Mi hermano Enrique era un muchacho excepcionalmente inteligente, inquieto, estudioso y trabajador. Hablaba tres idiomas. Era jefe de planta de una fábrica de ladrillos refractarios y hacía poco había obtenido su licencia de piloto civil. Fue delegado gremial y formó la Sociedad de Fomento del barrio Nocito (de la que era presidente hasta el día que desapareció) y así con su gestión pudo hacer llegar el tendido eléctrico, los asfaltos y el dragado del arroyo cercano que causaba la inundación de todo el vecindario cada vez que llovía.
Recuerdo que cuando cumplí 15 años me regaló un libro: “Leélo ¡te va a fascinar!”. Así fue. Era de Simone de Beauvoir, sus “Memorias de una joven formal”. Luego fue “El muro” de Jean Paul Sartre y más tarde “Cuerpos y almas” de Maxence Van Der Meersch.
En esa etapa, y de la mano de Enrique, fue que comenzó mi romance con la literatura y es un romance que siguió y me acompaña hasta el día de hoy.
Por: Recuerdos escritos por Blanca Ferreyra (hermana menor de Enrique)
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