Parados en la ochava, desplegamos un viejo plano porque es un lugar inspirador para encontrar algún aporte a nuestra historia. En letras rojas y grandes se lee "Remate los días 17 y 24 de marzo de 1935 en Tristán Suárez (Ferrocarril del Sud)".
Al mirar las calles que formaban el damero de los terrenos loteados y puestos a la venta, vemos que esas manzanas hoy son el centro de la ciudad -si lo consideramos por la proximidad con el publicitado tendido del ferrocarril y la ruta nacional 205-. Durante esos dos días se redefinió una vez más la geografía urbana y la población de esa zona.
"¡A Suárez! ¡A Suárez, que ya nos vamos!", anunciaba a los gritos un señor el domingo en Plaza Constitución. Y se hacía aunque lloviera. No se trataba de un guarda buscando pasajeros perdidos. Sólo intentaba captar a futuros clientes para los remates de lotes. En el mejor de los casos se les ofrecía boleto de ida y vuelta en tren, gratis. Al llegar a destino los esperaba una carpa bien ventilada por los costados; para los señores había habanos y vino carlón, para las señoras bizcochos de cremona.
Las firmas rematadoras parecen que eran de lo más democráticas, se codeaban Furst Zapiola y Cía. (fundada en 1908), Giménez Zapiola y Cía., y Rufino de Elizalde y Cía.; democráticas porque todas vendían a mensualidades. "Tierra alta, fértil y apta para cualquier clase de cultivo, aparente para el codiciado fin de semana, para establecer en ella la chacra, el vivero o la granja", Otro argumento que empleaban era la prosperidad y la autopista que vendrían de la mano del aeropuerto, sin olvidarse de los comercios importantes -el almacén de Gaddini en Tristán Suárez, el almacén de los hermanos Harguindeguy en Ezeiza, la Nueva Era de Cresmani en Canning- y los espacios asignados a la escuela, la plaza y el molinete para cruzar las vías.
Transitando hoy la urbanidad reconocemos marcas de esa época, como franjas geológicas, el ayer en el hoy. Vemos no solo la mano de aquellos rematadores y los vecinos que pagaron las 120 cuotas, también los que eran o son un tanto más poderosos; negocios inmobiliarios, usucapciones oportunamente detectadas, asentamientos electorales. Por citar sólo ejemplos de José María Ezeiza;: un mojón que suponemos resto de la venta de propiedad de Eduardo Labougle en la esquina de Balcarca y Provincias Unidas; una vereda ancha -no sabemos por qué- en Paso de la Patria al 100; una calle 9 de julio reducida-sorpresivamente - a media calzada al atravesar Tuyutí, ahí sí sabemos, la construcción esta a la vista; arterias de césped y no holladas por autos aún, como unas cuadras de Paunero; el cuadrado vacío de Goñi, que funciona como campito para el fútbol los fines de semana, sobre Perón, entre Ituzaingo y Balcarce; hermosos pasajes, como el de Angostura bordeado de casuarinas; las construcciones nuevas levantadas sobre bañados, como la manzana de las Luces, donde funcionan el Centro Educativo Complementario 502 y la Media 4. La fisonomía urbana se redefine continuamente por obra y gracia de sus propietarios y de sus pobladores, que no siempre son lo mismo.
Lic. Patricia Celia Faure.
Haciendo nuestro aquello de que: "La Historia es ancha y ajena", aportamos buscando mejores comprensiones de nuestro presente.
lunes, 29 de junio de 2020
viernes, 19 de junio de 2020
Estancia La Catalina
En la región sobreviven aún casonas como perdidas en
el tiempo. Este es el caso de la estancia “La Catalina”,
declarada Patrimonio Histórico por el
H.C.D en el 2019, gracias al
relevamiento de la Junta de Estudios Históricos de Ezeiza y al Museo Regional
Tristán Suarez. Su casco se
ubica en las calles Ñandubay y David
Peña, límites entre Canning y Barrio El
Trébol (La Unión).
La edificación permanece rodeada de una frondosa
arboleda de eucaliptus, cedros, caminos de ligustros, bambúes exóticos de gran
altura y un ombú originario. El trinar de las aves que se puede escuchar es un
concierto que a uno lo impregna de naturaleza.
Murzi, ingeniero civil, compró 617 hectáreas a Juan Manuel Acosta a finales del siglo XIX, siendo llamada estancia La Catalina, en homenaje a su madre. Leemos en La Gaceta, un año antes de su muerte: “El ingeniero se dedicó con éxito a sus actividades a
la dirección y construcción de casas particulares y de renta, demostrando alta
pericia en esta rama arquitectónica. Su firma llegó a ser altamente cotizada y supo imponerse
desde el primer momento por su refinado
buen gusto, adaptando las construcciones
a todas las exigencias de la comodidad, la higiene y la euritmia. Los edificios
que construyó pueden admirarse en
nuestras calles más céntricas y concurridas.(...) A la industria agropecuaria
consagró ingentes esfuerzos, adquiriendo los establecimientos “San Teodoro”, situado en Labardén , y “La Catalina”, en Ezeiza (prov. de Buenos
Aires), que han tenido un próspero
desenvolvimiento. El establecimiento que posee en el citado partido de
Labardén cubre una superficie de 3.000
hectáreas; dedicado a la cría de vacunos
y otros ganados”
El modelo de país en ese momento, se orientaba
exclusivamente a la producción y exportación
agropecuaria y las mieses de la tierra eran bien cotizadas en el exterior y el plan de Eduardo Murzi, era ser parte de ese engranaje económico.
Era una época dorada para los poseedores de tierras y sus socios; sus ganancias
permitían disfrutar de niveles de vida de clase alta europea y a su vez
importar elementos suntuosos que aquí no
se producían. Argentina era considerada el granero del mundo y Eduardo Murzi
contaba con dinero, capacidad y contactos para ser un empresario exitoso. En
su propiedad en la capital federal era común la visita de artistas y músicos.
Eran amantes, junto a Maria Rocca, de lo lírico y el teatro por lo que contaban
en su casa con teatro propio con capacidad para 200 personas. Era una tradición
festejar a finales de agosto la celebración llamada “Santa Rosa”, en honor a la
madre de Maria Rocca. En esa celebración era común correr las sillas del teatro
para dar lugar al baile y diversión.
En Canning, no hubo colonias
agrícolas o ventas de lotes de la banca francesa, como si lo fue en otras
partes del ramal. La iniciativa debió estar en manos de esta burguesía criolla
que poseía los medios de producción. El crecimiento económico del país parecía
no tener fin, pero la Primera Guerra Mundial y luego la crisis de 1930
trastocaron los planes de estos
terratenientes. La familia Murzi tuvo que vender parte de sus tierras sobre el Camino Real a Las Flores y arrendar. Alejandro Tuñón, contador y bisnieto del primitivo dueño, accedió a una
entrevista en donde nos aclaró que luego de la muerte de Eduardo en 1936, La Catalina fue utilizada
principalmente como una residencia de
descanso.
Los descendientes de Eduardo explotaron ciertas
actividades agropecuarias a pequeña escala. Una salida
económica para la familia fue el arrendamiento a Juan y Pedro Echart en 1943, quienes se dedicaron al tambo hasta la
década del 60. Siguió Manuel García Tuñón (Padre de Alejandro)
que contrato a Juan Marraco y luego a Toledo, continuando
la explotación tambera. Esta actividad
trasladaba en ferrocarril los tarros de leche (estación Ezeiza). La memoria oral recoge historias de Alberto
Goñi, él era una especie de veterinario sin título. Su universidad fue la
experiencia campera. Los mitos entre los baquianos eran recurrentes como por ejemplo: curar con
la palabra, especie de rezo que nadie escucha más que el animal.
Retomando las actividades de la Catalina, otra
iniciativa fue la cría de cerdos pero no
funciono, ya que los persistentes robos no permitieron que el negocio creciera.
Alejandro Tuñón señalo que eran más los
robos que las ganancias. Los
herederos, al no poder explotar la tierra
con éxito, continuaron con el fraccionamiento y japoneses y portugueses adquirieron algunas hectáreas para finales de la década del 60. Eiko, Higa, Arakaki,
Tamashiro, por un lado, y tres hermanos de apellido Almeida: Américo,
Manuel y Antonio. Todos ellos se
dedicaron a la plantación y comercialización de verduras. Estas quintas dieron trabajo y subsistencia a
familias que llegaron a los barrios cercanos desde distintas provincias y países
limítrofes en la década del 70 y 80.
Luego de unos años, los
portugueses vendieron y en esas
hectáreas hoy se ubica el Parque Industrial Canning, uno de ejes productivos del Partido de Ezeiza. El casco de La Catalina se mantiene intacto.
Por: Prof. Elio Daniel Salmón
Nota del editor: debido a lo extenso de la nota (sumamente valiosa en datos), se publica un extrato del original.
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