El suministro de leche a Buenos Aires estuvo en manos mayoritariamente de criollos hasta que, como consecuencia de una fuerte inmigración vasca inclinada hacia esa actividad, cambió el panorama y pasó a ser “raro ver un lechero del país”, tal como se desprende de la lectura de los Anales de la Sociedad Rural Argentina de 1884. En 1902, surgió un gran entusiasmo por aquella actividad y un par de centenares de hacendados instalaron tambos en sus estancias. La Gran Guerra en Europa, “determinó un violento y desordenado crecimiento de la industria lechera nacional, proceso reflejado en la gran cantidad de precarias cremerías, mantequerías y queserías que fueron instaladas bajo la influencia de amplios márgenes en los beneficios económicos y elásticas exigencias en la calidad bromatológica de los derivados lácteos”, de acuerdo a la visión del Ingeniero Agr. Bazola, en nota publicada en “El Tambero” (12/87-01/88). Por aquellos años, supieron existir en Ezeiza la “quesería y cremería San Juan” que la familia Otamendi tenía en el hoy triángulo conformado por la ruta 205, el camino a Canning y el distribuidor de la autopista; los restos de la otra aún pueden observarse en el lado Oeste de la ciudad de Ezeiza. Al finalizar el conflicto bélico, las exportaciones se redujeron y los tamberos debieron asociarse para defender sus intereses, surgiendo entonces, varias asociaciones con ese fin. No todas fueron organizadas por vascos, fundamentales para el desarrollo lechero, y de los que se cuenta que amansaban vacas a “golpes de puño”.
Por: Juan Carlos Ramirez
Nota: La imagen que acompaña es de Borges y el folleto sobre la leche cuajada La Martona que escribió en colaboración con Bioy Casares.
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