La edificación permanece rodeada de una frondosa
arboleda de eucaliptus, cedros, caminos de ligustros, bambúes exóticos de gran
altura y un ombú originario. El trinar de las aves que se puede escuchar es un
concierto que a uno lo impregna de naturaleza.
Murzi, ingeniero civil, compró 617 hectáreas a Juan Manuel Acosta a finales del siglo XIX, siendo llamada estancia La Catalina, en homenaje a su madre. Leemos en La Gaceta, un año antes de su muerte: “El ingeniero se dedicó con éxito a sus actividades a
la dirección y construcción de casas particulares y de renta, demostrando alta
pericia en esta rama arquitectónica. Su firma llegó a ser altamente cotizada y supo imponerse
desde el primer momento por su refinado
buen gusto, adaptando las construcciones
a todas las exigencias de la comodidad, la higiene y la euritmia. Los edificios
que construyó pueden admirarse en
nuestras calles más céntricas y concurridas.(...) A la industria agropecuaria
consagró ingentes esfuerzos, adquiriendo los establecimientos “San Teodoro”, situado en Labardén , y “La Catalina”, en Ezeiza (prov. de Buenos
Aires), que han tenido un próspero
desenvolvimiento. El establecimiento que posee en el citado partido de
Labardén cubre una superficie de 3.000
hectáreas; dedicado a la cría de vacunos
y otros ganados”
El modelo de país en ese momento, se orientaba
exclusivamente a la producción y exportación
agropecuaria y las mieses de la tierra eran bien cotizadas en el exterior y el plan de Eduardo Murzi, era ser parte de ese engranaje económico.
Era una época dorada para los poseedores de tierras y sus socios; sus ganancias
permitían disfrutar de niveles de vida de clase alta europea y a su vez
importar elementos suntuosos que aquí no
se producían. Argentina era considerada el granero del mundo y Eduardo Murzi
contaba con dinero, capacidad y contactos para ser un empresario exitoso. En
su propiedad en la capital federal era común la visita de artistas y músicos.
Eran amantes, junto a Maria Rocca, de lo lírico y el teatro por lo que contaban
en su casa con teatro propio con capacidad para 200 personas. Era una tradición
festejar a finales de agosto la celebración llamada “Santa Rosa”, en honor a la
madre de Maria Rocca. En esa celebración era común correr las sillas del teatro
para dar lugar al baile y diversión.
En Canning, no hubo colonias
agrícolas o ventas de lotes de la banca francesa, como si lo fue en otras
partes del ramal. La iniciativa debió estar en manos de esta burguesía criolla
que poseía los medios de producción. El crecimiento económico del país parecía
no tener fin, pero la Primera Guerra Mundial y luego la crisis de 1930
trastocaron los planes de estos
terratenientes. La familia Murzi tuvo que vender parte de sus tierras sobre el Camino Real a Las Flores y arrendar. Alejandro Tuñón, contador y bisnieto del primitivo dueño, accedió a una
entrevista en donde nos aclaró que luego de la muerte de Eduardo en 1936, La Catalina fue utilizada
principalmente como una residencia de
descanso.
Los descendientes de Eduardo explotaron ciertas
actividades agropecuarias a pequeña escala. Una salida
económica para la familia fue el arrendamiento a Juan y Pedro Echart en 1943, quienes se dedicaron al tambo hasta la
década del 60. Siguió Manuel García Tuñón (Padre de Alejandro)
que contrato a Juan Marraco y luego a Toledo, continuando
la explotación tambera. Esta actividad
trasladaba en ferrocarril los tarros de leche (estación Ezeiza). La memoria oral recoge historias de Alberto
Goñi, él era una especie de veterinario sin título. Su universidad fue la
experiencia campera. Los mitos entre los baquianos eran recurrentes como por ejemplo: curar con
la palabra, especie de rezo que nadie escucha más que el animal.
Retomando las actividades de la Catalina, otra
iniciativa fue la cría de cerdos pero no
funciono, ya que los persistentes robos no permitieron que el negocio creciera.
Alejandro Tuñón señalo que eran más los
robos que las ganancias. Los
herederos, al no poder explotar la tierra
con éxito, continuaron con el fraccionamiento y japoneses y portugueses adquirieron algunas hectáreas para finales de la década del 60. Eiko, Higa, Arakaki,
Tamashiro, por un lado, y tres hermanos de apellido Almeida: Américo,
Manuel y Antonio. Todos ellos se
dedicaron a la plantación y comercialización de verduras. Estas quintas dieron trabajo y subsistencia a
familias que llegaron a los barrios cercanos desde distintas provincias y países
limítrofes en la década del 70 y 80.
Luego de unos años, los
portugueses vendieron y en esas
hectáreas hoy se ubica el Parque Industrial Canning, uno de ejes productivos del Partido de Ezeiza. El casco de La Catalina se mantiene intacto.
Por: Prof. Elio Daniel Salmón
Nota del editor: debido a lo extenso de la nota (sumamente valiosa en datos), se publica un extrato del original.
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