Nuestra región estuvo involucrada en conflictos nacionales e internacionales por ser escenario directo de acontecimientos con repercusión nacional o por temer consecuencias de las acciones militares emprendidas por gobiernos nacionales, frente a potencias extranjeras. Entre los episodios menores podemos citar que durante la revolución de 1890, una partida de soldados que probablemente iba ó venía de la estancia que el Dr. Máximo Paz tenía en Cañuelas, se presentó el 27 de julio en campos de De Vicondoa. A cambio de caballos de refresco y en agradecimiento por el gesto de matar a varios novillos para darles de comer a la tropa, el jefe del grupo le dejó al vecino dos fusiles en desuso. Con el fin de evitarse problemas, el pobre hombre los puso a resguardo bajo tierra y pasaron varios años antes que su familia recuperara uno de ellos, el que posteriormente atesorara como recuerdo doña Martina Mirande, nieta del protagonista. Las tierras que poseían (unas 1800 hectáreas) fueron confiscadas en 1945 por el gobierno nacional para la construcción del hoy Aeropuerto Ministro Pistarini y el casco de la estancia estaba ubicado metros al norte donde hoy se levanta la cárcel de mujeres, siendo testigo añosos eucaliptus aún en pié.
La necesidad de caballos para integrar el equipamiento bélico de la milicia que peleo con nuestros hermanos paraguayos, perjudicó al terrateniente en quiebra, don Rosario Acosta. El casco de la estancia del mencionado vecino, se ubicaba en donde hoy se encuentra prácticamente el centro comercial de la ciudad de La Unión. Don Rosario, quejoso, dejó asentado que le habían sustraído caballos que sospechaba que habían sido llevados para la impopular guerra que emprendió La Triple Alianza.
La Guerra de Malvinas, que nos dejó ese permanente dolor por la pérdida de jóvenes vidas, desnudaba ante la comunidad del distrito, entonces Esteban Echeverría, la total incapacidad de quienes la dirigieron. Los vecinos fuimos convocados a una reunión en donde instructores de Defensa Civil, nos organizaron como jefes de manzana responsables de coordinar las acciones para protegernos en caso de bombardeo. En su conducta autista, los oficiales de nuestras fuerzas armadas pensaban que con el recurso de apagar las luces, desorientaríamos a los británicos y así no sabrían donde tirar las bombas. Mediando la década de 1970, las fiestas navideñas en Ezeiza sangraron por la violencia expresada en Monte Chingolo cuando acabó con la vida de Eduardo Delfino. Aquellos años en que vivimos en peligro, la dictadura cobró su cuota de sangre ezeicense tomando la vida de Marta Alonso, entre otros jóvenes vecinos, bajo la excusa de una “guerra sucia” necesaria para salvar a la patria.
La tragedia mayor que enlutó a nuestro distrito ocurrió durante lo que debió ser una fiesta cívica, el 20/06/1973. Sin embargo, el retorno definitivo al país de J. D. Perón no pudo evitar que ese día estallara una guerra entre las distintas facciones militantes. Mientras la historia oficializada ha logrado disminuir el número de muertos año tras año, hoy se estima en 35 los asesinados, los vecinos insisten en sostener que la cifra superó las 200 víctimas.
Que el recuerdo de algunas de nuestras tragedias y la máxima de Mahatma Ghandi: “No hay camino hacia la paz, la paz es el camino”, nos acompañe para no volver a ser tan estúpidamente locos.
Por: Juan Carlos Ramirez
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