lunes, 18 de julio de 2022

Recordando a Clara Gagni (última parte)

Mientras vivía Natta, la editorial Estrada donaba el papel. Cuando el falleció, lo tuvieron que comprar, a un precio económico, pero a no era gratís. La calidad del papel era gruesa y pesaba mucho, pero debían conformarse porque primero era donado y segundo, barato. Cuando había que cargar los cientos de kilos de papel, también estaban Clara y Estela, quienes los llevaban a la imprenta.

Durante el tiempo que fue directora de "La voz de mi Parroquia", pensaba en cada paso que ejecutaba si Natta lo hubiera hecho así. Puso su vida, pasión y dinero para continuar con la obra. Clara redactó la última editorial desde la cama del hospital. El cáncer la estaba matando y los cuatro atados de cigarrillos que fumaba diariamente colaboraron para acelerar su enfermedad. Muy enferma, asistió al Concejo Deliberante para ser declarada Ciudadana Ilustre, el 14 de mayo de 1997.
Falleció el 27 de julio de 1998 y el 12 de agosto del mismo año, El Concejo Deliberante -por Resolución 1072- designo con su nombre el pasaje de circunvalación de la Plaza César Achiary. Decía la Resolución: "Es merecedora por toda la tarea realizada, el ser recordada para siempre en una calle del distrito"

Por: Bini Hebe Peñuelas

Nota: Segunda y última parte del extracto de lo expuesto por la autora en el "Quinto Encuentro con Nuestra Historia" y publicada en "La Palabra de Ezeiza" el 4/08/2005. Bini, reside en el Barrio Uno, es periodista y fue la directora de "El Morueco Terenciano".

Recordando a Clara Gagni (Parte I)

En 1952 vinimos a vivir a Ezeiza. Desde esa época transito el distrito. Luego de tener a mi familia, observé que la zona estaba cada vez más olvidada y no había ningún ente a quien reclamar. Monte Grande era la cabecera de Esteban Echeverría y por acá nunca se veía ninguna máquina. Por eso, concerté una entrevista con Clara Gagni y de entrada le explique que no tenía título de periodista. Enseguida ella me respondió algo que no olvidaré nunca: "Con los títulos, no trabajo". A partir de ese momento, en 1992, trabajé con ella alimentándome de su fuerza y energía.
Clara era de un pueblo de la provincia de Venecia. Nació el 4 de octubre de 1935. Vino de Mestre al país en 1958.Vivió con su familia la II Guerra Mundial y oyó desde los refugios los bombardeos. Su padre fue un enlace de los partisanos, las fuerzas nacionalistas que defendía a Italia durante la ocupación alemana. Paradójicamente, su hermano Armando se había enlistado por el ejército alemán para servir al Eje. Ella siempre recordaba que con sus hermanos más chicos jugaba entre las bombas.
Cuando la familia en 1953 decidió emigrar de la Italia arrasada, no pudo viajar porque estaba enferma de tuberculosis, Tuvo que sanarse para que le permitieran ingresar a la Argentina. Cuando se acabó su pesadilla, se unió a su familia y vino a Tristán Suárez.
Era una mujer cristiana, educada en una moral católica, de carácter muy fuerte, aguerrido y de firmes convicciones. Con su voz aguardentosa de fumadora y mirada penetrante, Clara imponía respeto. Gran docente, comenzó a dar clases en el naciente colegio del Padre Natta, un cura que habían mandado a Tristán Suárez medio castigado por rebelde. Vale la pena recordar que este cura alzó la voz por una zona muy olvidada y fundó el 25 de agosto de 1963 un cuadernillo hecho a mimeógrafo y esténcil de una hoja oficio doblada a la mitad -escrita con la máquina "Underrwood"- y lo llamó "La voz de mi Parroquia". Desde ese momento, Clara Gagni y Estela Pelli fueron las manos derechas del cura.
Mientras tanto, Clara siguió desempeñándose como maestra catequista, jefa scout del colegio y también presidenta de la Junta Parroquial. Asimismo trabajaba como jefa fotógrafa del colegio. Natta le decía a ella: "Clara andá a sacarle una foto al bache, antes de que lo tapen". De ese modo trabajaba como fotógrafa, redactora, diagramadora, cronista, reportera y corresponsal, entre otras cosas. Se recorría todo Tristán Suárez en bicicleta e iba a Monte Grande a las sesiones del Concejo Deliberante. Se ponía a leer un libro mientras grababa todas las sesiones deliberativas y todas las transcribía en la sección "Nos, los representantes del pueblo". Ella conocía pormenorizadamente cada uno de los rostros que conformaban el gobierno.
Junto a Estela Pelli (su hermana en Cristo como se decían entre sí) se convirtieron en insustituibles. Estela era un archivo viviente, mientras que Clara era la ejecutiva. Obviamente, Natta era el director. Cuando falleció el sacerdote Natta, en 1988 se hicieron cargo del periódico. El designio del cura fue convertirlas en herederas del diario y muchos fueron los sacrificios y presiones, sobre todo del obispado. Debían mantener vivo un medio que estuvo al servicio de la comunidad durante 32 años. Con el sueldo de maestra mantuvieron el periódico, personal, servicios, gastos de papel, imprenta y distribución hasta 1995.

Por: Bini Hebe Peñuelas

Nota: extracto de lo expuesto por la autora en el "Quinto Encuentro con Nuestra Historia" y publicada en "La Palabra de Ezeiza" el 4/08/2005. Bini, reside en el Barrio Uno, es periodista y fue la directora de "El Morueco Terenciano".

lunes, 4 de julio de 2022

La canchita del Roca

Los dos clubs más antiguos de Ezeiza supieron tener canchas de futbol tan democráticas, que no tenían alambrado alguno que las delimitaran, tampoco tribunas, tampoco papeles que acreditaran que les pertenecían. Solo acuerdos (probablemente verbales), que destacaban la muy buena voluntad de quienes cedían el espacio para que los chicos y no tan chicos, como los destacados jugadores que representaban a esos clubs, pudieran darse el gusto de pegarle a la pelotita para su deleite y el de las bullangueras hinchadas.
A los clubes más añejos en Ezeiza se los bautizó con nombres ferroviarios, probablemente en la búsqueda de fortalecer y fortalecerse con la identificación y localización del poblado (sostiene la historiadora Patricia Faure). Es así como tenemos el Club Tristán Suárez, el Ezeiza, y desde el 22 de junio de 1952, el Roca.
La canchita del Roca se encontraba en la playa de maniobras ferroviarias, teniendo a uno de sus arcos dando su espalda a la calle Avellaneda, (flanqueada por entonces por altísimos eucaliptos), y teniendo como linderos a las vías truncadas del ramal que conducían al aeropuerto, y a las del Ferrocarril Roca por el otro lado.

Hasta ayer, se encontraba allí el ala sur del Palacio Municipal, el anfiteatro, senderos de la plaza con el árbol de los enamorados allí protegiendo amores, tanto a los furtivos como a los legales. Digo ayer, porque los vecinos aún ignoramos que quedará realmente después de las remodelaciones en marcha.
La vecina Patricia Faure cuenta que se colgaba del portón de su casa para ver el potrero de enfrente, un potrero polvoriento donde traspiraban y corrían chicos atrás de una pelota, para un lado y para el otro. Le llamaba la atención y la divertía ver que a veces se ponían camisetas coloridas que hacían juego con los pantaloncitos cortos y en esos días, acudía más gente a verlos.
La canchita del Roca “era como una cancha medio clandestina pero, a la vista de todos”, ya que estaba en terrenos que eran propiedad del ferrocarril. Sostiene la vecina Patricia, que también eran de las vacas del Pepe Enríquez que, pastaban por allí cerca de cuando en cuando.
En la canchita del Roca vi atajar al gran Bernabé Adolfo Palacios, a Rodolfo “Picho” Oscar Garayar, a Ernesto “mono” Mena, y a Oscar Lino Ávila, y aunque solo yo lo recuerde, supe estar debajo de esos tres palos en algunos torneos de los llamados relámpagos o desafíos barriales. Como olvidarla.
La canchita del Roca, aún está, no visible para todos, claro. Sigue allí pese a la acción tan modernizadora como inevitablemente destructora, pero aún está en la memoria de quienes jugábamos pegándole, a veces con suerte, a una pelota o algo que rodara.

Juan Carlos Ramirez Leiva