Diagramado con algunos toques de espontaneidad a los que nos tiene acostumbrados la naturaleza; se yerguen especies autóctonas, como el árbol denominado tala, pero también algunas exóticas para la región pampeana húmeda, como las araucarias. La suave colina se irguió aún más con las excavaciones motivadas por las curvas y volteretas necesarias para diseñar las colectoras de la autopista Ezeiza-Cañuelas. El verdor del vivero La Delicia fue cultivado y allí sabemos los nombres de los artífices de ese vergel: los hermanos Juan y Pedro De Maio, autores de las plantas de huertos y jardines de la región hace unas décadas atrás.
Buscando esquivar el tono elegíaco invitamos a recorrer estos montecitos y colinas de aquí nomás, aún erguidos con gallardía para alegría de pájaros y miradores de ojo largo en el tiempo. Porque se venden. Mangrullos naturales desde donde se puede otear el hoy acotado horizonte. Antes algún querandí habrá avistado una presa para alimentar a su familia; los animalitos de las pampas las habrán trepado para salvarse de la inundación que invadió su madriguera; algún chacarero habrá adivinado el humito del tren a leña que iba y venía, monótono, puntual en sus horarios de relojito de cadena.
Las colinas se miraban como los ombúes en la pampa rasa y rala. Ahora infinidad de edificaciones se interponen. Las dos propiedades son diferentes en su silueta ya desdibujada de los objetivos que las arraigaban a la tierra y ambas son identificadas con un nombre, tienen un monte y se encuentran en las alturas.
El monte de Spinetto
Empezamos la evocación en orden cronológico, desde el mirador que apunta hacia las bajas tierras del lado de Esteban Echeverría. Porque lo de Spinetto tiene vocación de vigía, como el solitario ombú del campito de Sotelo, el que nos gusta imaginar como uno de los pocos que atestigua sobre su vida activa como establecimiento agrícola o ganadero.
La ubicación la explica el profesor Juan Carlos Ramírez: El campo se encuentra actualmente atravesado por la autopista Ezeiza a Cañuelas y tiene por límites al NO los campos del aeropuerto; al NE los puestos del peaje; y por el S, barrios de Ezeiza. El monte de Spinetto, ángulo SO de la propiedad, forma parte de la toponimia local.
Parece que era una familia que no vivía de manera permanente allí, pero su propiedad, de dimensión más importante que las que las circundaban, era fuente de empleo y su monte colaboró en convertirla en una referencia obligada. El monte de Spinetto es como un domicilio y un número. En su abarcar perimetral creemos que trasciende en tiempo y espacio al ferrocarril, porque cruza los rieles hasta donde hoy esta el hipermercado y alivia la cañada que ampulosamente se señalizó con el nombre de Ingeniero Rossi cerca de la ruta 205 y Pinkufi hacia el barrio del polvorín estallado, Villa Guillermina. Hoy algo se conserva de aquello: parte de la arboleda y alguna construcción. En la casa supimos apreciar hace unos cuantos años los planos de la autopista que hoy transitamos porque allí se encontraba la oficina del obrador, filmamos la agonía de la angosta calle Newbery con Verónica Gussoni, amiga y compañera de facultad. Qué días. Había espectáculos de destreza criolla y tenía un cartel que decía La Taba. Suerte habían tenido de contar con una línea telefónica cuando eso era una especia de milagro por el pago
Desde los testimonios de los vecinos se sabe que era un establecimiento agrícola, que iba ahí a faenar sus vacunos el carnicero, que el señor Spinetto le obsequió al hijo que se recibió de ingeniero o de arquitecto la posibilidad de construir lo que quisiera y el hijo hizo esa casa en ochava que estaba con su escalera en la esquina de la ruta 205 y el camino a Las Flores. Supo ser restaurant y también, decían, entre otras versiones, una confitería non sancta por ser lugar donde se jugaba clandestinamente. Ahí nomás tenia su grutita la Difunta Correa, expresión popular y piadosa que ya se ha convertido en un santuario y que el supermercadista mudó al lado de la vía con el séquito de milagrosos más en onda y menos autóctonos que la parturienta que amamantó aún muerta a su bebé.
Recordaba el vecino Juan Ojeda: Crié a mis hermanos. Les daba de comer. En aquel momento estábamos en Spinetto. Quedé yo haciendo la comida hasta que se fueron separando, a las chicas las fueron llevando las madrinas, porque en aquel momento los padrinos eran toda gente de moneda. Y así nos criamos.
¿Qué había en lo de Spinetto?
Había dos o tres ranchitos nada más.
¿Tenían vacas?
No, no. El viejo Spinetto era dueño de un saladero muy grande en la Capital. Acá tenía un monte de duraznos, de viñas, tenía de todo, bah.
¿Y ustedes qué hacían allí?
Mi padre tuvo la suerte de que lo nombraran capataz. Estuvimos muchos años con ellos.
Las perlitas de este testimonio son la importancia de la presencia de un buen padrino o madrina para colaborar en la crianza cuando faltaban mamá o papá, aspecto de nuestra comunidad que, inteligente y oportunamente señalara el profesor Ramírez, como un rasgo del tejido social que sostenía a los integrantes de una familia en dificultades impidiendo el desmadre. De algún modo, Spinetto ejerció un padrinazgo que funcionó como contenedor. Otra: no tenía vacas pero sí un saladero. Suena raro un saladero a principios del siglo XX, uno los creería obsoletos para ese entonces, si lo hubiera señalado durante el periodo de gobierno de Juan Manuel de Rosas parecería lo más lógico. Pero sabemos de la convivencia de métodos modernos y arcaicos económicamente hablando. Así como no nos llaman la atención los montes de duraznos que nos remiten a la necesidad de leña en un Ezeiza que aún en 2011 no cuenta con gas de red en muchos hogares. Este testimonio resulta particularmente conmovedor porque cada palabra remite a lo pretérito casi colonial sobreviviviente en el siglo pasado, como el milagro de la madera perfumada: calor, cocción y sahumerio desde las cocinas económicas construidas en hierro. Duraznero, el sándalo de las pampas.
Por: Lic. Patricia Celia Faure
Entre varias inexactitudes que pretende recordar quien escribió esta nota aclaro: El Sr. Don Luis David Spinetto, dueño de la mencionada "Quinta" nunca tuvo un "saladero "sino uno de los más grandes aserraderos de Buenos Aires.
ResponderEliminarSi el Anónimo crítico hubiera mencionado las inexactitudes y su correspondientes enmiendas, los deseosos de conocer la historia de Ezeiza podríamos acrecentar nuestros conocimientos. Lástima.
ResponderEliminarEn cuanto al desliz del entrevistado, la autora de la nota dirigió la atención al anacronismo pero sin correjir, claro. No esta en nosotros decirle que no sabe, al que le vamos a preguntar; sólo advertimos sobre sus afirmaciones, como corresponde a toda persona educada.
El editor
El anónimo 1 tiene razón . Yo soy Eduardo Adan Spinetto. Luis David Spinetto, mi bisabuelo (mi hermano heredo ese nombre )poseia un gran aserradero en Buenos Aires con su mismo nombre, fundado en 1890 y cerrado por mi padre en 1992 si no recuerdo mal la fecha. Mi abuelo, hijo de Luis David, era Ingeniero civil. Construyo parte de la Bieckert , el cine de Monte grande, ( cerrado hace años ya y gran parte del frigorifico de Monte Grande. El colegio de Nuestra Señora, donde mis hermanos y yo fuimos alumnos, y vivíamos en escasas dos cuadras ; Enrique Santa marina y Colon, donde ahora hay una estacion de servicio, creo que YPF, vivo lejos así que no puedo asegurarlo. Mi abuelo era Eduardo Alfredo Spinetto y yo llevo sus iniciales. ( Se repiten mucho los nombres en mi familia.) Espero haberles sido de alguna ayuda para completar datos de la historia.Segun mi padre yo llegue a conocer esa quinta por muy poco tiempo. Pero no recuerdo nada por mi escasa edad cuando fui, y despues la expropiaron para construir la pista 9 del aeropuerto Pistarini. La pagaron y bien , tengo entendido.
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