Mi infancia pasó en los sesenta con Piluso, gomeras, aviones, parroquia,
club Ezeiza; épocas en que la cana te cortaba el pelo si lo tenias largo (el
coffeaur de seccional te resolvía el problema); todo en el Gran Buenos Aires,
todo en Ezeiza. Dentro de ese marco de vida había una palabra que no se
pronunciaba en público, no aparecía en los diarios (los sensores lo llamaban el
tirano prófugo). Para nosotros, por entonces, sonaba raro “Perón”; algunas
paredes decían “Perón vuelve” y en otras solo la V y la P superpuestas.
Recuerdo cuando se mató Julio Sosa, mucha gente se junto en el entierro
y cantaban la marcha peronista, y mi madre decía “estos tarados no tienen otro
lugar en donde gritar Perón, Perón...”. Pero no, no tenían, estaban prohibidos.
Pero en la intimidad, todos reconocían que si se daba el regreso desde España,
el país se salvaba; al menos en eso coincidían casi todos los sueños (salvando
el de los gorilas, claro). Ya a principios de los setenta la tele (Aldo Camarotta),
tomaba con sorna al general súper atlético con las “Noticias de Puerta de
Hierro” sosteniendo que lo había visto el cucuruchero de la zona correr 20 Km.
y preparar su regreso.
En medio de todo esto transcurrían los Monto, ERP, FAR y otras que también decían
Perón y Evita. No se referían por cierto al peronismo de mi papá, para quien
estaba todo bien en lo que tocaba a Perón y a los sindicalistas. Tampoco
coincidía mi padre con mi tío, el Gordo, el que era popular y comunista. Recuerdo
el día del regreso del General, un hermoso día de otoño con sol. Con mi
bicicleta fui como “todo el mundo a
Ezeiza a esperar a Perón”. Durante la mañana de ese día le di pedal hasta
el cruce del camino Jorge Newbery, por la calle entonces lateral al lugar donde
los japoneses sembraban verduras y hoy está sembrados de presos. Desde el
acceso a la Escuela Penitenciaria miré hacia la parrilla “Córdoba”, donde se
avizoraba una columna compacta guiada por jóvenes con brazaletes rojos y
negros. Recuerdo muchos carteles que decían “Montoneros La Plata”. Nunca vi
tanta gente junta, ni tantos micros estacionados al costado de la Ruta 205.
Volví rápido a casa pero mi papá y mi hermano ya se habían ido a esperar al
General. También ya se había marchado mi tío Gordo, quien tras venir en bicicleta
desde Lonchamps y llevarse una bolsa con mandarinas de nuestro árbol que le
acercó mi madre, fue hacía el histórico encuentro.
“Que
cagada, por unos hijos de putas que están matando gente no vamos a ver al
General."
Entre los que se volvían estaba el tío Gordo, quien asustado me dijo: “Estaba esperando debajo de unos árboles y
les convide mandarinas a unos muchachos de poncho, al rato me dijeron ‘tirate
al piso’ y comenzaron a disparar”. Las mandarinas salvaron a mi tío; mi
papá y mi hermano regresaron más tarde; muchos no volvieron a sus hogares.
Comentarios: En el Centro Atómico Ezeiza, allá por el ’75, contaban de
cadáveres colgados de los árboles; que a “Miguelito”, un obrero del Centro
Atómico Constituyentes, lo pisaron como cien personas en la corrida y lo
dejaron tirado por que todos lo creían muerto, y quedó discapacitado
motrízmente de por vida.
Miguel Ángel Ramírez
La imagen corresponde al mural, de 3ox2,5 metros, realizado por Fabián Marcaccio. El rosarino nos da su mirada sobre La masacre de Ezeiza, para lo cual integró distintas técnicas: fotografías -reconstruyó situaciones con actores-, pintura, retoque y digitalización, reportes periodísticos, restos y fragmentos culturales de la industria publicitaria y el collage con desechos y chatarra urbana.
ResponderEliminarEl mural se mira en paralelo al cuerpo y luego cae al suelo. Se trata de una idea pictórica, aunque también tiene un correlato con hechos, la gente en Ezeiza corrió por el pasto y luego fue cayendo al suelo
Ese día viajamos los 4 hermanos desde Remedios de Escalada en micros desde una unidad básica que estaba sobre la calle Albariños al 2200.
ResponderEliminarUna fiesta,una fiesta impresionante los viejos altoparlantes que sonaban desde el puente 12 hasta el puente 1 ese sonido con retorno que me llamaba la atención jamás me lo olvidé.miles de micros los viejos Mercedes 911 los bedfort de las empresas de colectivos del barrio.
Había que caminar después varios kilómetros una fiesta estábamos muy cerca del escenario hacia el lado derecho antes del desvío hacia las piletas olímpicas de Ezeiza.
Se terminó la fiesta eran los silbidos de las balas desde unos pinos gente apostadas y camufladas y la desesperación el miedo perder todo contacto con la gente que fuimos, en casa el viejo con la radio espica escuchando radio colonia sin saber nada de nosotros.
Fuimos hasta donde estaban los micros y se ya se habían retirados. Sin plata todo el trasporte parado (el país se había parado).a caminar hasta casa y llegar y abrazarnos con los viejos habíamos llegado vivos los cuatro hermanos pero todos separados y a distintas horas.
Quique Fernández
Yo viví esa época a mi padre lo sacaron de mi casa a los golpes ami madre y mi hermano nos apuntaban con metralladoras y mi papa apareció un mes después todo roto quemado y torturado como para olvidarme
ResponderEliminarMagito Vega