miércoles, 28 de junio de 2023

16 de junio de 1955

Bombardean Plaza de Mayo
El 16 de junio de 1955, la Aviación Naval y la Fuerza Aérea bombardearon Buenos Aires buscando asesinar al presidente Juan Domingo Perón y a los miembros de su gabinete, para consumar un golpe de Estado.
Los aviones lanzaron más de cien bombas (unos 9.500 kg), y miles de balas 7,62 y 20 mm. La mayoría cayeron entre Plaza de Mayo y Parque Colón y sobre la franja que va desde el entonces Ministerio de Ejército (Edificio Libertador) y la Casa Rosada, hasta el Centro Cultural Kirchner (edificio del ex Correo Central) y el Ministerio de Marina.
La Casa Rosada, la Plaza de Mayo y sus adyacencias (donde se registró el mayor número de víctimas), el Departamento Central de Policía y la residencia presidencial (ubicada donde hoy está la Biblioteca Nacional) fueron los principales objetivos.
El ataque aéreo contra la población civil, dejó 364 muertos y más ochocientos heridos. El Archivo Nacional de la Memoria (Secretaría de Derechos Humanos), publicó en el 2010, que se identificaron 309 muertos, aclarando que debían sumarse «un número incierto de víctimas cuyos cadáveres no lograron identificarse, como consecuencia de las mutilaciones y carbonización causadas por las deflagraciones». Fueron reconocidos 111 sindicalistas de los cuales 23 eran mujeres, también fueron identificados 6 niños y niñas, el menor de ellos de 3 años. ​La mayoría de los muertos fueron argentinos, pero también hubo 12 italianos, 5 españoles, 4 alemanes y 6 muertos de nacionalidades boliviana, chilena, estadounidense, paraguaya, rusa y yugoslava.
Se había planificado que después del bombardeo, una junta cívico-militar controlaría el poder, intervendrían la CGT y las provincias, liberarían a los presos por razones políticas y fusilarían a quienes resistieran su autoridad.

Las acciones
A las 12:40, aviones de la Armada Argentina que habían estado sobrevolando la ciudad, bombardearon y ametrallaron Plaza de Mayo. El ataque recayó sobre la población que realizaba actividades normales en un día hábil. El primer avión naval (matrícula 3B-3), estaba tripulado por: capitán de corbeta J. Imaz Iglesias, teniente de corbeta A. Richmond, capitán de fragata O. Guaita, cabo principal R. Nava y guardiamarina M. Grondona. La aeronave dejó caer sus bombas y la primera dio contra un trolebús repleto de niños, provocando la muerte de todos ellos.
Fracasada la sedición, muchos responsables del bombardeo se refugiaron en Uruguay. Más de cien personas llegaron a Montevideo a bordo de los aviones utilizados en el ataque. Regresaron en septiembre de 1955, luego del golpe de la Revolución Fusiladora. Sus nombres se reiterarían en genocidios posteriores: Osvaldo A. Cacciatore, Carlos Carpineto, Carlos Corti, Horacio Estrada, Carlos Fraguio, Eduardo Invierno, Emilio Massera, Horacio Mayorga, Suárez Mason, Jorge Mones Ruiz, Oscar Montes, Alex Richmond, Máximo Rivero Kelly. También participaron civiles como Miguel Ángel Zavala Ortiz (UCR), Américo Ghioldi (P. Socialista), Adolfo Vicchi (P. Demócrata Nacional), Mario Amadeo y Luis M. de Pablo Pardo (nacionalismo católico).

Las acciones en Ezeiza
El aeropuerto de Ezeiza fue base para el despliegue y pensada para el reabastecimiento sedicioso. El que impulsó fue el capitán de fragata Jorge Bassi, quien desde hacía más de un año había construido clandestinamente, un depósito para almacenar bombas y combustible. Un simulacro aéreo había sido aprovechado para el traslado de explosivos desde Bahía Blanca hacia Punta Indio y Ezeiza.
Iniciada las acciones, el capitán Bassi tomó Ezeiza, esperando el refuerzo de los infantes de Marina, que ya habían partido desde Punta Indio en cinco aviones Douglas C47.
El mando leal ordenó a la Base Aérea de Morón envíe interceptores y rápidamente despegó una escuadrilla de cuatro Gloster Meteor que no pudieron impedir el bombardeo, pero interceptaron una escuadrilla naval rebelde derribando a dos aviones, uno de ellos un hidroavión bombardero Catalina derribado sobre Ezeiza, en donde averiaron una nave de bandera danesa que estaba en la pista del sector aerocomercial.
Zenón Navarro y un compañero, empleados del Ferrocarril Belgrano, estaban trabajando sobre el riel a la altura del aeropuerto, cuando presenciaron como unos aviones ametrallaban la pista y las aeronaves de la marina estacionadas.

El final
Desde el edificio del Ministerio de Ejército, el Presidente Perón dio instrucciones para neutralizar las acciones y ordenó a la base aérea de San Luis que despegara una escuadrilla para atacar Punta Indio y Ezeiza.
A media hora de la primera bomba, la conspiración dominaba Punta Indio, Morón y Ezeiza. Sin embargo, las acciones de la aviación leal sumado al avance de las tropas del Regimiento 3 de La Tablada hacia el aeropuerto, el fracaso del intento de asesinar a Perón y de las acciones en general, hicieron que la Marina negociara los términos de la rendición.
En la Brigada de Morón, unos 100 complotados que seguían en combate contra las fuerzas oficiales, comienzan a evacuarse en un Douglas DC3 enviado desde Ezeiza. El embarque trajo aparejado enfrentamiento entre ellos ya que el avión solo podía transportar 30 hombres, aunque finalmente partió con 50 de ellos.
Terminada las acciones bélicas, desde las bases de Morón y Ezeiza, treinta y seis aviones con ciento veintidós sublevados huyeron hacia Uruguay. Los tres líderes de la rebelión, Olivieri, Toranzo Calderón y Gargiulo, fueron encarcelados en calabozos separados. En la madrugada del día 17 El mayor del Ejército Pablo Vicente, a cargo de la custodia de los prisioneros del Ministerio de Marina, les adelantó que serían juzgados por una corte marcial y que no podrían escapar al fusilamiento. Antes de retirarse, dejó a cada uno de ellos una pistola para que decidiera por sí mismo su destino. Uno solo la usó, Gargiulo.

Por: Juan Carlos Ramirez Leiva 

miércoles, 21 de junio de 2023

20 de junio de 1973. La previa.

La noche previa Gigena no pudo dormir por la ansiedad que le generaba el gran reencuentro del pueblo con su líder, no solo por escuchar su discurso, sino por verse la cara con compañeros de otras localidades “que aunque no los conociera sabía que sentían y pensaban como uno. Estaba en un estado de éxtasis total, imaginaba un mundo mejor desde ese día en adelante”.
Sin embargo, en las primeras horas de la madrugada los enfrentamientos internos comenzaron a multiplicarse. Gigena, quien participaba en el armado de las columnas para llegar temprano y ubicarse cerca del escenario ante la expectativa de una concurrencia masiva, comenzó a oír disparos.
“Se registraron en la previa al acto varias escaramuzas en la provincia, no se sabían de donde venían los tiros. Lo cierto es que tres proyectiles impactaron en mis piernas”, reveló. Inmediatamente fue trasladado al Hospital San José ubicado en Monte Grande (hoy allí funciona la Dirección de Cultura de Esteban Echeverría) en lo que sería el comienzo de su odisea.
“Aquel nosocomio estaba tomado por gente vinculada con la Juventud Peronista de la República Argentina (JPRA), es decir, una de las alas más conservadoras. La orden era dejarme morir, no me dieron ningún antibiótico y me suministraban morfina cada tres horas. La situación salió a la luz porque a una enferma de la cruz roja le caí simpático y cuando llegó mi mamá la agarró aparte y le dijo que por favor me llevara de ahí porque me estaban dejando morir, solo me daban morfina para que no sienta nada”, explicó.
Una vez enterados de la situación sus compañeros de militancia dialogaron con el director del centro hospitalario y consiguieron una orden de traslado al Lucio Meléndez de Adrogué. Allí se hicieron cargo de su humanidad un médico y una médica, para él, dos ángeles: “Creo que eran pareja, le pidieron a la enfermera que fuera a buscar un calmante y me dijeron ‘quedate tranquilo, estás entre amigos’. Ese hospital estaba tomado por la JP Tendencia”.
Gigena sobrevivió a los dispararos y a tres intervenciones quirúrgicas que le demandaron un buen tiempo de recuperación. Su sueño de estudiar sociología quedó trunco cuando la dictadura militar decidió anular durante varios años esa carrera junto con la de filosofía. “No querían que el pueblo piense”, agregó.
A sus 69 años, Víctor recuerda los sucesos del setenta como “la primera vez que se produjo una grieta dentro del campo popular”. Es consciente de que la división interna solo debilita al movimiento y favorece la aparición de discursos negacionistas, aunque no modifica sus convicciones adquiridas desde chiquito, cuando su padre, también militante, le recomendaba leer e informarse para luego debatir con fundamentos.
“Si me preguntás cómo quisiera morirme sería en una Plaza de Mayo llena saltando y cantando la marcha peronista”, sentenció. 

Publicado en: eldestapeweb.com