La noche previa Gigena no pudo dormir por la ansiedad que le generaba el gran reencuentro del pueblo con su líder, no solo por escuchar su discurso, sino por verse la cara con compañeros de otras localidades “que aunque no los conociera sabía que sentían y pensaban como uno. Estaba en un estado de éxtasis total, imaginaba un mundo mejor desde ese día en adelante”.
Sin embargo, en las primeras horas de la madrugada los enfrentamientos internos comenzaron a multiplicarse. Gigena, quien participaba en el armado de las columnas para llegar temprano y ubicarse cerca del escenario ante la expectativa de una concurrencia masiva, comenzó a oír disparos.
“Se registraron en la previa al acto varias escaramuzas en la provincia, no se sabían de donde venían los tiros. Lo cierto es que tres proyectiles impactaron en mis piernas”, reveló. Inmediatamente fue trasladado al Hospital San José ubicado en Monte Grande (hoy allí funciona la Dirección de Cultura de Esteban Echeverría) en lo que sería el comienzo de su odisea.
“Aquel nosocomio estaba tomado por gente vinculada con la Juventud Peronista de la República Argentina (JPRA), es decir, una de las alas más conservadoras. La orden era dejarme morir, no me dieron ningún antibiótico y me suministraban morfina cada tres horas. La situación salió a la luz porque a una enferma de la cruz roja le caí simpático y cuando llegó mi mamá la agarró aparte y le dijo que por favor me llevara de ahí porque me estaban dejando morir, solo me daban morfina para que no sienta nada”, explicó.
Una vez enterados de la situación sus compañeros de militancia dialogaron con el director del centro hospitalario y consiguieron una orden de traslado al Lucio Meléndez de Adrogué. Allí se hicieron cargo de su humanidad un médico y una médica, para él, dos ángeles: “Creo que eran pareja, le pidieron a la enfermera que fuera a buscar un calmante y me dijeron ‘quedate tranquilo, estás entre amigos’. Ese hospital estaba tomado por la JP Tendencia”.
Gigena sobrevivió a los dispararos y a tres intervenciones quirúrgicas que le demandaron un buen tiempo de recuperación. Su sueño de estudiar sociología quedó trunco cuando la dictadura militar decidió anular durante varios años esa carrera junto con la de filosofía. “No querían que el pueblo piense”, agregó.
A sus 69 años, Víctor recuerda los sucesos del setenta como “la primera vez que se produjo una grieta dentro del campo popular”. Es consciente de que la división interna solo debilita al movimiento y favorece la aparición de discursos negacionistas, aunque no modifica sus convicciones adquiridas desde chiquito, cuando su padre, también militante, le recomendaba leer e informarse para luego debatir con fundamentos.
“Si me preguntás cómo quisiera morirme sería en una Plaza de Mayo llena saltando y cantando la marcha peronista”, sentenció.
Publicado en: eldestapeweb.com
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