miércoles, 20 de julio de 2011

Comentarios

Estoy escribiendo desde la ciudad de Bolìvar, Pcia. de Bs. As.. Hace unos dìas estuve en Ezeiza y mi hermana me dió un ejemplar de "La palabra de Ezeiza", en èl hay una nota que llamò mi atenciòn, es la dedicada a Hugo Ròttoli, a quien conozco desde hace mucho tiempo ya que vivì cerca de su casa, fuimos a la misma escuela (Nª 3 Gral. Josè de San Martìn en la calle French); luego trabajamos varios años en la concesionaria Enrique Boeri e Hijo S.A.de Monte Grande.
Con respecto a los comentarios que hacen en la nota, quisiera agregar que la fàbrica tenìa un cartel que decìa Fàbrica de aviones BERKLING Y COMPAÑIA. Estaba ubicada en terrenos muy bajos y cierta vez que lloviò mucho, pude ver maderas de distintas formas y medidas flotando por el predio. El agua llegaba hasta cerca del terraplen de la trocha angosta.
Otros comentarios:
Desde la actual municipalidad partìa un ramal ferroviario , creo que iba por las calles Repùblica y Teodoro Fels hasta el aeropuerto, llevaba materiales y obreros cuando se estaba construyendo el mismo, le deciamos "La Catalina".
El campo del actual barrio "El Tala" era del sr. Vilella, no se si era èl mismo o familiar el propietario del Hotel del Sur.
Juan Josè Seisdedos

Nota del editor: el lector se refiere a la nota de la Lic. Patricia Faure relativa a la "Fábrica de aviones"

He leído en su blog la historia de este singular delincuente. Ramón Toscano fue un tipo muy aventurero, gracias a su artículo pude enterarme de algunas cosas muy puntuales del personaje que nos ocupa. Él trajo la cuota de oro que le pertenecía a San Pedro. En el gallinero de una casa céntrica había enterrado el oro. La federal consiguió recuperar hasta el último gramo. Lo que a mí me gustartía saber es cómo Toscanito llegó a San Pedro, como es que eligió este lugar, ya que él no era natural de acá. Bueno, les dejo la inquietud y un cordial saludo....

Juan Carlos Tapia.


Muchas gracias a todos por sus comentarios y colaboraciones

El Editor

domingo, 17 de julio de 2011

Puente de la Trocha

Memoricidio es una expresión que nació en la década pasada y fue reconocida por las Naciones Unidas como "la destrucción intencional de bienes culturales". Esto representa la desaparición de lo que fuera dejado por generaciones anteriores y conforma la identidad de los pueblos. En el artículo titulado Si las paredes hablaran: el 13 de enero de 2005, el profesor Juan Carlos Ramírez se preguntaba: ¿Cuál será el destino de la casona de French y Chacabuco? Ahora podemos responderle de muy diversos modos. Nos permitimos recordar la preocupada Carta de lectores que escribió el vecino Lucas Gómez a propósito de esta bella casona, otrora conocida como la casa del molino . El tema se abordó en la nota titulada La historia frente al memoricidio el 20 de enero de 2005 en este mismo semanario. Y las referencias podrían seguir

Puentes ferroviarios
En los casos de Tristán Suárez, Ezeiza y Canning, entendemos que sus estaciones se crearon para formalizar una escala ferroviaria, a pleno campo en un entorno de chacras y estancias que recién con el correr del tiempo se fraccionaron o subdividieron para dar paso a las primeras edificaciones y por ende al surgimiento material de cada pueblo.

Sobre Canning
El historiador echeverriano Campomar consigna una visión sobre Canning, reproduciendo lo manifestado por Enrique Udaondo: George Canning (1770- 1827) político inglés, nacido en Londres. Durante la guerra contra Napoleón I planeó la captura de la flota holandesa en Copenhague, lo que dio la supremacía marítima a Inglaterra, y apoyó a los españoles en la Guerra de la Independencia. Fue nombrado gobernador general de la India (1822) y después ministro de Relaciones Exteriores. Se adhirió al programa tory después de la Revolución francesa y atacó a los whigs en numerosos artículos del Anti Jacobin (1797-98). Ministro de Asuntos Exteriores durante las guerras napoleónicas (1807/09), preparó la derrota de la flota danesa en Copenhague (1807), apoyó la intervención de su país en la guerra de Independencia española y dimitió después de un duelo con su colega Castlereagh. Volvió a ocupar la cartera del Exterior (1822-27) después del suicidio de éste y cambió totalmente la actitud de Gran Bretaña hacia la Santa Alianza, negándose a participar en la supresión de las revoluciones europeas, ya que los intereses librecambistas británicos se veían favorecidos por la existencia de pequeños estados independientes. Se opuso a la intervención francesa en España decidida en el Congreso de Verona (1822), reconoció la independencia de las colonias españolas en América y la doctrina Monroe y negoció el acuerdo entre Francia, Rusia y Gran Bretaña que condujo posteriormente a la independencia de Grecia.Reproducimos unas breves biografías del político inglés, las creemos de utilidad para meditar el contexto socioeconómico hacia el principio del siglo pasado, que fue quien posibilitó el bautizo sin sonrojos.La respuesta es que, además de lo enumerado antes, se llevaron a uno de los puentes puesto. Desapareció de la noche a la mañana. Nos preguntamos si alguien tiene idea de para qué se lo desarmó y adonde fue a parar el puentecito que cruzaba la calle Alem, entrando al barrio Santa Angela si se va desde Ezeiza. Estaría en paralelo a la calle Trieste.Como la imaginación es una cualidad humana nada despreciable, nos permitimos la concurrencia al gimnasio de neuronas y visualizamos planeando en los terraplenes a los amantes de las patinetas o pedaleando, aunque no se posea una mountain bike. Y el espacio entre las vías para una bicisenda o una pista de la salud para caminar.Que no nos ocurra lo que a una localidad vecina que contaba con un útil y transitadísimo puente peatonal que las muchedumbres empleaban cuando bajaban del tren en su estación ubicada en las alturas. Hoy cruzan los pajaritos por ese espacio. Los animales, nuevamente, dando el buen ejemplo a la humanidad circulante.

George Canning

cabe consignar que el nombre de Canning data en realidad del 5 de julio de 1909, cuando por intermedio de una resolución se le dio nominación a la estación ubicada en el kilómetro 17,950 . La estación fue habilitada el 8 de febrero de 1911 mediante ley número 4.417, la línea férrea pertenecía al Ferrocarril Compañía General en la Provincia de Buenos Aires. En las investigaciones realizadas por Elio Salmón sobre la importancia económica del ramal encontró que no se llegó a explotar en toda su dimensión la capacidad de transporte. Puede interpretarse que las expectativas y su potencial no se reflejaron en la realidad económica de la región. Los puentes se extendieron pero flaquearon las voluntades políticas para unir al país aprovechando sus rieles.

Puentes dormidos
Pero hoy nos proponemos meditar sobre lo ferroviario conduciéndonos al puente de la trocha. Reflexionaba Ramírez: Otro ramal desactivado fue la trocha angosta. Actualmente, a la depredación de sus rieles y durmientes debe sumárseles la transferencia a particulares de tierras públicas. No es nuestro propósito pensar en la legitimidad de lo actuado por quienes tienen a su cargo la administración de los bienes que pertenecían al mencionado ferrocarril, sino, pensar en qué sucederá cuando el Sr. García, el legendario jefe, ya no pueda cuidar de la Estación Canning. ¿Cómo se frenará la depredación que él ayudó a evitar?

Ojalá no ocurra lo mismo con el de la trocha que atraviesa la ruta 205. Con dramatismo especulamos sobre las causas que podrán alegar para su desaparición: a los micros con doble piso se les aplasta el jopo o los altos camiones frigoríficos se convierten en carrozas de cenicienta en fin, lo tomamos con humor, ahora que podemos, porque el puente aún se encuentra allí.
Gente despierta

Tal vez se usen más que el puente peatonal que cruza la ruta a la altura de la calle Santa Angela, solitario y en buen estado, casi nadie lo usa. La otra vez vimos cruzar por allí un perro. Los animales siempre dando el buen ejemplo a la humanidad.

“… siendo ministro de negocios extranjeros en 1825, reconoció la independencia de nuestro país, proclamó el principio de no intervención, atendió deferentemente a Rivadavia en Londres, durante su misión diplomática, y celebró un tratado de amistad, comercio y navegación con esta República, que se firmó en Buenos Aires el 2 de febrero de 1825”.
A nosotros nos orienta pensar que era un funcionario que hacía bien las tareas necesarias para la prosperidad del imperio que lo empleaba. Reconoció la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata porque eso le posibilitaba hacer negocios ventajosos a su reino. Clinc caja.

Por: Lic. Patricia Faure  

miércoles, 8 de junio de 2011

La Guerra del Chaco

Uno de los encantos que tiene vivir en Ezeiza, es el de que uno no se asombra cuando se cruza con abuelos larga vida. Tal fue el caso de Don Ciriaco Benítez, quien sobrepaso los 100 años.

Don Ciriaco participó en la fraticida Guerra del Chaco, uno de los conflictos con mayores perdidas de vidas ya que la guerra causó la muerte de unas ciento veinte mil personas, muchos de ellos indios aymarás del altiplano boliviano no acostumbrados al llano bajo. Por parte de los paraguayos, la mayoría de los soldados eran indígenas guaraníes. El motivo principal del conflicto tuvo que ver con los intereses económicos de las grandes compañías petroleras, la Shell que operaba en Paraguay, y la Standard Oil con intereses en Bolivia. Ambas compañías se disputaban los presuntos yacimientos del Chaco, en una región cuyas fronteras políticas aún no estaban fijas. La guerra comenzó en 1930, aunque las diferencias ya estaban planteadas dos años antes. Desde 1932 y por tres años, los combates fueron feroces, incluso, a cuchillo.

El 12 de junio de 1935 el general Peñaranda, jefe del ejército boliviano y el general Estigarrabia, jefe del paraguayo, firmaron el alto el fuego y el 21 de julio de 1938 se firmó el Tratado de Paz en Buenos Aires. Entre las consecuencias se cuenta la creciente oposición a las petroleras en Bolivia, y la abolición del "pangaje", servidumbre indígena frente a los gamonales, a los terratenientes. De acuerdo al historiador Eduardo Montagut Contreras, en Paraguay el ejército adquirió un gran protagonismo con el golpe del coronel Rafael Franco, quien instauró un régimen autoritario y de intensísima represión. Cabe recordar que la llamada Carretera de la muerte en Bolivia, fue construida por prisioneros paraguayos.

Por: Juan Carlos Ramirez

jueves, 26 de mayo de 2011

2 de junio, Día del Bombero

Incendios de antaño
El fuerte que levantara Pedro de Mendoza en febrero de 1536, probablemente estaba fortificado con una empalizada de troncos de ñandubay, espinillo y muro de adobe, guareciendo un pequeño núcleo de construcciones de adobe con techo de paja. La voluntad de reducir militarmente a servidumbre a los querandíes, enardeció a éstos, y pese a la superioridad tecnológica, los indómitos “tiraban sobre las casas con flechas encendidas” y quemaron construcciones y cuatro embarcaciones grandes, según relato el cronista Ulrico Schmidl.
A partir del S XVII, preocupaban los incendios producidos en los campos, provocados muchos de ellos por los agricultores, que prendían fuego en sus terrenos con el fin de acondicionarlos para su cultivo. Las autoridades prohibieron las quemazones imponiendo multas a los que lo hiciesen, y si el causante era un esclavo, recibiría azotes por ello.
Bomberos de ayer
Una disposición del año 1774 dispuso que ante casos de incendio, debía acudir la justicia ordinaria y el comisionado del distrito, para evitar el desorden y la confusión. Los albañiles y carpinteros tenían que ir con sus herramientas y los aguateros con sus carros, un antecedente de las autobombas.
En el año 1821 se creó el Departamento de Policía, entre cuyas funciones estaba la de actuar en caso de incendios, siendo recién en 1834, cuando dentro del Departamento, se creó un cuerpo de serenos que durante sus patrullajes nocturnos debían estar atentos para dar aviso en caso de incendio. Finalmente, el 2 de enero de 1870, nace la Compañía de Vigilantes Bomberos, que en 1873 pasó a denominarse Cuerpo de Bomberos.
Nuestros primeros bomberos
Una catástrofe que obligó a improvisar equipos de ayuda, aunque sólo se limitaron a recoger los restos de las personas fallecidas, fue la gran explosión de la fábrica de pólvora de Nicodemo Pierotti, ubicada en la hoy Villa Guillemina (Ezeiza), del 27 de diciembre de 1898. La policía de Ezeiza, que no pudo dejar de oir la fuerte explosión ya que se sintió en la Capital (en Lomas de Zamora registraron que fue a las 14.40 Hs.), recibió el informe de uno de los testigos que corrió sin parar la distancia que los separaba. Cuando el comisario llegó con su gente y un médico, sólo quedaban ruinas humeantes y restos humanos. No era el primer incidente, ya registraba varios en años anteriores: 1884, 1887, 1890 y 1896, además de un no confirmado incendio en 1893. Cabe acotar que no muy lejano de allí, habría funcionado una aceitera, no contando la región, con un cuerpo organizado para enfrentar accidentes o incendios propiamente dichos.
Las sequías continuas y largas favorecían los incendios, trayéndonos el diario “El Vicentino” del domingo 11 de febrero de 1906, que había “empezado a encender el campo del señor Juan Rower”, propietario de “Los Retamos” (en la hoy C. Spegazzini). La noticia se complementa la siguiente semana, aclarando que “sólo fueron quemadas unas cinco cuadras aproximadamente, no tomando mayores proporciones el fuego por haberlo extinguido la cuadrilla de peones de la estación Tristán Suárez, con la colaboración del escribiente Daniel Juárez, de un sargento y tres agentes.
Valga como homenaje de la Junta de Estudios Históricos del Distrito Ezeiza, esta breve nota sobre los hombres que antecedieron a quienes hoy, desinteresadamente, componen nuestros cuerpos de Bomberos Voluntarios.

Por: Juan Carlos Ramirez Leiva

domingo, 8 de mayo de 2011

¡Salvajes unitarios!

Nuestro país suele oscilar entre los deseos de instaurar un orden pacificador, o implementar un orden descalificador de los que piensan o actúan diferente a los detentores del poder. Entre los primeros contamos la responsabilidad y el esfuerzo que asumía don José Hilarión Castro, cuando el 22 de enero de 1822 aceptó el nombramiento de Juez de Paz. Vecino de Cañuelas, nacido en Mendoza y casado con Justa Rufina Vidal en la parroquia de San Vicente, era socio de Pedro Ara en tierras, ganado vacuno, equino y pulpería.
Durante el gobierno de Martín Rodríguez, el ministro Bernardino Rivadavia dictó la ley de supresión de los cabildos, de origen hispánico. En su reemplazo, creó la justicia de paz dividiendo a la provincia en tres departamentos, encontrándose San Vicente y Cañuelas dentro del primero. En la ocasión se tomó conciencia, gracias a los reclamos del Alcalde, de la extensión del Partido de San Vicente, por lo que se dispuso crear el Partido de Cañuelas. Ese 22 de enero fueron nombrados 28 jueces de paz de campaña, por lo que existían entonces, igual cantidad de partidos (la ley habla de parroquias).
Prontamente el nuevo Juez, nombró a Ramón Carrizo como “Alcalde del Quartel 6” con competencia desde “Remedios hasta el Pueblo de San Vizente”, según consta en documento emitido en el “Partido de Cañuelas y Abril 2 de 1822”, por quien firmó como ”Jose Ilarión de Castro”. Don José Hilarión Castro no fue hombre falto de compromiso y para ese tiempo era Comandante de la Milicias de Campaña, jefe de los Colorados del Monte, y Alcalde de Hermandad de San Vicente. El nombramiento le había sido ofrecido al terrateniente Juan Manuel de Rosas en 1820, tras la crisis generada en la provincia por la invasión victoriosa de las montoneras lideradas por el caudillo Francisco “Pancho” Ramírez. Cuando el futuro “Restaurador” fue notificado de la imposición la rechazó, debido a que le quitaba tiempo para atender sus estancias. Pese a un “No ha lugar” del Cabildo y alegando que se lo impedían las inundaciones del Salado y las distancias, Rosas rechazó el cargo.
Los Carrizo, propietarios de pocas tierras que hoy estarían ubicadas en T. Suárez entre la estación y la autopista a Cañuelas, eran hombres pioneros que advertían las posibilidades de la cría de ganado ovino, compartiendo el espíritu de cambio del ministro de gobierno, Bernardino Rivadavia. Cuando los tiempos políticos cambiaron, aquellos que no adhirieron al concepto Federal de Juan Manuel de Rosas, fueron prontamente acusados de “salvajes unitarios”. Don Ramón Carrizo fue denunciado como unitario el 14 de mayo de 1831. Hombre casado y letrado, de 32 años, tenía regular fortuna y propiedad cerca de la colonial estancia Los Remedios. Portar el apellido Carrizo no era afortunado durante la gobernación de Juan M. de Rosas y así es como Don Ancelmo Carrizo también fue denunciado por unitario. Tenía su estancia en el “pasage de Remedios” y era un soltero de 30 años y regular fortuna pese a no saber leer ni escribir, cuando “se paso a Lavalle” junto con Ramón.

Por: Juan Carlos Ramirez

domingo, 1 de mayo de 2011

Con sabor a leña

Es interesante reflexionar sobre la manifestación cotidiana cultural ante el vital alimento. Cuando Silvio Huberman le pregunt aba a Ulyses Petit de Murat: Cuénteme como era su casa a la hora del almuerzo o de la cena, el escritor le decía:
¡La mesa era brutal! Han pasado los años y no concibo la idea de la comida que tenían en esa época. Por ejemplo, todos los días se hacía puchero para caldo y no había una síntesis como ahora, sino que nos servían varias entradas, varios postres… En casa no se practicaba la gran costumbre argentina de las pastas, au nque la cocina era criolla, española, francesa, universal.
En las casas de Ezeiza, entre tanto:
Se comía medido decía Angélica Pintos, ya mayorcita, recordando la galleta que la abuela le racionaba diariamente de la bolsa que colgaba del techo de la cocina. A mi mamá le gustaba comer conejo, evocaba Lidia Verjano, quien de niña marchaba mansita y resignada a la casa de la señora Coleiro, especialista en sacrificar a los suaves orejilargos.
¿Con qué se recibía a las visitas? Preguntamos a las señoritas Delia y Josefa Goñi:
Chocolate y galletitas Mu mú. Nos respondieron.
En los hogares del campo…
Las duras tareas rurales, trabajando en directo contacto con los rigores del tiempo al aire libre, volvían de vital importancia la provisión de un buen plato. Las mujeres allí reinaban.
¿Qué trabajo hacía tu mamá en el tambo?
Y Beatríz Larralde respondió: Darle de comer a la gente que trabajaba en el tambo, a los peones. Mi mamá siempre tenía una hermana que la ayudaba.
Y los hombres encaraban los aspectos más crueles y pesados. José María Ferrzola explicaba una carneada un día de linda helada:
Y calenté dos ollas grandes de agua. Ya los llamé porque tenía que bajar del piso al chancho y con Toto lo bajamos del piso de madera, porque el chancho tiene que estar arriba limpio, sino se embarra todo. Ya no caminaba el chancho de tan gordo que estaba, despacito lo llevamos como 10 metros, lo echamos al suelo, le atamos bien la boca y lo subimos a una mesita. Y Maruca junta la sangre para hacer morcilla, lo limpiamos bien, lo colgamos toda la noche afuera, después se pone duro y se va descuartizando, los huesos de un lado; el tocino, hicimos chorizos, jamones, las pancetas, la morcilla, los cueritos van en un cajón con sal. Ahora si es muy gordo hay que comprar unos 10 ó 15 kilos de carne de vaca y mezclar. La cabeza es para hacer la morcilla o el queso de chancho.
Los mandados en la puerta de casa
Numerosos vendedores eran ambulantes, para garantizar la frescura de los productos en su pronto despacho a los consumidores y la comodidad para los vecinos, en un pueblo con calles no tan abovedadas, veredas poco frecuentes y el peligro de perros medio malos que podían tarasconearte. No existía una necesidad perentorio por comprar alimentos frescos ya que la gente tenía su quintita, su gallinero, el jaulón para la conejera, la vaquita para la leche. Carnicero con carnicería sí que habia porque uno no iba a andar carneando una vaca cada día para comerse un pucherito. Otra cosa era el pescado…nos preguntamos si el pescado que se consumía era de los cursos de agua cercanos o del mar.
Beatríz Larralde contaba que su lechero era Abel Garayar: él me daba leche para mi gato. (Otro lechero) era Loasel. El verdulero era un señor gordo, que venía de Monte Grande: Ortega. Porque los Ortega son requete viejos en Monte Grande, era el gusto de robarle algo (zanahorias chiquitas o rabanitos) del carro cuando él estaba entretenido con mi mamá comprando. También Di Leo vendía pescado cada semana, por eso le quedó “El pescador”. “¿ Adónde vas? ¡a la verdulería del pescador!”… El era ambulante, iba al mercado pero también trabajaba la tierra, la manzana que estaba desocupada era trabajada.
Hoy cenamos con Fangio
De asado con Fangio. Entre los comensales ilustres elegimos al Chueco. Fangio tenía una casa quinta por la curva de Santamarina en Monte Grande. Y como era muy amiguero, dos por tres, venía a comer un asado con los vecinos, nos consta por las fotos que quedaron como testimonio, de las reuniones a las que asistió con el vecindario de Canning, el señor Romano Cresmani y otros lugareños aparecen flanqueando al quíntuple campeón.
Gourmet punto Ezeiza
El circuito gastronómico de los años ’40 y ’50 podía abarcar un sándwich de proporciones sextuple hamburguesa en la Cueva de la Chancha, como llamaban al almacén de los hermanos Santiago y Pedro Harguindeguy, o algo rápido en El Recreo de Goñi. Esos establecimientos cumplían una función social porque no existían lugares para asistir al trabajador que necesitaba estar bien alimentado con el fin de enfrentar su jornada laboral. Por ejemplo, el menú de las maestras lo determinaba doña Rosa Arrieta Legarreta, esposa de Martín Elisagaray. Decía Beatríz Elisagaray, hija de los ante nombrados: La directora que teníamos nosotros era de La Plata, Edelina Etcheto, por medio de ella- a quien mi mamá le daba de comer en casa- por medio de ella le consiguió a mi papá (el trabajo) como portero.
Acá recreamos otros dos lugares a través de testimonios de primera mano:
Lo de Vega
Hablando con Marcelo Vega sobre el almacén de sus papás, le preguntábamos:
Me contaron que servía comida.
Después, bueno, te servía un sándwich y esas cosas así. Más adelante mamá comenzó a tener algunos…¿cómo se llama?
¿Comensales?
Comensales, exactamente, que les hacía comida a ellos que venían los mediodías; dos de ellos eran como si fueran de la familia porque comieron cualquier cantidad de tiempo en casa. Eran el vasquito Luis (Azcoitía) el carpintero, que a mi mamá le decía mamá y el otro que comía era Rimada, un señor que era del correo.
La churrasquería de Gagliardi
Comer, comía en la churrasquería de la esquina de Gagliardi. Y también comía acá en lo de Eduardo Goñi que tenía un restaurant cancha de pelota. Decía Mateo Ruíz cuando recién se mudó a Ezeiza, venido de Roque Pérez, para instalarse como peluquero.
Comíamos en la churrasquería de Gagliardi a la tarde, a la noche, pero el almuerzo en el aeropuerto, había dos comedores: en uno daban mal de comer y en el otro no, ahí íbamos. Puntualizó Jerónimo Luna que trabajó en la construcción del aeropuerto, tras venirse de Santiago del Estero atraído por el bienestar laboral que se gozaba aquí.
Este comercio se encontraba hasta hace unos años en la esquina de la ruta 205 y la calle J. M.Ezeiza, ahora en el solar se esta construyendo con otros destinos. Ella detonó estas líneas, porque es otro espacio lleno de vivencias que ya forma parte de nuestro patrimonio intangible.

Por: Lic. Patricia Celia Faure

viernes, 22 de abril de 2011

Quintas en Ezeiza

Belcha
Los árboles frutales eran todos de él (el vivero de los hermanos De Maio llamado La Delicia) desde los almendros, castaños, citrus, nogales, uva, pera, granado, lo que se te ocurra y todo era de De Maio. Los curábamos, arábamos la quinta: teníamos a Benedetto que nos araba, Mayeski también vino varias veces a mi casa. Inclusive tuvimos colmenares que él venía para eso, después criamos conejos para la venta. Teníamos tres lotes de cincuenta y pico, arábamos y sembrábamos papa, batata, maíz, maní un año. Mi abuela hacía dulces. Relató María Cristina Romero Catani de Saracino y su mamá Armida Argira Catani (Belcha) agregó: Teníamos un horno de barro grande así, que lo había hecho un sobrino mío con 12 años ¿eh? Y ahí cocinábamos de todo.
En toda quinta no faltaba nunca la visita de los ladrones de frutas. A la hora de la siesta, en los meses del estío, ciruelas, higos, uvas, eran víctimas del saqueo de los menores que se hacían las panzadas…en este vergel ubicado sobre la calle Dean Funes (1) en Ezeiza.
Sobre las consecuencias intestinales que podían sufrir los hurtadores nos contaba Belcha: Entraban a robar naranjas de ombligo a mi casa, entonces mi papá puso la trampa y le inyectó a las naranjas más lindas una cosa que te hacía ir de cuerpo y no llegaban a cruzar el cerco… Y ahí se quedaron tranquilos.
La de Peña
La recordamos aquí como testigo de otro andar en el pago, más cansino y siestero. Porque ahora se encuentra reciclada y refuncionalizada, allí sobre calle Tuyutí, en versión reducida, existe a través de un establecimiento educativo.
Reconstruía en su memoria otras épocas de esta quinta el vecino Carlos Sesto: (Sobre un integrante de la familia Peña) me acuerdo que uno andaba en un Renault 4L, toda la vida anduvo en una catanga. Ese Peña fue el que donó el colegio y prestó su casa para unas misiones jesuíticas para que se hicieran, esa cruz que estaba en la plaza (Manuel Belgrano) se entronizó en ese momento y me acuerdo que por dentro la casa era espectacular y entramos porque íbamos a ayudar a seleccionar ropa porque la habían traído, muchísima ropa para la gente. Hubo misa, chicos que venían a misionar y después de eso se hacía el reparto de ropa, estuvo abierto como un mes por eso. Me acuerdo de la escalera en mármol blanco con reja negra, tenía como un palco la parte alta, como un balcón desde el que veías abajo y ahí dieron misa, fue una de las pocas veces que la gente del barrio pudo entrar. Los que fueron a misionar nos hablaban de salud y a nosotros nos llevó Matilde Filloy, que era catequista, todos tomamos la comunión en Nuestra Señora del Valle.
El vecino Carlos García tenía otras vivencias en su memoria: En lo de Peña yo me llenaba de peras. De Lacarra para acá ¡había cada frutales! Nos empachábamos de ciruelas, de peras, de lo que sea. Peña tenía nogales, comíamos nueces, de ahí nos sacaba el guardián. Yo me acuerdo los nogales estaban sobre Zenavilla a dos cuadras para adentro y había un tipo que cuidaba con la escopeta y tiraba y nosotros nos bajábamos de los árboles corriendo, más o menos en el (19)52, (19)54.

La Rosa
Los pilares de la entrada son una maravilla para transportar en el tiempo, una moldura suaviza los bordes de salpicré, son dos pequeños cíclopes que cuidan al ingresante. Aun tiene en pie frutales (lo que los estudiosos llaman patrimonio tangible) y hábitos en sus ocupantes (a esto lo llaman patrimonio intangible). Por ejemplo, Catalina Vollmuth, una de las habitantes de la propiedad, sabe de la paciencia requerida para la cocción y el envasado de dulces, cómo tratar a las arbustivas y las orquídeas, tiene un calendario floral en la cabeza, conoce la manera más amable de sacrificar conejos. Un coro medio destemplado de perros meta ladrar reciben al visitante que por un senderito sinuoso no se cansará de descubrir secretos entre ramas y flores y pozos escarbados por los canes. La araucaria belicosa tira sus bombas y no se salva nada de lo que haya abajo. Esta quinta es otra reliquia de las pocas que sobreviven al avance de ladrillos en la zona comprendida por los barrios Allá en el Sur y Canning. Y para alivio del vecino sensible, avisamos que esta muy oronda en manos de sus dueños.

Por: Lic. Patricia Celia Faure

(1) Deán Funes 650. Ezeiza

Bme. mitre 472. Ezeiza

El cartelito ovalado aun dice Bme. Mitre porque cuando la construyeron la calle Ituzaingó no existía con ese nombre. Elegida Ezeiza porque era zona semi urbanizada, para respirar relajado el ocio del fin de semana o con algún destino floricultor, o el pequeño tambito, con granjita anexa, era raro no tener el gallinero y la conejera al fondo del terreno.
Pero ahora la quinta se vendió. Y en la altura cuatrocientos resiste la arboleda que tiene sus largos años, lo dicen su porte y su largura. Se destaca el cactus de la esquina de Provincias Unidas y Balcarce, con sus estrellas blancas de bordes rosados y bordó que ignoran desde sus nubes a las bolsas de basura que les tiran los vecinos desaprensivos a los pies.
En el coloquio inmobiliario se dice que la compraron para edificar departamentos. La lágrima nos corre a los que nos gusta apreciar el horizonte verde, pero tendremos que ir acostumbrándonos a otros tipos de bálsamos. Confiemos en el poder de adaptación que poseen los animales para que los chimangos que anidan en lo más alto de la copa del ciprés, el enjambre de colibríes que se alimentan en las flores de palo borracho y las cotorras que, augurando el destino del solar, tejieron sus departamentos de palitos colgando en los flancos de la arboleda que linda con la calle Provincias Unidas, encuentren el cobijo y sus recursos en otros lares.
Empezaba la época de los departamentos y el disparate social de vivir como sardinas en lata, ignorándose entre vecinos, mientras que antes- en eso que hoy se llama Gran Buenos Aires- el vecindario parecía sucursal de la familia.¡ Siempre había un voluntario que nos refugiaba cuando disparábamos de una paliza!. Se confesaba en su breve autobiografía María Elena Walsh.
Con las aceitunas del olivo del fondo y la fragancia de las flores blancas en el arbusto anónimo, la quinta mantiene el cerco totalmente verde como reliquia de la tranquilidad añeja, sin darse por enterada de las épocas de rejas, alarmas y patrullas patrullando.
El vecino sensible extrañará el verde del follaje, el canto de los pájaros, el frescor de la arboleda. Pero ese vecino ya sabe que esas románticas y sanas costumbres desestresantes no cotizan en el casco del pueblo. Valen, y mucho, cuando les calculan un valor en dólares formando parte de un barrio cerrado, privado, country, club de campo, o como se llame, de los que pululan por todos lados. Lo que queda del esplendor de la quinta forma parte de un mundo que se vuelve (¡qué cosa!), cada vez más excluyente, aunque el vecino quiera seguir creyendo que las políticas sociales incluyen a todos los miembros de la sociedad.

Por: Lic. Patricia Celia Faure

domingo, 17 de abril de 2011

La molicie del aeropuerto Pistarini

El aeropuerto es ese no lugar que nos trasciende y nos transporta. Forma parte de nuestra identidad en lo regional pero también incluye a todo el país, en épocas de crisis se escucha decir por todos lados que “la salida es Ezeiza.” Nos moviliza mentalmente, porque en el pueblo muy pocos han subido a un avión, salvo para atenderlo o limpiarlo. Su vitalidad es magnética. Ese radar que siempre da vueltas parece el mundo girando. Los que nos criamos contemplando aviones flotar sobre nuestras cabezas siempre nos embelesamos conteniendo la respiración al verlos ascender y calculando la puntería cuando aterrizan. Jugamos a adivinar las empresas. Discriminamos el sonido de acuerdo al tipo de máquina voladora, hasta el menos avispado sabe lo que es un helicóptero, uno de línea y un carguero atronador. Cada generación tiene grabado alguno: el amigo Juan Gómez el ruido de los Comet; otros, el estallido sobre la cabeza de los Mirage de 1979, cuando rompían la barrera del sonido, preanunciando las quijotadas que concluyeron en 1982 con la dolorosa guerra por las islas Malvinas. Se decía entonces que se estuvo cerca de un conflicto con Chile. Bye bye islas del canal de Beagle.
Entre la dureza del noble mármol y lo etéreo de los pájaros metálicos. Esquivando el vacío y las ruinas de lo demolido en el aeropuerto, en la silueta fantasma de lo que ya no esta, en esos rayos de sol que hoy llegan adonde hace unos cincuenta años no calentaban, proyectando la sombra corta o larga allí donde antes crecía el yuyo… allí tomaremos coraje desde la tabla batiente del trampolín para sumergirnos en lo que fue e, intuimos desde el sentido común (rara avis en los tiempos que corren), pudo seguir siendo. La firmeza simbolizando la obsolescencia empujó a la imposición de la funcionalidad de las estructuras prearmadas de aluminio y policarbonato. Será que nos estamos poniendo viejos…

Dominga “Tota” Calderón fue la primera novia que se casó en el templo Nuestra Señora de Loreto en setiembre de 1950. Su papá estaba vinculado a los aviones desde tiempos en los que no existía la Fuerza Aérea, de modo que fue una testigo privilegiada de la construcción del aeropuerto.
Nos decía:
Cuando terminó la obra se hizo un gran asado donde son hoy los hangares. Vino Pistarini y la señora, Eva y Perón. Entonces Perón les dice a todos esos 5.000: “¿y muchachos, qué nombre quieren que tenga el aeropuerto?”. Yo creo que él estaba convencido de que iban a decir “General Perón” pero dijeron “Ministro Pistarini” y así se llama.
Lo eligió la gente que ahí trabajó.
Sí, lo eligió la gente, la peonada.
Y su amiga Dora Morillas amplía: Porque esa peonada estaba agradecida, muchos aprendieron a leer y escribir. No sé si había escuela pero sí alguien que se encargaba de enseñar porque he leído cartas que le mandaban a papá o cuadernos, porque era como que él les mandaba los deberes porque papá trataba de que no fueran analfabetos, porque siendo analfabetos no iban a tener nunca los mismos derechos de los que saben leer y escribir, o sino, los iban a poder empaquetar más fácil, como era en la época en que se hacían los comités y que en la libreta les hacían poner el dedo o una cruz sin saber a quién elegían o qué firmaban.
Las dos vivieron en el Barrio Uno y las dos tenían un padre protagonista de la erección y puesta en aire de nuestro olimpo de máquinas voladoras. El papá de Tota fue compañero de escuela del comodoro Pérez Aquino, director del aeropuerto, que fue quien lo llamó para trabajar en la estación como jefe de personal. Calderón era piloto desde 1922 revistiendo a las órdenes del ejército, se denominaba entonces Servicio Aeronáutico del Ejército. Y el papá de Dora era el teniente coronel de administración Gregorio Morillas, el bravo intendente correntino que llegó cuando comenzó la obra y la acompañó hasta su finalización.
Entre las decenas de testimonios que recuerdan al aeropuerto en el volumen Las vacas vuelan, recortamos el de Gerónimo Luna porque formó parte de la peonada a la que se refieren Tota y Dora: Una vez vino Evita ahí, capaz entonces (se inauguró). Me acuerdo que vino Perón… y la señora de Pistarini vivía ahí en el Mangrullo. (Cuando) inauguraron los hangares ahí sí estuvimos todos los de la zona, gente que trabajaba por ahí, cuando vino Perón había asado, había de todo, festejamos todos juntos, porque había muchas empresas trabajando ahí adentro inclusive el Ministerio de Obras Públicas, la D.A.O.M., los que hicieron las pistas. Gerónimo, nacido en Santiago del Estero, no guardó en su memoria la consulta sobre el nombre, los años de peón golondrina habrán borrado ese tema porque recorrió la provincia de Buenos Aires y otras persiguiendo el sustento. Medio en broma, medio en serio, decía que había venido por una temporada laboral y ya llevaba 52 años en Ezeiza.
Por: Lic. Patricia Celia Faure
Nota: El crédito de la foto sin referenciar
(ambas son de Comet 4) pertenece a Juan José Jacobacci y es la imagen del LV-PLM.

domingo, 10 de abril de 2011

E. Echeverría, entre Lomas y Ezeiza

Desde 1580, el territorio adyacente a “la ciudad de la Santísima Trinidad y puerto de Santa María de los Buenos Aires”, se hallaba bajo la autoridad de su cabildo. Ciudad, ejido y campaña conformaban la estructura que organizaba el territorio. A medida que las necesidades económicas- demográficas lo requirieron, la campaña inmediata a la ciudad debió reordenarse. A partir de 1777, creado el Virreinato del río de la Plata, se establecieron las Alcaldías de la Santa Hermanad y sus alcaldes, quienes fueron las primeras autoridades con que se dotó a los pagos.
Desde el comienzo se empezó a conocer algunos parajes con los nombres con que sus pobladores lo distinguían pero recién en 1784, la campaña se dividió en “grandes extensiones de límites imprecisos” denominados pagos. Los pagos de las “lomas de Zamora”, pertenecieron al partido y curato de la Magdalena, luego al de Quilmes, posteriormente al de Barracas al Sur, y finalmente al partido de Lomas de Zamora (05/09/1861). La nueva jurisdicción absorbió a partir del 24/02/1865, a casi todo el Cuartel V del Partido de Cañuelas. Sus pobladores se habían dirigido al gobierno solicitando que “se agregue a Lomas de Zamora la área comprendida entre el Río Matanza, el arroyo Jiménez y el límite de Cañuelas con San Vicente” (04/04/1862). De esta manera, la totalidad de la estancia “Los Remedios”, quedó integrada en el joven partido, cuyo nombre nos remite a Don Juan de Zamora. Este había adquirido en 1736, las tierras que antiguamente explotaba la Estancia del Cabezuelo, organizada a partir de 1610.
De acuerdo con el plano del partido de San Vicente, levantado en 1881 por el Agrimensor Municipal don Saturnino Salas, los límites que por el Sur tenía el nuevo distrito incluía los campos que se extendían hasta las actuales calles ezeicenses Humberto Primo- Sargento Cabral, hasta su intersección con La Colorada, actual Pedro Dreyer, por el Este.
Muchos de nuestros vecinos registraron en sus documentos que habían nacido en el distrito de Lomas pese a haberlo hecho, por ejemplo, en Villa de Mayo. Este lugar se urbanizó a partir del loteo de quintas a principios del S XX, pero ya contaba con vecinos asentados permanentemente desde mucho tiempo antes que fuera aprobada la Traza del Pueblo, Colonia y Centro Manufacturero de Monte Grande. La iniciativa estableció el parcelamiento en quintas y chacras de lo que 20 años después será conocido como Villa de Mayo. Doña Teresa nació en la citada localidad, hoy Luís Guillón.
Francisco “Pancho” Barone, que había sido resero entre Buenos Aires y Rosario, se radicó en Ezeiza en 1913 y ello le permitió a su hija Teresa criarse en nuestra ciudad y concurrir incluso a la Escuela Nº 3 (hoy Nº 1), cuando se encontraba sobre lo que posteriormente sería la Ruta Nacional Nº 205. Mencionamos a quien fuera nuestra vecina y que viviera en Ezeiza toda su vida, porque nació en diciembre de 1912. Ello nos permite estimar que fue uno de los últimos registros asentados en el distrito lomense, antes de que las tierras del Cuartel XII de Lomas de Zamora, incluidos la actual Luís Guillón, pasaran a pertenecer al partido de E. Echeverría a partir del momento mismo de su creación, el 9 de abril de 1913.

Por Juan Carlos Ramirez

viernes, 25 de marzo de 2011

El barrio Guillermina también existe…

Recuerdo que viviamos en el Vecinal y en el año 1956 no vinimos al barrio Guillermina. Yo tenía ¡4 años, me acuerdo patente de ese día! La mudanza fue en un carro. Llegamos a una casita de ladrillo asentada en barro, que mi papá, Oscar M. Soto (79 años) construyó. Muy pocas casas alrededor, al frente vivía Don Fiorentín: casona grande con aljibe y una glorieta con glicinas lilas en donde él, sentado debajo, tejia canastas con mimbres que juntaba en la plantación detrás de su casa. A dos cuadras el tambo de Don Echechouri, donde íbamos con mis hermanas a tomar leche al pie de la vaca; tenia almacén, nos fiaba y cuando papá le pagaba, nos daba la “yapa”: una bolsa llena de caramelos y galletitas surtidas.¡Que hermosa época ! Desde casa se veía el aeropuerto, porque todo era campo. También recuerdo que con mama íbamos al monte de Espinetto, en donde se hacía carrera de sortija, doma y peña folklórica.
Cuando comencé el colegio fui a la N°3 (hoy la N°1) debíamos cruzar el monte de la viuda.¡Qué miedo! Era muy tupida la plantación, hoy solo se conserva la palmera. Cuando tenía 10 años fui a la escuelita que se fundó en el barrio, pero no alcanzaban los salones, entonces los vecinos como Lincuis, Centy y otros, prestaban un lugar para que dieran clases; salíamos en fila desde la escuela N°25 por la vereda a cada casa. ¡Cuántos recuerdos! Mi maestra de 6° grado fue Silvia Tisone, hace poco leí algo escrito por ella. Poco a poco el barrio se fue poblando, cuando tenía 15 años recién tuvimos luz eléctrica. Para tomar el cole “Flecha de Oro” caminábamos hasta la 205 chapoteando barro cuando llovía porque no había veredas.
Mi padre fue trayendo de a poco su familia de Corrientes; mis abuelos y mis tíos ¡Que también viven en este barrio! Papá colaboro con la construcción de la capilla Nuestra Sra. de Lujan, en la que yo fui catequista. El barrio siguió creciendo, cada vez más; se formo el Club Ocampo, con el correr del tiempo paso a ser el club Guillermina.
En el año 1969 me case en la capilla, todo el barrio asistió porque fue el primer casamiento en ella, ya hace 41 años. Con mi esposo Aníbal tuvimos 6 hijos, de ellos 19 nietos ¡¡¡Mis amores!!!. Todos ellos viven en este barrio, en Ezeiza. En la escuela de la que egrese y asistieron mis hijos, también mis nietos, soy con mucho orgullo, auxiliar desde el año 1983. Tres generaciones pasaron por mi escuela (como yo le digo) la N°9 (ex N°25).
Hoy tengo la mayor satisfacción de informar que en este Barrio Guillermina, viven más de 250 integrantes de la familia de mi padre, descendientes de los Sotos. Tíos, hermanos, hijos, sobrinos, primos, hijos de primos, en la cual hay personajes dedicados al deporte. Mi papa fue director técnico del equipo “La Familia” que se mantuvo por años, siendo dirigidos por otros como mi tío “Bebecho” (Victoriano Núñez)hoy integrante del Club Guillermina; un reconocido jugador de Tristán Suarez como mi primo “El Bocha Núñez”, mi esposo Aníbal, mi hermano Oscar Soto, integrante, hoy del Club Nuevo Horizonte con su hijo Gabi, todos los integrantes de La Familia, como dice el nombre del equipo, eran familiares y nosotros de hinchada en todas partes donde se hacían campeonatos ¡Qué maravilla tantas cosas hermosas que vivimos juntos!
Hoy ya nada de eso, todo cambio… ya no queda espacio para potrero porque se pobló todo, llego el asfalto, las escuelas, los jardines de infantes, las salitas de 1° auxilio, capillas, casas y casas. Es por eso que estoy ¡tan feliz! de ser una integrante de esta familia del barrio Guillermina hace 56 años.
Por: ALICIA SOTO

sábado, 12 de marzo de 2011

El monte de Spinetto

Diagramado con algunos toques de espontaneidad a los que nos tiene acostumbrados la naturaleza; se yerguen especies autóctonas, como el árbol denominado tala, pero también algunas exóticas para la región pampeana húmeda, como las araucarias. La suave colina se irguió aún más con las excavaciones motivadas por las curvas y volteretas necesarias para diseñar las colectoras de la autopista Ezeiza-Cañuelas. El verdor del vivero La Delicia fue cultivado y allí sabemos los nombres de los artífices de ese vergel: los hermanos Juan y Pedro De Maio, autores de las plantas de huertos y jardines de la región hace unas décadas atrás.
Buscando esquivar el tono elegíaco invitamos a recorrer estos montecitos y colinas de aquí nomás, aún erguidos con gallardía para alegría de pájaros y miradores de ojo largo en el tiempo. Porque se venden. Mangrullos naturales desde donde se puede otear el hoy acotado horizonte. Antes algún querandí habrá avistado una presa para alimentar a su familia; los animalitos de las pampas las habrán trepado para salvarse de la inundación que invadió su madriguera; algún chacarero habrá adivinado el humito del tren a leña que iba y venía, monótono, puntual en sus horarios de relojito de cadena.
Las colinas se miraban como los ombúes en la pampa rasa y rala. Ahora infinidad de edificaciones se interponen. Las dos propiedades son diferentes en su silueta ya desdibujada de los objetivos que las arraigaban a la tierra y ambas son identificadas con un nombre, tienen un monte y se encuentran en las alturas.

El monte de Spinetto
Empezamos la evocación en orden cronológico, desde el mirador que apunta hacia las bajas tierras del lado de Esteban Echeverría. Porque lo de Spinetto tiene vocación de vigía, como el solitario ombú del campito de Sotelo, el que nos gusta imaginar como uno de los pocos que atestigua sobre su vida activa como establecimiento agrícola o ganadero.
La ubicación la explica el profesor Juan Carlos Ramírez: El campo se encuentra actualmente atravesado por la autopista Ezeiza a Cañuelas y tiene por límites al NO los campos del aeropuerto; al NE los puestos del peaje; y por el S, barrios de Ezeiza. El monte de Spinetto, ángulo SO de la propiedad, forma parte de la toponimia local.
Parece que era una familia que no vivía de manera permanente allí, pero su propiedad, de dimensión más importante que las que las circundaban, era fuente de empleo y su monte colaboró en convertirla en una referencia obligada. El monte de Spinetto es como un domicilio y un número. En su abarcar perimetral creemos que trasciende en tiempo y espacio al ferrocarril, porque cruza los rieles hasta donde hoy esta el hipermercado y alivia la cañada que ampulosamente se señalizó con el nombre de Ingeniero Rossi cerca de la ruta 205 y Pinkufi hacia el barrio del polvorín estallado, Villa Guillermina. Hoy algo se conserva de aquello: parte de la arboleda y alguna construcción. En la casa supimos apreciar hace unos cuantos años los planos de la autopista que hoy transitamos porque allí se encontraba la oficina del obrador, filmamos la agonía de la angosta calle Newbery con Verónica Gussoni, amiga y compañera de facultad. Qué días. Había espectáculos de destreza criolla y tenía un cartel que decía La Taba. Suerte habían tenido de contar con una línea telefónica cuando eso era una especia de milagro por el pago
Desde los testimonios de los vecinos se sabe que era un establecimiento agrícola, que iba ahí a faenar sus vacunos el carnicero, que el señor Spinetto le obsequió al hijo que se recibió de ingeniero o de arquitecto la posibilidad de construir lo que quisiera y el hijo hizo esa casa en ochava que estaba con su escalera en la esquina de la ruta 205 y el camino a Las Flores. Supo ser restaurant y también, decían, entre otras versiones, una confitería non sancta por ser lugar donde se jugaba clandestinamente. Ahí nomás tenia su grutita la Difunta Correa, expresión popular y piadosa que ya se ha convertido en un santuario y que el supermercadista mudó al lado de la vía con el séquito de milagrosos más en onda y menos autóctonos que la parturienta que amamantó aún muerta a su bebé.
Recordaba el vecino Juan Ojeda: Crié a mis hermanos. Les daba de comer. En aquel momento estábamos en Spinetto. Quedé yo haciendo la comida hasta que se fueron separando, a las chicas las fueron llevando las madrinas, porque en aquel momento los padrinos eran toda gente de moneda. Y así nos criamos.
¿Qué había en lo de Spinetto?
Había dos o tres ranchitos nada más.
¿Tenían vacas?
No, no. El viejo Spinetto era dueño de un saladero muy grande en la Capital. Acá tenía un monte de duraznos, de viñas, tenía de todo, bah.
¿Y ustedes qué hacían allí?
Mi padre tuvo la suerte de que lo nombraran capataz. Estuvimos muchos años con ellos.
Las perlitas de este testimonio son la importancia de la presencia de un buen padrino o madrina para colaborar en la crianza cuando faltaban mamá o papá, aspecto de nuestra comunidad que, inteligente y oportunamente señalara el profesor Ramírez, como un rasgo del tejido social que sostenía a los integrantes de una familia en dificultades impidiendo el desmadre. De algún modo, Spinetto ejerció un padrinazgo que funcionó como contenedor. Otra: no tenía vacas pero sí un saladero. Suena raro un saladero a principios del siglo XX, uno los creería obsoletos para ese entonces, si lo hubiera señalado durante el periodo de gobierno de Juan Manuel de Rosas parecería lo más lógico. Pero sabemos de la convivencia de métodos modernos y arcaicos económicamente hablando. Así como no nos llaman la atención los montes de duraznos que nos remiten a la necesidad de leña en un Ezeiza que aún en 2011 no cuenta con gas de red en muchos hogares. Este testimonio resulta particularmente conmovedor porque cada palabra remite a lo pretérito casi colonial sobreviviviente en el siglo pasado, como el milagro de la madera perfumada: calor, cocción y sahumerio desde las cocinas económicas construidas en hierro. Duraznero, el sándalo de las pampas.
Por: Lic. Patricia Celia Faure

miércoles, 2 de marzo de 2011

La canchita del Club Roca

La canchita del Roca era un misterio para mí. Niña que no comprendía la felicidad que experimentaban casi todos los miembros del sexo masculino de cualquier edad al correr atrás de algo que rodara: un bollito de papel, una semilla de paraíso, una naranja amarga. Y era un misterio porque la canchita del Roca no estaba en el Roca.
De chica creí en algún momento que la cancha se llamaba así por la familia vecina de apellido Roca que vive aún enfrente, antes, de la cancha y ahora, de la municipalidad. Supongo al Club le pusieron ese nombre por el ferrocarril próximo, lástima que eligieron el apellido de lo que se entendía como un hombre público progresista a fines del 1800 pero que hoy interpretamos como un genocida de los hermanos pueblos originarios que vivían en sus tierras en la Patagonia. A los clubes más añejos en Ezeiza les daba por los bautismos con nombres ferroviarios, probablemente en la búsqueda de fortalecer y fortalecerse con la identificación y localización del poblado.
Yo veía colgada desde el portón de mi casa un potrero polvoriento donde traspiraban y corrían atrás de una pelota. Para un lado y para el otro. A veces era más divertido porque se ponían camisetas coloridas que hacían juego con el short (eso se llama vestuario del equipo) y venia más gente. Nunca le conocí cerco perimetral, ni un tablón donde sentarse a mirar. Vendría a ser una cancha medio clandestina pero a la vista de todos. A la hora de los papeles era propiedad del ferrocarril y de las vacas del Pepe Enríquez que pastaban por allí cerca cuando hacia falta. Yo también la cruzaba para ir a la forrajería de Aranda a buscar granulado para mis gallinas y, de paso, acariciar a los suaves gatos y meter un brazo hasta el codo, o más, en la bolsa de granos que me cruzara, era una experiencia táctil y olfativa ir a la forrajería, olía a semillitas.
Lo que algunos no saben, ciegos en una campaña digna de Shi huang ti es que, agazapada en su clandestinidad ancestral, la canchita del club Roca resiste. Yo la veo a distintas horas del día y de la noche en unos canteros elevados, rodeada de raquíticos arbolitos mudados. Ahora tampoco es la canchita del Roca. Sigue siendo otra cosa. Pero desde mi portón sigo viendo el misterio de los muchachos corriendo atrás del esférico y el pastito trillado de tanto peloteo, carrera, frenada y demás que no deja más que polvo sobre el piso. Y una nube gris que se estacionó en el verde del parque.
Por: Patricia Celia Faure

sábado, 19 de febrero de 2011

Santa Bárbara

El 20 de abril de 1996 organizamos una visita a la casona Santa Bárbara para conocer y reunir fondos con destino a nuestra Biblioteca Pública Alfonsina Storni. Todavía nos parece ver la alegre y fragilísima figurita de Rosa Rosen (actríz argentina que vivió allí y falleciera el 15/07/2004), gentil anfitriona, recibiéndonos con un ¡Bienvenidos a esta casa centenaria!, aún nos conmueve recordar los relatos desgranados durante el recorrido por ella, por su marido Horacio Ferrari, la hermana de éste, de nombre Georgina, y de su hijo. Los pasos sonando en los pisos y la escalera de madera, los frescos de los cielorrasos, las molduras circundando las arañas que originalmente funcionaban con picos de gas, el escritorio con el secreter inmenso y marronísimo, la mesa larga rodeada de diez sillas de alto respaldo, tapizadas en cuero,y la luz, constantemente los rayos del sol entrando por puertas y ventanas, luces del sur que calientan tanto como en una villa italiana.
Sobre lo que sucedía en la planta alta recordaba hace unos años la vecina Libertad Alvarez (testimonios incluidos en Las vacas vuelan): En la parte de arriba estaba el piano y entonces, la mayor de las Ferrari, Nelda, en verano-se conoce que tendrían las puertas abiertas- y vos estabas sentada en la puerta porque había calor y sentías todas las piezas que ella tocaba. ¡Era de una serenidad esto!. La distancia que separaba la casa de Libertad de la Santa Bárbara era de unas diez cuadras aún escasamente pobladas y el sonido llegaba, la música era para todos.
Construída en 1893, anuncia el cartel de venta. Nos gusta pensar que se venden o alquilan los lotes linderos con la ruta 205. Vecinos de mejor lectura nos dicen que también esta incluida en la oferta la casona Santa Bárbara. De ser así, ojalá que su próximo destino sea ponerla en valor y abierta a periódicas visitas, ojalá sea el espacio para un museo. Ojalá…
Rosa
La casa es la entrada al remanso a la vez que al espacio vital y psíquico, la oportunidad cotidiana del encuentro con uno mismo y con los seres vivos, en cuerpo o en sentimiento, que nos rodean: Rosa despertó esa mañana en su quinta de Ezeiza y salió al parque. Aún era temprano, se le acercaron sus cuatro perros a saludarla. El aire fresco la hizo tomarse los brazos con las manos. El rocío esplendía aún sobre los verdes sin fin. Caminó hasta uno de los bancos de piedra centenarios y mirando hacia la casa entró en uno de esos huecos que suele abrir el tiempo- que no existe- a veces para comunicarnos con el todo, para establecer un puente hacia la libertad (García Yudé, N. y Thomas, J.L., Rosa Rosen).
Las travesuras de Georgina
Poroto y Antonia acunaban en su memoria otros recuerdos que señalaban una distancia que superaba las cuadras peladas y las calles sin nombre por una distancia social, manifestada en la crueldad de niños traviesos y aburridos en la siesta pueblerina. José Antonio “Poroto” Álvarez decía: Resulta que un día (voy) a lo de Ferrari y a Horacio le habían regalado una bicicleta, creo que era cerca de Reyes.
¿Querés andar en bicicleta Poroto?
¡No sé andar!
¡Subí que es fácil!

Estaba Georgina y subí. Me dijeron: ¡Nosotros te empujamos! Y cuando agarro velocidad¡ me mandaron arriba de los rosales!
Del testimonio de Antonia San Juan: mi papá era cochero de ellos. Mi mamá hacía algunos trabajitos para la casa y nos daban al fondo una vivienda, yo era chiquita, tenía menos de 6 años. Y venía a buscarnos Georgina y una amiga o una prima y le decían a mi mamá: Adela deje a las chicas que vengan con nosotras que las cuidamos.
Si, pero mirá que no vayan a comer fruta verde porque en tu casa hay muchos frutales.
¿Y vos sabés que nos daban las fruta verde a propósito?
A la traviesa Georgina le debemos un conmovedor libro de poemas: El Árbol, y en la dedicatoria con la que lo obsequió a la biblioteca Alfonsina Storni, dice: inspirados en los años felices vividos en el entonces pueblo de Ezeiza y su Santa Bárbara. Nos permitimos recordar a la tormenta que dejó sin su nieve al limonero, que en torno de su tronco formó un halo. Porque cuando pensamos en la Santa Bárbara no sólo evocamos la casona sino también el bellísimo y benefactor patrimonio que constituyen sus árboles, plantas y arbustos. Las casuarinas que filetean la ruta cobijan y secretean con los pájaros.
Las reliquias de Bárbara
Y recreamos el efecto de la tormenta a través del testimonio de la antigua vecina porque Santa Bárbara es la virgen del rayo. Patrona de los armeros, fundidores, mineros, prisioneros, artilleros, bomberos, ejércitos, pirotécnicos. Según la leyenda recibida de Metaphrastes (siglo X), era una joven conversa de los primeros siglos de la era cristiana quién fue encerrada por su padre pagano en su castillo para forzarla a la apostasía. Al no conseguirlo, la asesinó, y él mismo murió fulminado por un rayo. Se la recuerda el 4 de diciembre y parte de su cuerpo se encuentra disperso en varias capillas de Europa: en Dignano(Croacia) esta su pie incorrupto, es muy conmocionante verlo hasta en foto por el estado en que se conserva.
La casona fue bautizada de ese modo porque su propietario y constructor, Nicomedes Pierotti, se dedicaba a la fabricación de pólvora. Los vecinos habitantes de la costa y las proximidades de la cañada que en la ruta tenia un cartel que la designaba Arroyo Rossi (por un profesional que se desempeñó en la construcción del Aeropuerto) atesoran en sus hogares reliquias del polvorín: cavando en el fondo de sus casas descubren viejas cañerías y objetos de tiempos idos, además de los ladrillos que sobrevivieron a la última explosión (en 1898) y fueron empleados hace mucho para construcción.

Lic. Patricia Celia Faure

sábado, 29 de enero de 2011

Pedro Pravaz y Vicente López y Planes

Parece la máscara de cera de otra casa. El mutismo de sus ventanales y puerta tapiadas gritan. A su palidez sólo le falta estar acostada entre encajes en un féretro. Será de una muerte digna, heroica, gallarda. De pie.
La desarmaremos como a una mamushka de pupilas dilatadas… cáscara tras cáscara, bajo la atenta mirada inocente de la muñeca. No imaginamos al asesor arquitectónico recomendando cegar esas fuentes de luz. Si lo hubo y cobró habría que denunciarlo por bloquear el fluir de la vida. Capaz la casa se atrincheró cuando no le gustó lo que vio… No sabemos cuando sucedió, una mañana amaneció muda… pero habla por los vecinos y por la vecindad urbana…

La tienda de la mujer rebanada
El testimonio de Poroto Alvarez desde su infancia a principios del siglo XX sobre esa esquina es el siguiente: La única tienda era la de Salvatierra. ¿Sabés lo que nos pasó? Resulta que estábamos debajo de unos paraísos cerca de mi casa y dice un tal Sánchez: Hoy abren una casa nueva en la esquina de Castiñeira. ¡Hacía una calor! Y fue a ver, al rato venía a 80 km por hora, llegó blanco y no podía ni hablar:
_ ¿Qué te pasa?-
_ ¡Hay una mujer parada arriba de una mesa con un saco y le faltan las piernas!_
_¡Andá, mentiroso de miércoles!_ le dijimos.
_ ¡Ah, no!¡Vayan a ver si no es cierto!_
Y los que nos habíamos quedado, fuimos. De los cinco que fuimos quedamos yo y Miguel Ima, los otros salieron cuesta abajo.
¿No sabían lo que era un maniquí?
No, no sabíamos. Nosotros nos quedamos parados del susto. Pensé que era una mujer de veras y salió la señora y nos explicó lo que era ¡Y salimos sacando pecho!
Antonia San Juan (esposa de Poroto) también fue otra de las niñas espantadas por el maniquí. Volvió a su casa sin hacer los mandados que la mamá le encargó porque al pasar por la tienda se asustó, ante el reto materno sólo atinó a excusarse argumentando que un perro malo la había corrido.

Escalando hasta las casa
La actual calle Pravaz conectaba a los tamberos con el tren y era una de las calles que llevaba a la estación del ferrocarril. Casi todo el pueblo pasaba por allí. Por eso allí se instalaban los comercios. Por la calle sin nombre y descalza, pero abovedada, pasaban los carros con su carga blanca, los jinetes, casi ninguna bicicleta porque eran muy caras, algún auto y los sulkis que en la caja debajo del asiento y del almohadón llevaban las bolsas blanqueadas al sol para cargar la compra del azúcar, la harina y todo lo que se vendía suelto. Los vecinos añosos guardan recuerdos quejumbrosos para las nubes de polvo que se metían por todos los rincones pero, así y todo, había menos mugre y basura sobre el planeta, la mayor desgracia era pisar bosta de vaca o barro, que te cagara un pajarito, o te comieras un insecto sin querer. Las calles de acceso a la estación tenían un sistema de turnos de funcionamiento de acuerdo al estado en que las dejaran el tránsito de los carros y las erosivas lluvias. Se hundían en lodazales y en tremendos huecos por las huellas de los carros dale que va cargados. Para acceder a algunas de las casas o a los comercios había que trepar desde abajo por la barranca donde se encontraban, esas alturas las notaban menos los que venían a caballo o en vehículos a caballo.

La arteria neurálgica
En uno de los extremos de la calle Pravaz, y en estrecha convivencia con los vascos dedicados a la lechería, se erguía el almacén de los hermanos Pedro y Santiago Harguindeguy, que también vio pasar por su frente los camiones cargando fardos de lana. Y en la otra punta, lindando con la vía, estaban los otros hermanos almaceneros: los Arruiz, con su establecimiento abierto aproximadamente hacia 1895.
María del Carmen del Santo, sobrina del panadero Guarna, lo describió así:
La vereda daba a Pravaz y era de ladrillos, allí estaba el frente del almacén y el palenque, enfrente estaba el molino donde los chicos se iban a bañar, caía el agua y se bañaban. Todo el almacén abajo tenía sótano, lo que da a Salvatierra, arriba, era el altillo. Frente al molinete que estaba al terminar de cruzar las vías estaba el surtidor de YPF. Costeando las vías estaba el alambrado, la casa estaba cerca del alambrado. Atrás- cuando Echeverría se angosta-estaba el herrero Bottaro. La puerta de la esquina daba al corredor y tenía como una ochavita, la puerta del medio y dos ventanas grandes con rejas, las que estan actualmente eran las del almacén, era inmenso, era de Ramos Generales, acá se surtía de nafta a la gente. El mostrador de madera tan largo como el almacén, piso de maderas, estanterías altísimas- usaban escaleras para ellas- . La casa tenía un corredor con enrejado de maderitas cruzadas y una cocina larga que la ventana daba a la vía, gran arboleda. Repartían en sulky, era más grande que el de Harguindeguy este almacén. Todos los hermanos eran dueños en un momento. Después quedó Victoriano como dueño, los hermanos se fueron yendo por diversos motivos. Su mamá Carmen Guarna amplió: El padre de los Arruíz había sido alambrador, el almacén de los Harguindeguy era anterior a eso.
En ambos comercios hubo también surtidor de combustible para los vehículos automóviles. Al de Harguindeguy lo demolieron completamente para construir la autopista a Cañuelas, estaría aproximadamente a la altura de la colectora del lado del pueblo.
Suponemos por la modernidad relativa de la construcción, la existencia y convivencia del bazar El Ciervo en la vereda de enfrente casi llegando a la calle Echeverría, donde comprábamos las cajitas musicales para regalarle a la maestra de grado. Las señoras que atendían eran la mar de atentas, y muy bonitas y bien maquilladas. Ni comparar con nuestras madres de cara lavada: un poco de crema Hinds, a lo más, y ruleros los sábados. Era la época de los canapés de Criollitas. Todo más bien sencillito.

La panadería San Andrés
En la esquina enfrente de la que nos disparó este conjunto de reflexiones funcionaba la panadería San Andrés, su propietario era don Andrés Guarna. Su hermana Carmen explicaba: Llega a fines del 1920.El trabajaba en la panadería del Gaucho en Monte Grande como repartidor. Un día quiso independizarse y acá al lado de la escuela había una panadería que era pobre, media bolsita de pan y en el malacate que le decían, el caballo ciego era el que movía el amasijo. Y trabajando fue haciéndose clientela. Repartía lejos y Esteban Arruíz le dice ¿por qué no sacás un crédito en el banco, yo te consigo todo, y hacés tu panadería?. Hicieron la panadería por el Banco.
Los años en que se estuvo construyendo el aeropuerto fueron los de gloria laboral para el señor Guarna, ya que era uno de los proveedores del obrador y tenía muchos sulkys haciendo reparto por la zona rural. Recordaba el señor Pontoni Spagnuolo: Estuve de panadero con Guarna, yo repartía pan. Salía 6 hs y volvía 13 hs, repartía todo Canning. Tenían cuatro jardineras: una andaba Pargoletto, otra andaba Manuel Jiménez, otra andaba yo y otra Castro. Empecé a repartir a caballo porque había partes en Ezeiza que no se podía andar ni con el carro, entonces me mandaba a mí con la canasta y el caballo. Con el correr del tiempo como yo iba progresando me dieron el carro para andar, yo repartía 120 kg de pan por día, esto era en el ’44.
El escribano Alfredo Mario Lasalle trabajó en el Registro Civil que funcionó donde era la casa de Guarna, al lado de la panadería. Funcionó sobre calle Pravaz- entonces era Garibaldi- yo también llegué a conocer a don Pedro Pravaz, un antiguo vecino y activo colaborador, de los gestores de la creación del partido Esteban Echeverría. Creo si yo no hubiera sido amigo, hubiera sido muy difícil conseguir un local para el Registro Civil- siempre existió el recelo de alquilarle al gobierno-, ahí funcionó desde el ’50 hasta el ’55, ’57, (que ya) resultaba un poco chico

Por: Lic. Patricia Celia Faure

miércoles, 19 de enero de 2011

La casa de Dashel

Dashel era masajista de profesión o tal vez doctor en traumatología o kinesiólogo. Pero sí sabemos que era generoso como persona. Tenía una casa de descanso para los fines de semana y vacaciones en la “Córdoba Chica” que era Ezeiza hace unos años. Rodeaban su propiedad los plátanos bellotudos, los eucaliptos fragantes, las casuarinas con el persistente murmullo susurrante, los paraísos violetas de octubre… la vecindad era escasa: tal vez la planchadora Rugura ya recibía trabajos para realizar en su domicilio; doña Jacinta Della Palma ya habitaba con su familia sobre la ruta y se escucharían las “cafeteras” en el taller de autos de don Pedro Marcel que muchas veces se habilitaba para armar bailes familiares o funciones teatrales.
Dashel miraba la luna entre las ramas mientras los grillos cantaban en las noches de estío, y las chicharras lo acunaban cuando cabeceaba la siesta. Y las golondrinas y los gorriones alojadas en el dormitorio de la fronda verde le alborotaban las tardecitas. Y el tren humeante era otro vecino inquieto con su bocina que se oía de lejos anunciando visitas, aun antes que los teros alcahuetes que andaban por todos lados.
La casa se vende y por eso la traemos a la evocación en estas líneas. Parece la casita de un guardabosque de cuento de hadas. Le faltan los gnomos regando las flores silvestres que crecen por todos lados.

Hipócrates al trote en el pueblo

Es una casa a la que conocemos por uno de sus habitantes y no por su propietario. Las memorias que rastreamos no lo recuerdan a Dashel andando por el polvoriento pueblo. La tenemos presente a través del recuerdo agradecido del doctor Manuel Ricardo Rebagliati, a quien el conocedor de huesos le facilitó la formación de su primer hogar, al cederle en préstamo la casa apenas se casó. Era 1935. Allí vivió cuatro años.
Ese año llegó en pleno la bendición de Hipócrates a Ezeiza, además de Dashel (que venía desde antes y, hasta donde sabemos, no ejercía por el pago): se instaló la primer farmacia que se llamó Del Pueblo en una denominación bastante obvia pero que nos gusta por orgullosa, la atendía el idóneo Eduardo Vidal, aún funciona sobre la ruta 205 en José María Ezeiza, ubicada frente al retoño del Pino Histórico de San Lorenzo. También habilitó su consultorio el doctor Rebagliati en una casa que le alquiló a la familia Arruíz (hoy no se la ve porque ya fue demolida) sobre la ruta a pocos metros de la calle Paunero y al lado de un centro médico a cargo de Pablo Díaz. Esa casita la había construido a pedido el señor Zitelli de Monte Grande “20 años de cuchara”.
Antes de eso los habitantes se trasladaban a visitar médicos en Monte Grande, esos médicos que entonces eran de carne y hueso y hoy se recuerdan en nombres de calle, como el doctor Rotta.
Las mujeres en estado interesante agendaban con la partera o con la comadrona, en un bando, estaba la señora Mariana Arbel, y en el otro, la señora María Lanatua de Harguindeguy, eran las reinas del primer chirlo en la región. Las gallinas saldrían espantadas si se hubieran enterado su destino de caldo para la parturienta apenas parido el bebé, decían que ayudaba a generar leche como si fuera la malta Palermo.
Por: Lic. Patricia Faure

miércoles, 5 de enero de 2011

La casa de Abal

La curva de la hoja de El Trébol.
La curva umbrosa invita a entrar en el túnel del tiempo, ese lugar fresco y susceptible de ser creado. Los Chañares al 500, corazón del barrio El Trébol. Entremos.
El par de casuarinas lungas a la derecha de la entrada, medio raquíticas de tan alto que llegan, fueron testigos del trajín de los albañiles y constructores del barrio El Trébol. En una de ellas, aprovechando su largura sobre la llanura pelada, se colgaba una bandera que indicaba a los laboriosos obreros cuando era la hora del receso para almorzar o la del final de la jornada. En la que todos llaman la casa de la familia Abal se asentaba el obrador en aquellos años cincuenta y sesenta del siglo pasado que sirvieron para que el barrio se erigiera, en primera parte, gracias a las gestiones del Banco Hipotecario Franco Argentino. Las casas las construía CAYTE (sigla de “casas y terrenos”) y las ventas también podían concertarse en la casilla de madera puesta en la esquina cerca de la actual Petrobras, el que atendía era el señor Brisson, un vecino del barrio, francés de nacimiento[1]. Por entonces las escasas arboledas eran bajitas y vivía aún por allí mucho bicho de los que hay en el campo, así los lagartos y las comadrejas fueron empujados a disputar su espacio con perritos de raza. Las flores de los matos diseñados amanecían ramoneadas por las liebres, pero era una gloria desayunar mirando a los teros que se cortejaban en los jardines.

En la San Sebastián.
Víctor García Costa sostiene que esa casa era un puesto de estancia y desde allí nos permitimos la posibilidad de hacerla parte del más bien modesto casco de lo que fue la estancia San Sebastián, que abarcaba casi todo el territorio de nuestro distrito, propiedad de doña Josefa Guevara y don Sebastián Acosta. Entre yardas, millas y no recordamos qué otra medida a la inglesa el profesor Juan Carlos Ramírez nos convenció (somos fáciles de convencer cuando se trata de la memoria en reversa) con sus lecturas cartográficas que le indicaban que por ahí debía estar el hogar donde paraban esos vecinos del siglo XIX. Doña Virginia Acosta, la viuda nuera de Sebastián y Josefa, heredó de su esposo Rosario Acosta la parte que le correspondía del establecimiento sito en el Partido de San Vicente y compuesto: de un terreno de pastoreo de tres cuartos de legua más o menos; ocho piezas de material techos de azotea; diez piezas, techos de ripia siendo ocho de estas de material y dos, paredes de barro. Un palomar de material. Una pieza (cocina) techo de paja. Una caballeriza de materiales de ripia. Una idem de tabla de techo de zin. Un alambrado compuesto de 1.000 varas, maderas duras y blancas. Un monte de durazno, recién cortado, compuesto de dos cuadras, rodeado de parayzo, sauses y alamos.
Un puesto con un edificio de tres piezas de material de azotea techado. Un idem con cuatro piezas de material techado de paja. Un idem con tres piezas de material techo de ripia. Cosina de material techado de paja, un galpón de tablas, techo de fierros en muy mal estado. Un (ilegible) con dos piezas techos de paja.[2]

La vigía de la curva
Ahora nuevamente la evocamos a propósito de esta serie de notas. Con miedo porque tiene un cartel que indica que esta en venta. Nunca pasamos de su vereda más que del lado de afuera, ni cuando hablamos con el hijo del dueño, que fue quien nos contó lo de la bandera señalizadora del obrador. La seguimos interpretando como un mojón en el contexto del barrio El Trébol. Como esas arrugas que nos aparecen en el rictus de la cara cuando nos ponemos mayorcitos de edad. Por todo el trebolar surgen de la noche a la mañana casas modernísimas, pensadísimas, estetiquísimas. Ella sigue ahí chatita y ladeada, admirable en su ubicación oblicua como puesta a propósito para no perderse ni el primer ni el último rayo del sol. Conserva algo de gallo anunciando el inicio de las actividades del día, como cuando organizaba la rutina de los albañiles constructores del barrio. Tiene algo de girasol en su quietud. Tiene ese perfil modesto, aplanado y pampeano, que la distingue del resto de las casas del barrio, aunque haya otras que también sean planas. Disfrutamos imaginar su planta construida sin asesoramiento de arquitecto, con paredes de barro y la memoria cargada de tanto visualizar horneros amasando casitas con su pico…
Dos perros reciben al que se detiene en su puerta, ahí el caminante puede descansar en dos sólidos bancos que tienen almohadones de mármol blanco. Las tejas del techo abombadas a muslo, el tanque que vio correr mucho agua, las macetas fajadas, el portón tranquera medio arrumbado pero adornando aun el parque, la galería mansa que incita al reposo y el sendero sinuoso de entrada que inspiró a la curva de la calle tanto como a éstas líneas.

Por: Lic Patricia Faure.
[1]Mucho agradecemos estos datos proporcionados por el historiador Víctor García Costa, uno de los vecinos fundadores y consecuente habitante del barrio abierto y verde.
[2]La descripción de las construcciones de la estancia San Sebastián fue extraída de la testamentaria de Rosario Acosta.

domingo, 2 de enero de 2011

Cuidadores de la salud

Entre los pioneros cuidadores de la salud siempre nos gusta pensar en las mamás o quien cumpliera ese rol, por ser la atención primaria y primera. Con la organización social en clanes, pueblos o aldeas, el rol estaba en un hombre o mujer que conocía las propiedades beneficiosas para los humanos provenientes de plantas, minerales y animales.
Pero en los albores de la urbanización de Ezeiza no queremos dejar de recordar a la partera diplomada Mariana Arbel, que prestaba sus diligentes servicios hasta la zona de Tristán Suárez y fue quien estuvo presente en los dos primeros grupos de profesionales de la salud que atendieron en la Sala de Primeros Auxilios San José de Monte Grande, adonde acudían los enfermos de Ezeiza y aledaños.
En el orden más local también fue muy recordada la labor y diligencia de la comadrona María Lanatua de Harguindeguy, una empírica que años más tarde era causa de los desvelos del doctor Ricardo Rebagliati, el primero afincado en Ezeiza hacia 1935. De enfermeras bien dispuestas el vecindario recuerda a la enfermera alemana o hija de alemanes que vivía sobre la calle Liniers y Vicente López y Planes, o a la señora María Ruiz, que eran de la generación que hervía en un recipiente metálico las agujas con que después te inyectaban la medicación.
Y el equivalente a la sala de primeros Auxilios San José llegó a Ezeiza en la década del ’50 cuando se creó por obra de la Liga de Padres de Familia, la sala de Primeros Auxilios Nuestra Señora del Valle: “Mi abuelo (Felipe Catani) junto al señor Doria, Zaidán, Carnevale, Filloy, Zaragoza, generan la idea y se pone la piedra fundamental” recordó emocionada María Romero Catani de Sarracín. “La salita”, fue muda testigo de las filas interminables para darse las vacunas, sacaba de apuros ante cualquier percance, y contaba con rayos X. Del personal de allí destacamos los afanes del doctor Enrique Herrera.

Por. Lic. Patricia Celia Faure
Nota del editor:
Mariana Arbel nació un 31 de marzo de 1886 en el partido de Almirante Brown, y fue la primera obstétrica diplomada que instaló su consultorio en la calle Vicente López 174. Tenía unos 20 años, corría 1907, y figura dentro de los primeros especialistas que atendieron en la sala de Primero Auxilios “ San José". Falleció a los 80 años, el 16 de junio de 1966, y la Municipalidad de Esteban Echeverría la honró dándole su nombre a una de las arterias del distrito.