Muchas de las familias fundantes de Ezeiza, se originaron en bailes locales. Los chicos recelaban de los muchachos venidos de otros pueblos, muchos de ellos provenientes de Llavallol, y que llegaban atraídos por las bonitas chicas ezeicenses. Algunos muchachos de entonces, contaba don Barone, solían violentarse primero con los más osados, quienes sólo eran aceptados tras recibir “una paliza” ceremonial.
Antes de que la fusión entre el Sportivo y el Juventud diera origen al Club Social y Atlético Ezeiza (25/04/1937),algunos de los jóvenes ezeicinos socialmente más activos, como Alfredo Pascuaré, se daban cita en el Club Deportivo y Social Juventud Unida. Éste había sido fundado en 1930 y funcionaba en un galpón de chapas, en Ituzaingó a metros de Libertad, que había albergado a un taller. El amplio local, alquilado a don Salvador Tortajada, tenía pisos de madera por lo que había que trajinar para limpiar o disimular las lógicas manchas de aceite. Antes de cada velada se lo lustraba con una pasta que era el resultado de moler velas, por ese entonces todavía compuestas con esterina. A fines de 1934 ya no pudieron seguir alquilando el salón pero las milongas, continuaron.
Entre 1935 y 1940, la falta de locales bailables no amilanó a nuestra juventud. En lo de Palma, donde actualmente están las oficinas de una empresa local de transporte de pasajeros y en donde anteriormente funcionaran consultorios médicos, existía un taller de mecánica automotriz ubicado sobre la ruta 205. Allí, las chicas y chicos se organizaron de modo tal que los sábados, mientras los muchachos sacaban los trastos pesados, las chicas baldeaban y arreglaban el lugar. No sólo acudían solteras y solteros, sino que también era habitual que allí llegaran los matrimonios jóvenes, incluso con pequeños, según recuerda Telma Pascuaré.
Eran tiempos en que no existía Edesur ni Segba (empresas de servicios eléctricos); lo único alumbrado era un tramo de la ruta, nueva por entonces. Los faroles a kerosén igualmente daban la claridad suficiente para iluminar a las bellas, siempre y cuando no se olvidaran del necesario “bombeo”.
No diferían demasiado los bailes organizados en Tristán Suárez salvo por el hecho de que el café, bar y restaurante Berutti, que brindaba su excelente local para tales eventos, contaba con un equipo generador de electricidad y eso lo distinguía. Nos cuenta Carolina Ovejero, que el local ubicado sobre la ruta a metros de la estación y en donde funcionaría posteriormente una oficina de Segba, tenía pisos de madera que se lustraban esmeradamente, luego de correr la pesada mesa de billar. Las luces y el ventilador de techo deslumbraban tanto como su conocida máquina de 4 bocas para hacer café express. La gran pianola eléctrica alemana con que contaba, permitía escuchar desde valses vieneses a tangos, toda una orquesta tocando para quienes insertaran… diez centavos en la ranura.
Juan Carlos Ramirez.
Haciendo nuestro aquello de que: "La Historia es ancha y ajena", aportamos buscando mejores comprensiones de nuestro presente.
domingo, 19 de abril de 2009
jueves, 9 de abril de 2009
Recordando a la profesora Siciliano
Tenía 10 pequeños años cuando su familia se trasladó de su Zapala natal hacia los pagos de Monte Grande, allá por 1950.
Inquieta, supo tempranamente que ser docente era su lugar en esta vida. En el INSP Joaquín V. González se recibió de profesora de Historia y por concurso, accedió al cargo de inspectora de Escuelas Primarias de la Provincia de Buenos Aires. Llegó a ser la Inspectora Jefe de la Región XVI de Mar del Plata y Asesora de la Dirección de Educación Primaria de la provincia.
Explicar qué significó Isolina para nuestro hacer cultural, es casi inconmensurable. Difícil abarcar tantas inquietudes y participaciones. Fue socia fundadora y primer secretaria de la Biblioteca Pedagógica “Nélida E. de Casademont” de E. Echeverría y organizadora del Museo Municipal en 1974, además de secretaria de una subcomisión en el 50º Aniversario del Partido de E. Echeverría.
De dura voz, estudiada declamación, inspirada verba, guió la formación de maestros desde l.S.F.D. Nº 35. Allí dictó Ciencias Sociales y Didácticas de las Ciencias Sociales, en tanto enseñaba a “querer lo propio”, valorar lo nacional y defender lo regional. Integró la C. D. de la Asociación Cultural Sanmartiniana, fue conferencista y jurado en jornadas de didáctica.
Solidaria, colaboró en la Cooperadora del Policlínico Sofía Terrero de Santamarina y en LALCEC. Fue reconocida con el Premio Nacional Sanmartiniano en 1987 y como Trabajadora de la Cultura en 1988. Socia fundadora de la Asociación de Artes y Letras de E. Echeverría y del Círculo de Periodistas, integro la Junta de Estudios Históricos de E. Echeverría, como Miembro de Número. Colaboró en periódicos, antologías poéticas y elaboración de folletos sobre nuestra historia regional.
La recordamos por su labor docente, como periodista e historiadora. En este rol rescató muchas estampas de nuestra ciudad en un trabajo titulado “Apostillas del partido de Ezeiza”, que fuera publicado en la “Memoria de la Jornada de Historia de Pueblos”, realizada en agosto del 2000.
La Profesora Isolina Siciliano, quien nos dejó un 09 de marzo, pensaba, tal vez, en su poema”Pasajero”:
“Hoy el mar / me regaló un mensaje / decía: Pasajero / desciende en esta playa rumoreante, / Tal vez tu barca / Ha encontrado / Nuevo velamen.”
Por Juan Carlos Ramirez Leiva
domingo, 5 de abril de 2009
Las Delicias en Canning
El impacto de la crisis de 1930 en el valor de la tierra, obligó a muchos terratenientes a vender parte de sus propiedades. Los poseedores de pequeños capitales accedieron a la compra de fracciones que le permitieron desarrollar pequeñas y medianas unidades de producción. Tambos, quintas de verduras, plantaciones de duraznos, manzanos y criaderos de gallinas ponedoras, compartían el espacio con productores de miel y de dulces, en tanto, algunas pequeñas granjas criaban animales. El agotamiento del modelo agroexportador no impidió que la economía local quedara sujeta a la producción agropecuaria, pero dentro de un marco de creciente diversidad que cambió rápidamente el paisaje en Ezeiza. En este contexto, no puede extrañar el desarrollo de los viveros de flores y el más importante de nuestra región, fue La Delicia.
Pedro Antonio De Maio se instaló en las actuales calles Lacarra y E. Mitre cuando decidió independizarse del papá, propietario de “El jardín de las delicias” de Lanús. Eligió Ezeiza no sólo porque los atractivos precios del remate le permitieron acceder a cuatro hectáreas en 1931, sino también por lo alto de las tierras y además, porque le gustó el lugar. En 1932 decide radicarse definitivamente aquí con su familia, en un tiempo en que desde nuestro Canning podían verse el paso de los trenes por los dos ramales existentes, tal era la falta de construcciones y de árboles por aquel entonces. Aún no existía la Ruta 205 y el Camino a Las Flores era un camino Real ni siquiera abovedado, tan ancho como polvoriento, camino por donde las tropas de vacunos transitaban hacia su destino final. Las instalaciones del vivero fueron prácticamente un mojón de referencia para orientar a quienes buscaban internarse en el campo, en busca de caza.
Pedro Antonio, su hermano Juan y algún ocasional peón, comenzaron a trabajar la tierra. Plantaban, injertaban y producían con ganado sudor, el reconocimiento del mercado. Don Pedro no había estudiado botánica pero había aprendido del papá, de ver a los feriantes, de preguntar, leer… y trabajar con pasión. Los incipientes remates de principios de la década de 1930 se fueron haciendo cada vez más frecuentes y la zona comenzó a crece demográficamente. Los nuevos vecinos buscaban plantas para sus terrenos, como reparo del viento, para frescas sombras y también como frutales y adornos. La creciente demanda requirió de limoneros, naranjas, mandarinas, ciruelos, duraznos, damascos, almendros, castaños, uva, pera, granado, coníferas, nogales; algunas plantas para jardín, otras para cerco como ligustrina, ligustro, grateus. En fin, de todo y todo producido en el vivero de De Maio.
Puede afirmarse que casi la mitad de la forestación de Ezeiza fue el resultado de la producción del mencionado vivero, que funcionó hasta 1978. La Junta de Estudios Históricos del Distrito Ezeiza destacó en el 2004 a las instalaciones de La Delicia, en cuyo predio se conservan aún los invernáculos de vidrios, como de interés patrimonial histórico. Se instaló allí un cartel identificatorio pintado por el maestro fileteador, Luís Alberto Plaquín. Creímos necesario incluir a los pioneros, a los que crearon los barrios cuando aún no existían vecinos. Tal es el caso de don Pedro Antonio De Maio y el Vivero La Delicia, precursores, hacedores de nuestra temprana historia.
Juan Carlos Ramírez.
Pedro Antonio De Maio se instaló en las actuales calles Lacarra y E. Mitre cuando decidió independizarse del papá, propietario de “El jardín de las delicias” de Lanús. Eligió Ezeiza no sólo porque los atractivos precios del remate le permitieron acceder a cuatro hectáreas en 1931, sino también por lo alto de las tierras y además, porque le gustó el lugar. En 1932 decide radicarse definitivamente aquí con su familia, en un tiempo en que desde nuestro Canning podían verse el paso de los trenes por los dos ramales existentes, tal era la falta de construcciones y de árboles por aquel entonces. Aún no existía la Ruta 205 y el Camino a Las Flores era un camino Real ni siquiera abovedado, tan ancho como polvoriento, camino por donde las tropas de vacunos transitaban hacia su destino final. Las instalaciones del vivero fueron prácticamente un mojón de referencia para orientar a quienes buscaban internarse en el campo, en busca de caza.
Pedro Antonio, su hermano Juan y algún ocasional peón, comenzaron a trabajar la tierra. Plantaban, injertaban y producían con ganado sudor, el reconocimiento del mercado. Don Pedro no había estudiado botánica pero había aprendido del papá, de ver a los feriantes, de preguntar, leer… y trabajar con pasión. Los incipientes remates de principios de la década de 1930 se fueron haciendo cada vez más frecuentes y la zona comenzó a crece demográficamente. Los nuevos vecinos buscaban plantas para sus terrenos, como reparo del viento, para frescas sombras y también como frutales y adornos. La creciente demanda requirió de limoneros, naranjas, mandarinas, ciruelos, duraznos, damascos, almendros, castaños, uva, pera, granado, coníferas, nogales; algunas plantas para jardín, otras para cerco como ligustrina, ligustro, grateus. En fin, de todo y todo producido en el vivero de De Maio.
Puede afirmarse que casi la mitad de la forestación de Ezeiza fue el resultado de la producción del mencionado vivero, que funcionó hasta 1978. La Junta de Estudios Históricos del Distrito Ezeiza destacó en el 2004 a las instalaciones de La Delicia, en cuyo predio se conservan aún los invernáculos de vidrios, como de interés patrimonial histórico. Se instaló allí un cartel identificatorio pintado por el maestro fileteador, Luís Alberto Plaquín. Creímos necesario incluir a los pioneros, a los que crearon los barrios cuando aún no existían vecinos. Tal es el caso de don Pedro Antonio De Maio y el Vivero La Delicia, precursores, hacedores de nuestra temprana historia.
Juan Carlos Ramírez.
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