Belcha
Los árboles frutales eran todos de él (el vivero de los hermanos De Maio llamado La Delicia) desde los almendros, castaños, citrus, nogales, uva, pera, granado, lo que se te ocurra y todo era de De Maio. Los curábamos, arábamos la quinta: teníamos a Benedetto que nos araba, Mayeski también vino varias veces a mi casa. Inclusive tuvimos colmenares que él venía para eso, después criamos conejos para la venta. Teníamos tres lotes de cincuenta y pico, arábamos y sembrábamos papa, batata, maíz, maní un año. Mi abuela hacía dulces. Relató María Cristina Romero Catani de Saracino y su mamá Armida Argira Catani (Belcha) agregó: Teníamos un horno de barro grande así, que lo había hecho un sobrino mío con 12 años ¿eh? Y ahí cocinábamos de todo.
En toda quinta no faltaba nunca la visita de los ladrones de frutas. A la hora de la siesta, en los meses del estío, ciruelas, higos, uvas, eran víctimas del saqueo de los menores que se hacían las panzadas…en este vergel ubicado sobre la calle Dean Funes (1) en Ezeiza.
Sobre las consecuencias intestinales que podían sufrir los hurtadores nos contaba Belcha: Entraban a robar naranjas de ombligo a mi casa, entonces mi papá puso la trampa y le inyectó a las naranjas más lindas una cosa que te hacía ir de cuerpo y no llegaban a cruzar el cerco… Y ahí se quedaron tranquilos.
La de Peña
La recordamos aquí como testigo de otro andar en el pago, más cansino y siestero. Porque ahora se encuentra reciclada y refuncionalizada, allí sobre calle Tuyutí, en versión reducida, existe a través de un establecimiento educativo.
Reconstruía en su memoria otras épocas de esta quinta el vecino Carlos Sesto: (Sobre un integrante de la familia Peña) me acuerdo que uno andaba en un Renault 4L, toda la vida anduvo en una catanga. Ese Peña fue el que donó el colegio y prestó su casa para unas misiones jesuíticas para que se hicieran, esa cruz que estaba en la plaza (Manuel Belgrano) se entronizó en ese momento y me acuerdo que por dentro la casa era espectacular y entramos porque íbamos a ayudar a seleccionar ropa porque la habían traído, muchísima ropa para la gente. Hubo misa, chicos que venían a misionar y después de eso se hacía el reparto de ropa, estuvo abierto como un mes por eso. Me acuerdo de la escalera en mármol blanco con reja negra, tenía como un palco la parte alta, como un balcón desde el que veías abajo y ahí dieron misa, fue una de las pocas veces que la gente del barrio pudo entrar. Los que fueron a misionar nos hablaban de salud y a nosotros nos llevó Matilde Filloy, que era catequista, todos tomamos la comunión en Nuestra Señora del Valle.
El vecino Carlos García tenía otras vivencias en su memoria: En lo de Peña yo me llenaba de peras. De Lacarra para acá ¡había cada frutales! Nos empachábamos de ciruelas, de peras, de lo que sea. Peña tenía nogales, comíamos nueces, de ahí nos sacaba el guardián. Yo me acuerdo los nogales estaban sobre Zenavilla a dos cuadras para adentro y había un tipo que cuidaba con la escopeta y tiraba y nosotros nos bajábamos de los árboles corriendo, más o menos en el (19)52, (19)54.
La Rosa
Los pilares de la entrada son una maravilla para transportar en el tiempo, una moldura suaviza los bordes de salpicré, son dos pequeños cíclopes que cuidan al ingresante. Aun tiene en pie frutales (lo que los estudiosos llaman patrimonio tangible) y hábitos en sus ocupantes (a esto lo llaman patrimonio intangible). Por ejemplo, Catalina Vollmuth, una de las habitantes de la propiedad, sabe de la paciencia requerida para la cocción y el envasado de dulces, cómo tratar a las arbustivas y las orquídeas, tiene un calendario floral en la cabeza, conoce la manera más amable de sacrificar conejos. Un coro medio destemplado de perros meta ladrar reciben al visitante que por un senderito sinuoso no se cansará de descubrir secretos entre ramas y flores y pozos escarbados por los canes. La araucaria belicosa tira sus bombas y no se salva nada de lo que haya abajo. Esta quinta es otra reliquia de las pocas que sobreviven al avance de ladrillos en la zona comprendida por los barrios Allá en el Sur y Canning. Y para alivio del vecino sensible, avisamos que esta muy oronda en manos de sus dueños.
Por: Lic. Patricia Celia Faure
(1) Deán Funes 650. Ezeiza
Haciendo nuestro aquello de que: "La Historia es ancha y ajena", aportamos buscando mejores comprensiones de nuestro presente.
viernes, 22 de abril de 2011
Bme. mitre 472. Ezeiza
El cartelito ovalado aun dice Bme. Mitre porque cuando la construyeron la calle Ituzaingó no existía con ese nombre. Elegida Ezeiza porque era zona semi urbanizada, para respirar relajado el ocio del fin de semana o con algún destino floricultor, o el pequeño tambito, con granjita anexa, era raro no tener el gallinero y la conejera al fondo del terreno.
Pero ahora la quinta se vendió. Y en la altura cuatrocientos resiste la arboleda que tiene sus largos años, lo dicen su porte y su largura. Se destaca el cactus de la esquina de Provincias Unidas y Balcarce, con sus estrellas blancas de bordes rosados y bordó que ignoran desde sus nubes a las bolsas de basura que les tiran los vecinos desaprensivos a los pies.
En el coloquio inmobiliario se dice que la compraron para edificar departamentos. La lágrima nos corre a los que nos gusta apreciar el horizonte verde, pero tendremos que ir acostumbrándonos a otros tipos de bálsamos. Confiemos en el poder de adaptación que poseen los animales para que los chimangos que anidan en lo más alto de la copa del ciprés, el enjambre de colibríes que se alimentan en las flores de palo borracho y las cotorras que, augurando el destino del solar, tejieron sus departamentos de palitos colgando en los flancos de la arboleda que linda con la calle Provincias Unidas, encuentren el cobijo y sus recursos en otros lares.
Empezaba la época de los departamentos y el disparate social de vivir como sardinas en lata, ignorándose entre vecinos, mientras que antes- en eso que hoy se llama Gran Buenos Aires- el vecindario parecía sucursal de la familia.¡ Siempre había un voluntario que nos refugiaba cuando disparábamos de una paliza!. Se confesaba en su breve autobiografía María Elena Walsh.
Con las aceitunas del olivo del fondo y la fragancia de las flores blancas en el arbusto anónimo, la quinta mantiene el cerco totalmente verde como reliquia de la tranquilidad añeja, sin darse por enterada de las épocas de rejas, alarmas y patrullas patrullando.
El vecino sensible extrañará el verde del follaje, el canto de los pájaros, el frescor de la arboleda. Pero ese vecino ya sabe que esas románticas y sanas costumbres desestresantes no cotizan en el casco del pueblo. Valen, y mucho, cuando les calculan un valor en dólares formando parte de un barrio cerrado, privado, country, club de campo, o como se llame, de los que pululan por todos lados. Lo que queda del esplendor de la quinta forma parte de un mundo que se vuelve (¡qué cosa!), cada vez más excluyente, aunque el vecino quiera seguir creyendo que las políticas sociales incluyen a todos los miembros de la sociedad.
Por: Lic. Patricia Celia Faure
Pero ahora la quinta se vendió. Y en la altura cuatrocientos resiste la arboleda que tiene sus largos años, lo dicen su porte y su largura. Se destaca el cactus de la esquina de Provincias Unidas y Balcarce, con sus estrellas blancas de bordes rosados y bordó que ignoran desde sus nubes a las bolsas de basura que les tiran los vecinos desaprensivos a los pies.
En el coloquio inmobiliario se dice que la compraron para edificar departamentos. La lágrima nos corre a los que nos gusta apreciar el horizonte verde, pero tendremos que ir acostumbrándonos a otros tipos de bálsamos. Confiemos en el poder de adaptación que poseen los animales para que los chimangos que anidan en lo más alto de la copa del ciprés, el enjambre de colibríes que se alimentan en las flores de palo borracho y las cotorras que, augurando el destino del solar, tejieron sus departamentos de palitos colgando en los flancos de la arboleda que linda con la calle Provincias Unidas, encuentren el cobijo y sus recursos en otros lares.
Empezaba la época de los departamentos y el disparate social de vivir como sardinas en lata, ignorándose entre vecinos, mientras que antes- en eso que hoy se llama Gran Buenos Aires- el vecindario parecía sucursal de la familia.¡ Siempre había un voluntario que nos refugiaba cuando disparábamos de una paliza!. Se confesaba en su breve autobiografía María Elena Walsh.
Con las aceitunas del olivo del fondo y la fragancia de las flores blancas en el arbusto anónimo, la quinta mantiene el cerco totalmente verde como reliquia de la tranquilidad añeja, sin darse por enterada de las épocas de rejas, alarmas y patrullas patrullando.
El vecino sensible extrañará el verde del follaje, el canto de los pájaros, el frescor de la arboleda. Pero ese vecino ya sabe que esas románticas y sanas costumbres desestresantes no cotizan en el casco del pueblo. Valen, y mucho, cuando les calculan un valor en dólares formando parte de un barrio cerrado, privado, country, club de campo, o como se llame, de los que pululan por todos lados. Lo que queda del esplendor de la quinta forma parte de un mundo que se vuelve (¡qué cosa!), cada vez más excluyente, aunque el vecino quiera seguir creyendo que las políticas sociales incluyen a todos los miembros de la sociedad.
Por: Lic. Patricia Celia Faure
domingo, 17 de abril de 2011
La molicie del aeropuerto Pistarini
El aeropuerto es ese no lugar que nos trasciende y nos transporta. Forma parte de nuestra identidad en lo regional pero también incluye a todo el país, en épocas de crisis se escucha decir por todos lados que “la salida es Ezeiza.” Nos moviliza mentalmente, porque en el pueblo muy pocos han subido a un avión, salvo para atenderlo o limpiarlo. Su vitalidad es magnética. Ese radar que siempre da vueltas parece el mundo girando. Los que nos criamos contemplando aviones flotar sobre nuestras cabezas siempre nos embelesamos conteniendo la respiración al verlos ascender y calculando la puntería cuando aterrizan. Jugamos a adivinar las empresas. Discriminamos el sonido de acuerdo al tipo de máquina voladora, hasta el menos avispado sabe lo que es un helicóptero, uno de línea y un carguero atronador. Cada generación tiene grabado alguno: el amigo Juan Gómez el ruido de los Comet; otros, el estallido sobre la cabeza de los Mirage de 1979, cuando rompían la barrera del sonido, preanunciando las quijotadas que concluyeron en 1982 con la dolorosa guerra por las islas Malvinas. Se decía entonces que se estuvo cerca de un conflicto con Chile. Bye bye islas del canal de Beagle.
Entre la dureza del noble mármol y lo etéreo de los pájaros metálicos. Esquivando el vacío y las ruinas de lo demolido en el aeropuerto, en la silueta fantasma de lo que ya no esta, en esos rayos de sol que hoy llegan adonde hace unos cincuenta años no calentaban, proyectando la sombra corta o larga allí donde antes crecía el yuyo… allí tomaremos coraje desde la tabla batiente del trampolín para sumergirnos en lo que fue e, intuimos desde el sentido común (rara avis en los tiempos que corren), pudo seguir siendo. La firmeza simbolizando la obsolescencia empujó a la imposición de la funcionalidad de las estructuras prearmadas de aluminio y policarbonato. Será que nos estamos poniendo viejos…
Dominga “Tota” Calderón fue la primera novia que se casó en el templo Nuestra Señora de Loreto en setiembre de 1950. Su papá estaba vinculado a los aviones desde tiempos en los que no existía la Fuerza Aérea, de modo que fue una testigo privilegiada de la construcción del aeropuerto.
Nos decía:
Cuando terminó la obra se hizo un gran asado donde son hoy los hangares. Vino Pistarini y la señora, Eva y Perón. Entonces Perón les dice a todos esos 5.000: “¿y muchachos, qué nombre quieren que tenga el aeropuerto?”. Yo creo que él estaba convencido de que iban a decir “General Perón” pero dijeron “Ministro Pistarini” y así se llama.
Lo eligió la gente que ahí trabajó.
Sí, lo eligió la gente, la peonada.
Y su amiga Dora Morillas amplía: Porque esa peonada estaba agradecida, muchos aprendieron a leer y escribir. No sé si había escuela pero sí alguien que se encargaba de enseñar porque he leído cartas que le mandaban a papá o cuadernos, porque era como que él les mandaba los deberes porque papá trataba de que no fueran analfabetos, porque siendo analfabetos no iban a tener nunca los mismos derechos de los que saben leer y escribir, o sino, los iban a poder empaquetar más fácil, como era en la época en que se hacían los comités y que en la libreta les hacían poner el dedo o una cruz sin saber a quién elegían o qué firmaban.
Las dos vivieron en el Barrio Uno y las dos tenían un padre protagonista de la erección y puesta en aire de nuestro olimpo de máquinas voladoras. El papá de Tota fue compañero de escuela del comodoro Pérez Aquino, director del aeropuerto, que fue quien lo llamó para trabajar en la estación como jefe de personal. Calderón era piloto desde 1922 revistiendo a las órdenes del ejército, se denominaba entonces Servicio Aeronáutico del Ejército. Y el papá de Dora era el teniente coronel de administración Gregorio Morillas, el bravo intendente correntino que llegó cuando comenzó la obra y la acompañó hasta su finalización.
Entre las decenas de testimonios que recuerdan al aeropuerto en el volumen Las vacas vuelan, recortamos el de Gerónimo Luna porque formó parte de la peonada a la que se refieren Tota y Dora: Una vez vino Evita ahí, capaz entonces (se inauguró). Me acuerdo que vino Perón… y la señora de Pistarini vivía ahí en el Mangrullo. (Cuando) inauguraron los hangares ahí sí estuvimos todos los de la zona, gente que trabajaba por ahí, cuando vino Perón había asado, había de todo, festejamos todos juntos, porque había muchas empresas trabajando ahí adentro inclusive el Ministerio de Obras Públicas, la D.A.O.M., los que hicieron las pistas. Gerónimo, nacido en Santiago del Estero, no guardó en su memoria la consulta sobre el nombre, los años de peón golondrina habrán borrado ese tema porque recorrió la provincia de Buenos Aires y otras persiguiendo el sustento. Medio en broma, medio en serio, decía que había venido por una temporada laboral y ya llevaba 52 años en Ezeiza.
Por: Lic. Patricia Celia Faure
Nota: El crédito de la foto sin referenciar (ambas son de Comet 4) pertenece a Juan José Jacobacci y es la imagen del LV-PLM.
Entre la dureza del noble mármol y lo etéreo de los pájaros metálicos. Esquivando el vacío y las ruinas de lo demolido en el aeropuerto, en la silueta fantasma de lo que ya no esta, en esos rayos de sol que hoy llegan adonde hace unos cincuenta años no calentaban, proyectando la sombra corta o larga allí donde antes crecía el yuyo… allí tomaremos coraje desde la tabla batiente del trampolín para sumergirnos en lo que fue e, intuimos desde el sentido común (rara avis en los tiempos que corren), pudo seguir siendo. La firmeza simbolizando la obsolescencia empujó a la imposición de la funcionalidad de las estructuras prearmadas de aluminio y policarbonato. Será que nos estamos poniendo viejos…
Dominga “Tota” Calderón fue la primera novia que se casó en el templo Nuestra Señora de Loreto en setiembre de 1950. Su papá estaba vinculado a los aviones desde tiempos en los que no existía la Fuerza Aérea, de modo que fue una testigo privilegiada de la construcción del aeropuerto.
Nos decía:
Cuando terminó la obra se hizo un gran asado donde son hoy los hangares. Vino Pistarini y la señora, Eva y Perón. Entonces Perón les dice a todos esos 5.000: “¿y muchachos, qué nombre quieren que tenga el aeropuerto?”. Yo creo que él estaba convencido de que iban a decir “General Perón” pero dijeron “Ministro Pistarini” y así se llama.
Lo eligió la gente que ahí trabajó.
Sí, lo eligió la gente, la peonada.
Y su amiga Dora Morillas amplía: Porque esa peonada estaba agradecida, muchos aprendieron a leer y escribir. No sé si había escuela pero sí alguien que se encargaba de enseñar porque he leído cartas que le mandaban a papá o cuadernos, porque era como que él les mandaba los deberes porque papá trataba de que no fueran analfabetos, porque siendo analfabetos no iban a tener nunca los mismos derechos de los que saben leer y escribir, o sino, los iban a poder empaquetar más fácil, como era en la época en que se hacían los comités y que en la libreta les hacían poner el dedo o una cruz sin saber a quién elegían o qué firmaban.
Las dos vivieron en el Barrio Uno y las dos tenían un padre protagonista de la erección y puesta en aire de nuestro olimpo de máquinas voladoras. El papá de Tota fue compañero de escuela del comodoro Pérez Aquino, director del aeropuerto, que fue quien lo llamó para trabajar en la estación como jefe de personal. Calderón era piloto desde 1922 revistiendo a las órdenes del ejército, se denominaba entonces Servicio Aeronáutico del Ejército. Y el papá de Dora era el teniente coronel de administración Gregorio Morillas, el bravo intendente correntino que llegó cuando comenzó la obra y la acompañó hasta su finalización.
Entre las decenas de testimonios que recuerdan al aeropuerto en el volumen Las vacas vuelan, recortamos el de Gerónimo Luna porque formó parte de la peonada a la que se refieren Tota y Dora: Una vez vino Evita ahí, capaz entonces (se inauguró). Me acuerdo que vino Perón… y la señora de Pistarini vivía ahí en el Mangrullo. (Cuando) inauguraron los hangares ahí sí estuvimos todos los de la zona, gente que trabajaba por ahí, cuando vino Perón había asado, había de todo, festejamos todos juntos, porque había muchas empresas trabajando ahí adentro inclusive el Ministerio de Obras Públicas, la D.A.O.M., los que hicieron las pistas. Gerónimo, nacido en Santiago del Estero, no guardó en su memoria la consulta sobre el nombre, los años de peón golondrina habrán borrado ese tema porque recorrió la provincia de Buenos Aires y otras persiguiendo el sustento. Medio en broma, medio en serio, decía que había venido por una temporada laboral y ya llevaba 52 años en Ezeiza.
Por: Lic. Patricia Celia Faure
Nota: El crédito de la foto sin referenciar (ambas son de Comet 4) pertenece a Juan José Jacobacci y es la imagen del LV-PLM.
domingo, 10 de abril de 2011
E. Echeverría, entre Lomas y Ezeiza
Desde 1580, el territorio adyacente a “la ciudad de la Santísima Trinidad y puerto de Santa María de los Buenos Aires”, se hallaba bajo la autoridad de su cabildo. Ciudad, ejido y campaña conformaban la estructura que organizaba el territorio. A medida que las necesidades económicas- demográficas lo requirieron, la campaña inmediata a la ciudad debió reordenarse. A partir de 1777, creado el Virreinato del río de la Plata, se establecieron las Alcaldías de la Santa Hermanad y sus alcaldes, quienes fueron las primeras autoridades con que se dotó a los pagos.
Desde el comienzo se empezó a conocer algunos parajes con los nombres con que sus pobladores lo distinguían pero recién en 1784, la campaña se dividió en “grandes extensiones de límites imprecisos” denominados pagos. Los pagos de las “lomas de Zamora”, pertenecieron al partido y curato de la Magdalena, luego al de Quilmes, posteriormente al de Barracas al Sur, y finalmente al partido de Lomas de Zamora (05/09/1861). La nueva jurisdicción absorbió a partir del 24/02/1865, a casi todo el Cuartel V del Partido de Cañuelas. Sus pobladores se habían dirigido al gobierno solicitando que “se agregue a Lomas de Zamora la área comprendida entre el Río Matanza, el arroyo Jiménez y el límite de Cañuelas con San Vicente” (04/04/1862). De esta manera, la totalidad de la estancia “Los Remedios”, quedó integrada en el joven partido, cuyo nombre nos remite a Don Juan de Zamora. Este había adquirido en 1736, las tierras que antiguamente explotaba la Estancia del Cabezuelo, organizada a partir de 1610.
De acuerdo con el plano del partido de San Vicente, levantado en 1881 por el Agrimensor Municipal don Saturnino Salas, los límites que por el Sur tenía el nuevo distrito incluía los campos que se extendían hasta las actuales calles ezeicenses Humberto Primo- Sargento Cabral, hasta su intersección con La Colorada, actual Pedro Dreyer, por el Este.
Muchos de nuestros vecinos registraron en sus documentos que habían nacido en el distrito de Lomas pese a haberlo hecho, por ejemplo, en Villa de Mayo. Este lugar se urbanizó a partir del loteo de quintas a principios del S XX, pero ya contaba con vecinos asentados permanentemente desde mucho tiempo antes que fuera aprobada la Traza del Pueblo, Colonia y Centro Manufacturero de Monte Grande. La iniciativa estableció el parcelamiento en quintas y chacras de lo que 20 años después será conocido como Villa de Mayo. Doña Teresa nació en la citada localidad, hoy Luís Guillón.
Francisco “Pancho” Barone, que había sido resero entre Buenos Aires y Rosario, se radicó en Ezeiza en 1913 y ello le permitió a su hija Teresa criarse en nuestra ciudad y concurrir incluso a la Escuela Nº 3 (hoy Nº 1), cuando se encontraba sobre lo que posteriormente sería la Ruta Nacional Nº 205. Mencionamos a quien fuera nuestra vecina y que viviera en Ezeiza toda su vida, porque nació en diciembre de 1912. Ello nos permite estimar que fue uno de los últimos registros asentados en el distrito lomense, antes de que las tierras del Cuartel XII de Lomas de Zamora, incluidos la actual Luís Guillón, pasaran a pertenecer al partido de E. Echeverría a partir del momento mismo de su creación, el 9 de abril de 1913.
Por Juan Carlos Ramirez
Desde el comienzo se empezó a conocer algunos parajes con los nombres con que sus pobladores lo distinguían pero recién en 1784, la campaña se dividió en “grandes extensiones de límites imprecisos” denominados pagos. Los pagos de las “lomas de Zamora”, pertenecieron al partido y curato de la Magdalena, luego al de Quilmes, posteriormente al de Barracas al Sur, y finalmente al partido de Lomas de Zamora (05/09/1861). La nueva jurisdicción absorbió a partir del 24/02/1865, a casi todo el Cuartel V del Partido de Cañuelas. Sus pobladores se habían dirigido al gobierno solicitando que “se agregue a Lomas de Zamora la área comprendida entre el Río Matanza, el arroyo Jiménez y el límite de Cañuelas con San Vicente” (04/04/1862). De esta manera, la totalidad de la estancia “Los Remedios”, quedó integrada en el joven partido, cuyo nombre nos remite a Don Juan de Zamora. Este había adquirido en 1736, las tierras que antiguamente explotaba la Estancia del Cabezuelo, organizada a partir de 1610.
De acuerdo con el plano del partido de San Vicente, levantado en 1881 por el Agrimensor Municipal don Saturnino Salas, los límites que por el Sur tenía el nuevo distrito incluía los campos que se extendían hasta las actuales calles ezeicenses Humberto Primo- Sargento Cabral, hasta su intersección con La Colorada, actual Pedro Dreyer, por el Este.
Muchos de nuestros vecinos registraron en sus documentos que habían nacido en el distrito de Lomas pese a haberlo hecho, por ejemplo, en Villa de Mayo. Este lugar se urbanizó a partir del loteo de quintas a principios del S XX, pero ya contaba con vecinos asentados permanentemente desde mucho tiempo antes que fuera aprobada la Traza del Pueblo, Colonia y Centro Manufacturero de Monte Grande. La iniciativa estableció el parcelamiento en quintas y chacras de lo que 20 años después será conocido como Villa de Mayo. Doña Teresa nació en la citada localidad, hoy Luís Guillón.
Francisco “Pancho” Barone, que había sido resero entre Buenos Aires y Rosario, se radicó en Ezeiza en 1913 y ello le permitió a su hija Teresa criarse en nuestra ciudad y concurrir incluso a la Escuela Nº 3 (hoy Nº 1), cuando se encontraba sobre lo que posteriormente sería la Ruta Nacional Nº 205. Mencionamos a quien fuera nuestra vecina y que viviera en Ezeiza toda su vida, porque nació en diciembre de 1912. Ello nos permite estimar que fue uno de los últimos registros asentados en el distrito lomense, antes de que las tierras del Cuartel XII de Lomas de Zamora, incluidos la actual Luís Guillón, pasaran a pertenecer al partido de E. Echeverría a partir del momento mismo de su creación, el 9 de abril de 1913.
Por Juan Carlos Ramirez
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