jueves, 15 de abril de 2010

Los sorprendentes caminos de la posteridad

Quizás jamás soñó con la posteridad. Pero la encontró. Hijo de José Agustín María de Ezeyza y Álvarez y de Lorenza Fondevilla, recibió “nuestro” José María de Ezeyza Fondevilla, un apellido relacionado con las grandes propiedades. La familia Ezeyza se originó en el Virreinato del Río de la Plata cuando llegó a estas tierras Jerónimo Antonio de Eceiza Urrutume e Irarzábal Pagola, en 1740. Su apellido significa “bosques de abetos” o “abetal” y se remonta a Domingo de Eceiza quien testara en 1575. Don Jerónimo se casó en Buenos Aires con Micaela Jerónima de Barragán y se instaló como hacendado en Entre Ríos. Tuvo tres hijos: Pedro Pablo José de Ezeyza y Barragán, Juan José de Ezeyza y Barragán, y el menor, Gerardo, fallecido siendo niño.
El primogénito, Pedro Pablo, nació en 1768 en Buenos Aires. Era poblador de Gualeguay, Entre Ríos, donde fue Coronel de Milicias de Caballerías. Después de ser derrotado en la batalla “El espinillo” perdió sus posesiones y, como indemnización, le fueron acordadas las tierras que ya le habían sido otorgadas en merced por donación del Cabildo, durante el virreinato de Santiago de Liniers. Se trataba de 8 leguas castellanas con frente al mar por doce de fondo en la laguna de Los Talitas, sobre la Mar Chiquita o Chico, como la llamaban los indios. Esa tierra ya estaba ocupada y a pesar de las protestas del poblador, la propiedad fue deslindada en 1815. En representación del Coronel tomó posesión uno de sus cinco hijos, José Agustín María de Ezeyza y Álvarez.
El hijo del Coronel que lo representó en la posesión de tierras en Mar Chiquita, José Agustín María de Ezeyza y Álvarez, había nacido en Gualeguay en 1796, y se casó con Lorenza Fondevilla el 24 de diciembre de 1818. Heredó una parte de la propiedad y llegó a ejercer como Juez de Paz del Partido de la Mar Chiquita con asiento en su propia estancia: “El espinillo”. El matrimonio tuvo un solo hijo: José María de Ezeyza y Fondevilla, nacido en 1819.
José María Ezeyza se casó con María Magdalena Halliburton Wright y tuvieron tres hijos: María Magdalena Aurora del Corazón de Jesús, Lorenza y Fidel Eduardo Ezeyza Halliburton; además de José Francisco Ezeyza Echalecu, hijo natural de José María.
José María compró la propiedad en la hoy ciudad que lleva su nombre a Eduardo Bonorino. La operación se realizó el 13 de marzo de 1874 y la propiedad lindaba -de acuerdo a las mensuras y los oficios consultados- por el Este con Elías Ezeyza (medio hermano de José María), por el fondo con la testamentaria de M. Acosta y por el Oeste y por el Sur con I. Piñeyro.
Entre las pocas referencias que de José María Ezeyza hemos encontrado están la de su medio hermano Nicanor, quien lo recuerda asistiendo con su familia a los cumpleaños. Cordero, pasteles y vino, eran compartidos en las tierras de Mar Chiquita por estos hombres que acostumbraban vestir pasado el medio siglo XIX, con “botas de becerro, chiripá, chaqueta, poncho y chambergo”.
Del matrimonio de su segunda hija, Lorenza, con Eduardo Zenavilla Villoldo, nació Fermina María Lorenza Zenavilla Ezeyza. La niña tuvo la desgracia que al nacer muriera su mamá (el 7 de julio de 1882). Su papá, el Dr. Eduardo, fue quien le solicitó al juez que se autorizara la donación al ferrocarril de tierras, que él administraba en nombre de su hija, para que se levantara una estación en lo que fuera el Paraje de Los Remedios. Los tíos de Lorenza, también herederos de José María, fallecido el 24 de diciembre de 1884, aceptaron. En la escritura de traspaso al Directorio del Ferrocarril del Oeste, puso como únicas condiciones “que la Estación conservara siempre el nombre del Señor Ezeyza” y que siempre debería funcionar la barrera de la calles French y Avellaneda.
De esta manera, José María Ezeyza pasó a la historia, sin buscarlo. La licencia para sepultura dice: “de profesión propietario”, y lo fue. Pero nunca fundó un pueblo ni un distrito; no tuvo, como su tío, que pelear contra los indios o enfrentar a Juan Manuel de Rosas; ni ser de generosa piedad como su primo Nicanor, que donó la capilla de Santa Ana, que en Glew pintara Raúl Soldi.
Tampoco hemos podido hallar un retrato para saber cómo era. Apenas podemos intuirlo a través de las fotos que inmortalizaron a su padre o a sus hermanos. Bastó con la voluntad de perpetuarlo de sus hijos y de un yerno agradecido para que se eternizara el nombre de quien, quizás jamás, sonó con la posteridad.

Por: Juan Carlos Ramirez

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