeca de cara de porcelana es un poco pesada y aparatosa para ejercitar su maternidad temprana de niñita, pero es preferible al aro y la varilla -que la haría correr y transpirar- y muchísimo mejor que la bicicleta, tan de moda pero con el riesgo de perder prematuramente la inocencia; el columpio la marea un poco y de todos modos, no hay árboles tan grandes donde colgarlo, los eucaliptos apenas superan su estatura. Su mamá se llamaba también Lorenza, Lorenza Ezeiza Halliburton (nacida el 23 de marzo de 1858 y bautizada en la parroquia de Tandil) y murió el mismo día que nació ella un 7 de julio de 1882, desde el cielo la mira y la deja jugar a lo que quiera ¡siempre que no se ensucie! Su papá es un abogado de letra apurada, ilegible y decidida, que se tuvo que arremangar para criar a su hijita, su papá se llama Eduardo Zenavilla Villoldo. Lorenza llegó a la pila bautismal el 9 de setiembre de 1882 en brazos de sus abuelos maternos que recibieron como un consuelo el padrinazgo de la pequeña y le pusieron de nombre Fermina María Lorenza, pero para todos será siempre Lorenza. Lorenza conservará su piel blanca, Lorenza vivirá en San Telmo, Lorenza será la que donará los terrenos de su abuelos María Magdalena Halliburton – Wrigth (14/1/ 1816- 21/9/ 1884) y José María Ezeiza (1819- 24/12/ 1884) por disposición de Eduardo Zenavilla, su papá, al Ferrocarriles del Oeste. Eduardo, años más tarde, será uno de los importantes contribuyentes para la construcción de la Iglesia de la Inmaculada Concepción en Monte Grande. Lorenza será la prometida de un muchacho de buena familia de la sociedad; Lorenza se casará con Rafael Matías Ramos Mexía de las Carreras; Lorenza ocupará un sitio de honor junto al gobernador y los ministros cuando el almuerzo en la residencia La Sofía, durante los festejos por los 25 años del distrito Esteban Echeverría, el 9 de abril de 1938; Doña Lorenza será señora venerable y venerada en Ezeiza, donde pasará muchos veranos en la quinta. Recorrerá las polvorientas calles sin hollar sus plantas el colchoncito de tierra, desde el pedestal de su coche a caballo y el arnés de su largo vestido gris oscuro de cuello alto, saludará discretamente a los buenos vecinos que se quitan el sombrero antes de pronunciar “¡Buenos días doña Lorenza!”. Será la mamá del pueblo que lleva el nombre de su abuelo.
Grises
No sabemos si se conocieron, puede que sí porque vivieron en el mismo barrio. No sabemos si es tanta la casualidad de que llevaran el mismo nombre, tal vez para ligar la causalidad del apellido común. Ellas fotografían su tiempo con procedencia étnica y posición social. Ellas representan a una sociedad de desigualdades. Las unas en su infierno de pobreza y denigración. Las otras en sus indolentes jaulas de oro.
Por: Lic. Patricia Faure
Y conocí a Rafael Ramos Mejía...
ResponderEliminarEl articulo muy interesante y muy bien escrito.
Felicitaciones!