domingo, 2 de junio de 2013

Mi pueblo Tristán Suárez (recuerdo)



Entre fines de la década del `50 y principios de la del `60 yo vivía allí. Era un lugar de vascos lecheros, con sus boinas blancas, negras, tejidas; multicolores. Siempre en camisa con un chaleco aunque el frío fuera intenso. Además estaban los paisanos tamberos de botas, bombachas y sombrero de ala ancha. Por otro lado había quinteros, portugueses; japoneses. Existía una usina láctea donde mandaban sus productos, de allí se obtenía una afamada ricota; una muy buena muzzarela y un postre llamado "Tarantela". Los quinteros enviaban sus productos al mercado. A mi me gustaba ver el tren lechero por las tardes, bajando cientos de tarros; cada vez que pasaba un rápido con su locomotora a vapor me encantaba su estrépito y el vibrar de toda la tierra.
Frente de mi casa estaba la panadería de Porota, con el mejor pan y la mejor galleta, cocinada en horno a leña. Todas las mañanas se la escuchaba putear a toda voz, contra algunos de sus clientes, porque éstos con sus caballos le bosteaban toda su vereda. Pero no había solución, la gente venía del campo a caballo o en carro; allí existía un palenque para atar sus riendas y los animales debían esperar. En la esquina existía una farmacia, yo me podía introducir en la parte de atrás, y observar altas estanterías, con recipientes de vidrio y de cerámica con balanzas e infinidad de cosas, éste hombre me parecía un genio, de todo aquello podía hacer remedios para curarnos. Las chicas me parecían lo mas lindo que existía, eran mucho mas grandes que yo: Susana y Nora mis vecinas, las hijas de Nano el carnicero, la hermana de Claudia Balle, Marta la ahora directora de un colegio, Francisca, las hermanas Verasain que vivían frente al club Sportivo.
Por las tardes se organizaban partidos detrás de las vías, el dueño de la número cinco, era el más esperado. Horacio y yo, los más chicos, siempre nos tocaba el arco. Durante el verano, teníamos una pileta, que se llamaba "La gallina verde", luego del almuerzo pasaba una villalonga, tirada por un caballo, y recogía de seis a ocho personas en su recorrida por el pueblo, en el trayecto estábamos dentro de una nube de tierra, hasta llegar y zambullirnos en el agua. A la tardecita, me metía en cualquier casa, pues todas las puertas estaban abiertas. Tomaba la leche y luego solía jugar con sus ocupantes :a la casita robada, al ludo o al dominó, aún no sabía leer ni escribir. Los sábados íbamos a ver jugar a Tristán Suárez, algunos espectadores se estacionaban dentro del club, otros lo hacían parados todos se conocían, también los jugadores eran hijos de la zona. En la entrada estaba el gordo Zambucho que vendía los boletos y controlaba el ingreso, a los pibes nos dejaba entrar y salir cuantas veces quiséramos, para nosotros comernos un sandwich de chorizo con coca era toda una satisfacción.
Hoy el pueblo es una ciudad, las quintas y tambos son country club, la Tarantela es un supermercado, sólo pasa algún tren carguero y los locales, las panaderías son eléctricas,los remedios los fabrican los laboratorios y los farmacéuticos son vendedores, la canchita parece un asentamiento, la pileta no existe, las chicas son grandes y en casos abuelas, las casas están enrejadas y cerradas con cien candados, el club de fútbol es profesional. No se puede buscar lo que se dejó hace tantos años, pues no lo vamos a encontrar. Pero si podemos tener memoria de que alguna vez se vivió un estado de bienestar, aunque al ser los protagonistas de ello no nos hallamos dado cuenta y por error, omisión o malicia lo hallamos destruido.

Por: Eustaquio
Nota del editor: tomado de  la web 5-valium-y-2-rivotril.blogspot.com.ar