Los
que vivimos nuestra adolescencia en la década de 1960, no podíamos
dejar de admirar a Sandro, más allá de nuestras preferencias musicales.
La década fue todo color, ideas, música, como también fue de represión y
de luchas por la justicia social. Admirábamos tanto los versos de
Manuel J. Castilla, del “Cuchi” Leguizamón, Jaime Dávalos, Eduardo
Falú, o a don Ata, como a Louis Armstrong o a Oscar Alemán, como a
Troilo o a don Osvaldo Pugliese, a The Beatles como a Los Shakers, a Los
Plateros como a Los cinco Latinos, por nombrar sólo , arbitraria e
irreverentemente, a muy pocos. Pero Sandro nos deslumbraba.
Sandro
imitaba a Elvis Presley. Ciento de chicos lo imitaban a el, vestían como
él, lucían su estilo en el peinado, en las patillas, en su andar; en
todos lados, también en Ezeiza, por supuesto. Ganaban minas por el hecho
de imitarlo. En toda escuela secundaria había un imitador del Gitano,
del que no nos reíamos, al que escuchábamos y aplaudíamos como si fuera
el original. Muy pocos sabíamos de su experiencia anterior con el “Trío
Azul”, luego el dúo “Los Caribes”, o “Los Caniches de Oklahoma”. La
mayoría lo conocíamos de cuando ya actuaba con “Los de fuego” (1964,
“Presentando a Sandro”; 1965, “Sandro y los de fuego”).
Por aquellos
años era muy delgado y bailaba moviendo la pelvis de una manera que
enloquecía a las viejas. Había debutado en TV en el programa de Pipo
Mancera (Sábados Circulares, canal 13) y sus movimientos fueron
considerados lascivos para la moral y ofensivo para las niñas. La Liga
de Madres (o de Familias cristiana, creo), presionaron para que no
vuelva bailar pero Mancera conocía su negocio y el muchacho de
movimientos obscenos y pornográficos, volvió a cantar. Claro que ya no
lo enfocaban bailando, salvo desde lejos.
Que época en Ezeiza, por un
lado Palito Ortega y su patética coreografía del Club del Clan, por el
otro, Sandro y sus meneos enloqueciendo mujeres, irritando al paqueteo
pueblerino. Palito y Sandro, ambos pisaron barros de Ezeiza camino a sus
consagraciones. Sandro supo cantar en nuestro pueblo, no recuerdo si
con Los de Fuego o con el posterior Black Combo, poco importa. Enfundado
en cuero negro, canto, bailo, y se desmayo, como lo hacía en todo sus
show. El Sandro melódico vendría después del Primer Festival Buenos
Aires de la Canción (1967), cuando le ganara por un voto a Daniel Toro.
Por
estos días algunos recordaran que fue del grupo fundador de La Cueva,
otros, que en los carnavales llenaba el viejo gasómetro. Algunos
detendrán su recuerdo en que jamás se comprometió con las luchas
sociales. Yo prefiero recordarlo como una persona que amó a la vida
hasta su último momento. Creo que ahora estará cantándole “Las manos”, a
un auditorio más etéreo, pero auditorio al fin.
Ramirez, Juan Carlos. En: La Palabra de Ezeiza; 07/01/2010
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