El aeropuerto es ese no lugar que nos trasciende y nos transporta. Forma parte de nuestra identidad en lo regional pero también incluye a todo el país, en épocas de crisis se escucha decir por todos lados que “la salida es Ezeiza.” Nos moviliza mentalmente, porque en el pueblo muy pocos han subido a un avión, salvo para atenderlo o limpiarlo. Su vitalidad es magnética. Ese radar que siempre da vueltas parece el mundo girando. Los que nos criamos contemplando aviones flotar sobre nuestras cabezas siempre nos embelesamos conteniendo la respiración al verlos ascender y calculando la puntería cuando aterrizan. Jugamos a adivinar las empresas. Discriminamos el sonido de acuerdo al tipo de máquina voladora, hasta el menos avispado sabe lo que es un helicóptero, uno de línea y un carguero atronador. Cada generación tiene grabado alguno: el amigo Juan Gómez el ruido de los Comet; otros, el estallido sobre la cabeza de los Mirage de 1979, cuando rompían la barrera del sonido, preanunciando las quijotadas que concluyeron en 1982 con la dolorosa guerra por las islas Malvinas. Se decía entonces que se estuvo cerca de un conflicto con Chile. Bye bye islas del canal de Beagle.
Entre la dureza del noble mármol y lo etéreo de los pájaros metálicos. Esquivando el vacío y las ruinas de lo demolido en el aeropuerto, en la silueta fantasma de lo que ya no esta, en esos rayos de sol que hoy llegan adonde hace unos cincuenta años no calentaban, proyectando la sombra corta o larga allí donde antes crecía el yuyo… allí tomaremos coraje desde la tabla batiente del trampolín para sumergirnos en lo que fue e, intuimos desde el sentido común (rara avis en los tiempos que corren), pudo seguir siendo. La firmeza simbolizando la obsolescencia empujó a la imposición de la funcionalidad de las estructuras prearmadas de aluminio y policarbonato. Será que nos estamos poniendo viejos…
Dominga “Tota” Calderón fue la primera novia que se casó en el templo Nuestra Señora de Loreto en setiembre de 1950. Su papá estaba vinculado a los aviones desde tiempos en los que no existía la Fuerza Aérea, de modo que fue una testigo privilegiada de la construcción del aeropuerto.
Nos decía:
Cuando terminó la obra se hizo un gran asado donde son hoy los hangares. Vino Pistarini y la señora, Eva y Perón. Entonces Perón les dice a todos esos 5.000: “¿y muchachos, qué nombre quieren que tenga el aeropuerto?”. Yo creo que él estaba convencido de que iban a decir “General Perón” pero dijeron “Ministro Pistarini” y así se llama.
Lo eligió la gente que ahí trabajó.
Sí, lo eligió la gente, la peonada.
Y su amiga Dora Morillas amplía: Porque esa peonada estaba agradecida, muchos aprendieron a leer y escribir. No sé si había escuela pero sí alguien que se encargaba de enseñar porque he leído cartas que le mandaban a papá o cuadernos, porque era como que él les mandaba los deberes porque papá trataba de que no fueran analfabetos, porque siendo analfabetos no iban a tener nunca los mismos derechos de los que saben leer y escribir, o sino, los iban a poder empaquetar más fácil, como era en la época en que se hacían los comités y que en la libreta les hacían poner el dedo o una cruz sin saber a quién elegían o qué firmaban.
Las dos vivieron en el Barrio Uno y las dos tenían un padre protagonista de la erección y puesta en aire de nuestro olimpo de máquinas voladoras. El papá de Tota fue compañero de escuela del comodoro Pérez Aquino, director del aeropuerto, que fue quien lo llamó para trabajar en la estación como jefe de personal. Calderón era piloto desde 1922 revistiendo a las órdenes del ejército, se denominaba entonces Servicio Aeronáutico del Ejército. Y el papá de Dora era el teniente coronel de administración Gregorio Morillas, el bravo intendente correntino que llegó cuando comenzó la obra y la acompañó hasta su finalización.
Entre las decenas de testimonios que recuerdan al aeropuerto en el volumen Las vacas vuelan, recortamos el de Gerónimo Luna porque formó parte de la peonada a la que se refieren Tota y Dora: Una vez vino Evita ahí, capaz entonces (se inauguró). Me acuerdo que vino Perón… y la señora de Pistarini vivía ahí en el Mangrullo. (Cuando) inauguraron los hangares ahí sí estuvimos todos los de la zona, gente que trabajaba por ahí, cuando vino Perón había asado, había de todo, festejamos todos juntos, porque había muchas empresas trabajando ahí adentro inclusive el Ministerio de Obras Públicas, la D.A.O.M., los que hicieron las pistas. Gerónimo, nacido en Santiago del Estero, no guardó en su memoria la consulta sobre el nombre, los años de peón golondrina habrán borrado ese tema porque recorrió la provincia de Buenos Aires y otras persiguiendo el sustento. Medio en broma, medio en serio, decía que había venido por una temporada laboral y ya llevaba 52 años en Ezeiza.
Por: Lic. Patricia Celia Faure
Nota: El crédito de la foto sin referenciar (ambas son de Comet 4) pertenece a Juan José Jacobacci y es la imagen del LV-PLM.
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