domingo, 28 de febrero de 2010

Toscanito

Ramón Toscano nació el 20 de enero de 1931 y 20 años después, ya era un conocido delincuente que asaltaba de “caño”. Atrapado por la policía estuvo preso hasta 1959 y cuando salió, formó su primera banda con la que robo a numerosos bancos. Su capacidad para iniciar novatos le ganó el título de “Maestro de delincuentes”.
Su ascenso a la gran fama se dio cuando en compañía de Lipsitz y otros malvivientes, planificaron el asalto a la Aduana de Ezeiza. Los datos los había aportados Nelly Herrera de Thompson, una azafata de agradable cara, de grandes ojos y largas pestañas. Ella se había enamorado de Saúl Lipsitz y lo puso al tanto de las confidencias de su novio oficial, J.M. Quevedo, sobre la falta de seguridad en la aduana. Los pormenores del atraco, que ya hemos publicado en anterior nota, les permitió alzarse en 15 minutos con 560 lingotes de oro valuados en más de 40 millones de pesos, aquel 15 de enero de 1961.
A los cacos, la suerte no les duró mucho porque el 19/03/1961 tuvo lugar una conferencia extraordinaria para dar a conocer que todos los integrantes de la gavilla habían sido apresados. El “todos” no incluía a Toscanito ni la parte del oro que le tocó; el escurridizo maleante recién fue detenido en 1965 y su encierro provocó su olvido hasta pocos días después de cumplir su condena.
Toscanito encontró la muerte dos días antes de festejar su cumpleaños número 43. No le dio resultado su habitual frase: “Sé perder, no hace falta que me toquen”, porque en lo que fue caratulado como un “Ajuste de cuentas”, su cuerpo apareció degollado en aguas del río Carcaraña, el 18 de enero de 1974.

Por Juan Carlos Ramirez

lunes, 15 de febrero de 2010

Veranos en Tristán Suárez

Nuestros veranos solían ser tan tranquilos que incluso había calamidades previsibles, como la que regularmente afectaba a los campos. No es extraño leer en las páginas del diario “El Vicentino” del domingo 5 de febrero de 1905, que: “Aquí se está dejando sentir la falta de lluvia con una gran sequía continua y larga, principalmente para las sementeras de maíz del presente año; sus resultados serán poco favorables a los agricultores, pues dichas sementeras están casi totalmente perdidas salvo muy raras excepciones. Al mismo tiempo las huertas y frutales, comparándolas con años anteriores” dan escasos y pequeños frutos.
Pese a la seca “aun no han sufrido las haciendas por haber permanecido los potreros muy bien de pastos”, dice la nota quizás escrita por Guillermo Gaddini o más probablemente, Eugenio Berasain; ambos, corresponsales habituales de la prensa regional e incluso, nacional.
En el verano siguiente y por el mismo periódico, el domingo 11 de febrero de hace cien años, se anoticia de que había “empezado a encender el campo del señor Juan Rower”. La noticia se complementa el domingo 18 de febrero de ese año de 1906, aclarando que “sólo fueron quemadas unas cinco cuadras aproximadamente, no tomando mayores proporciones el fuego por haberlo extinguido la cuadrilla de peones de la estación Tristán Suárez”. Sabemos también que colaboraron, por orden del comisario Acosta, el escribiente Daniel Juárez con un sargento y tres agentes, de los cuales no hemos podido rescatar aún sus nombres.
Juan Rowe era propietario de la estancia “Los Retamos”, que perteneciera a Susana Thompson y Brocksopp y que entró en sucesión hacia la década de 1930. En el Museo Regional de Tristán Suárez puede observarse un plano de Esteban Echeverría donde figura claramente la propiedad y del cual existe una copia en los archivos de la Junta de Estudios Históricos del Distrito Ezeiza.
Para quienes quieran recorrer hoy lo que quedó de aquella propiedad, vasta con llegar a la localidad de Carlos Spegazzini y tomar la calle Roma en dirección a Tristán Suárez. Notaran que las tierras donde se levantó el casco de “Los Retamos” son notoriamente más altas que la que se extienden desde la mencionada arteria hasta la autopista, quizás por la acción de los hornos de ladrillos que allí funcionaban el pasado siglo. A unos 400 metros del cruce de Roma con el Camino Real, la traza hacia el Este de una hilera de árboles con talas y eucaliptos sumamente añosos, forman una galería que comunicaba con instalaciones de las que puede notarse un galpón reciclado. Otro monte de eucaliptos y talas cerca del casco y desde allí, parte una nueva galería con árboles largamente centenarios, paralelas a las vías y en dirección N.E., hasta una tranquera que en la calle Concepción, apunta hacia la estación de Tristán Suárez.
Probablemente los eucaliptos sean de las primeras partidas en Argentina; algunos son tan anchos que superan los 5 metros de circunferencia y tal como están distribuidos, indican que fueron plantados luego que el trazado del ferrocarril en 1885 pusiera nuevo límites a sus propiedades. Tal vez cuando la ruta 205 fue trazada hacia 1936, la estancia abrió la tranquera hacia las vías que aún hoy se mantiene.

Juan Carlos Ramirez