Lo hacemos caminando despacito buscando no espantar a la liebre huidiza o la miedosa perdiz. Pegados los abrojos en las bocamangas de los pantalones de tanto atravesar campo.
Pero también lo hacemos apurado por llegar a horario a la estación de trenes para no perder el que lo llevaba de vuelta a su casa. Trabajaba como los impresionistas, al aire libre, y luego algún retoque en el atelier, pero el momento de éxtasis se manifestaba pisando pasto escoltado con los horneros meta gritos pidiendo lluvia y el cortejo mugiente de vacas mansas. Nos conmovió el soporte que empleaba para sus obras: las tapas de las cajas de cigarros, unas maderitas de rectangulares, las posicionaba apaisadamente y allí era donde Lazzari acostaba a la pampa y los suburbios de los suburbios de, por ejemplo, Lanús o Ezeiza, donde había más teros que suburbios. El portoncito de alambre, el cielo nublado y desde allí, el sol bajado a la tierra y puesto en la madera de una carretilla de madera amarillenta de vieja. El punto de fuga apuntando a las nubes pomponas, flotantes para no pincharse en el alambrado de púa medio caído, medio torcido.
Alfredo Lazzari fue el pintor de lo fugitivo, de lo que huye porque lo están persiguiendo, de lo que se busca atrapar entre los pelos del pincel. Algo de eso nos motivó a recuperar en letras y recuerdos una serie de casas o solares que consideramos importantes. Por el poblamiento nuevo de la zona, estas construcciones son o eran parte de nuestra identidad, anclan con su presencia (o su ausencia) y contribuyen a que no se dispersen o diluyan en anónimos escombros de corralón. Algún portón recibirá a sus habitantes en otra casa, las paredes se venderán como cascote o rellenarán una cava del CEAMSE con vivencias, modos de vida, trayectorias, emprendimientos encausados por quienes nos precedieron.
Como los gendarmes, Lazzari se apostaba en las fronteras. Pintaba en los límites de la urbanidad: por un lado mostró el río de la Plata, el límite marrón (en una etapa menos sucia porque vemos vaquitas abrevando a su orilla). Y el margen verde de los campos, allí estaba incluida Ezeiza, como paisaje. La caja de pinturas era un ángulo de prueba para los pinceles y la tapa interna un atril donde complacerse meditando el próximo trazo.
Alfredo en los libros
“O celebramos a Alfredo Lazzari (1871-1949), maestro de buenos pintores boquenses- Fortunato Lacámera, Quinquela Martín, Camilo Mandelli, Arturo Maresca-. Su pintura se define por “un realismo con fuertes inclinaciones impresionistas, sòlidamente apoyado en la tradición de los “macchiaioli”(¡los manchistas del 1850!) y los coloristas de la escuela de Posilipo”.(Julio Payró). Este artista trajo de Italia (Lucca) la noble lección plenairista e hizo una pintura de trazos rápidos, manchas y toques de fruición pictórica al captar la luz y el color en el breve espacio de sus cuadros de íntima resonancia. Rodríguez ha dicho bien, en la monografía dedicada a ese pintor, que “en ese periodo de los iniciales fundadores que llega hasta la aparición de los impresionistas debemos ubicar, con toda justicia, a Alfredo Lazzari, verdadero pionero- junto con Decoroso Bonifanti y Malharro y Brughetti..” según consigna en su historia del artes argentino Romualdo Brughetti.
Del catálogo de la retrospectiva que se realizara en el Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco el año 2006 (un italiano en el museo españolísimo, una representativa simbología de una de nuestras identidades) leemos: “las obras del periodo 1897/1900 integrado por paisajes suburbanos, urbanos y portuarios revelan tempranamente la nueva mirada que representaba su arte. La escuela de arte de La Boca fundada por Alfredo Lazzari fue el fruto de la gran fantasía colectiva que en torno al espejo del Riachuelo desarrolló esa comunidad inmigrante buscando replicar idealmente en el nuevo solar su perdido terruño”.
“En las diminutas tablillas (soportes de cajas de cigarrillos particularmente) y cartones que utilizaba con preferencia, consiguió realizar esas encendidas impresiones que indujeron a Julio Payró a bautizarlo maestro del “tout petit”.
Alfredo en Ezeiza
Armida Lazzari de Catani es el nombre de una piadosa vecina que se lee en uno de los bancos largos de la Parroquia Nuestra Señora del Valle, en J. M.Ezeiza. La familia lo donó en su memoria. Era la mamá de la señora Armida Argira Catani, generosa vecina que fue quien nos proporcionó el dato de las visitas de Alfredo Lazzari por Ezeiza en su búsqueda de luz y paisajes para pintar.
Imaginemos la jornada: comería algo en lo de Goñi (ex Toc Toc) que entonces se llamaba Almacén El recreo.y que publicitaba sus Comestibles y bebidas. Especialidad en conservas y vinos finos. Extrangeros y del País. Servicio de Carruajes.
Esperaría el tren puntual al estilo de los ingleses, esquivando en el andén las lluvias de pajaritos que iban a guarecerse en los tejados. El humo de la máquina ferroviaria fumadora le soplaría las polainas llenas de flechitas de los yuyos, subiría a primera o a tercera, el asiento duro o blando de acuerdo a la clase de boleto y servicio, la ventanilla con funcionamiento parpadeante y el sol que le daría en la cara, o la ventanilla sin cerrar y el frío que le chiflaría en el cuello del gabán y le volaría el sombrero aludo, sombrero bueno para campiña y malo para el compañero de asiento.
Lic. Patricia Faure.
No hay comentarios:
Publicar un comentario