martes, 17 de noviembre de 2020

17 de noviembre de 1972

El dieciséis de noviembre había estado todo el día de retén, grupo de refuerzo en lenguaje castrense; estuve muy expuesto todo el día y parte de la noche, todo muy agitado, por cierto. Estaba haciendo el servicio militar y coincidía con mis compañeros de desgracia que, no podíamos calcular cuántas armas habíamos incautado en operativos sobre la ruta 8. Se habían decomisado de todo tipo y en tal cantidad que, respetábamos todas las instrucciones de los oficiales a cargo ya que, si bien normalmente nadie atacaría a un colimba, hubo desaforados que si lo hicieron.
Estábamos eufóricos, el “Perón vuelve” se estaba convirtiendo en “¡Perón volvió!”. El gobierno había decretado el Estado de Sitio y el ejército estaba en las calles para evitar, ineficazmente, que se formaran grupos que se desplazaran a Ezeiza, mi querido Ezeiza. Decían que el aeropuerto y toda su región estaba rodeado por fuerzas militares que patrullaban con el apoyo de tanquetas.
El diecisiete se presentó con una persistente llovizna cuando no fuerte lluvia. El mate cocido hirviendo en un jarro de lata que quemaba y un mísero pancito no alcanzó para combatir la destemplada mañana; pese a todo estaba contento. Disuelto el retén (resabio del viejo Plan CONINTE), me presenté a mi lugar habitual de trabajo en la Escuela Lemos (Campo de Mayo) en donde no dude en presentarme como voluntario para custodiar un colectivo que llevaría cadetes de relevo al aeropuerto. Como todo “soldado viejo” que sabía que no saldría siquiera en la “última baja”, me las ingenie para que eligieran para chofer a un vecino. Y partimos para Ezeiza.
Mi padre, sindicalista romántico que al terminar su mandato regresó a la línea de producción, nos recordaba que gracias a la “acumulación” (ahorro, bah), logrado durante el gobierno de Perón, habían podido comprar un terreno en los fondos de Ezeiza, lugar completamente desconocido para ellos y ergo, para mí con mi primer año de vida.
Cuando llegamos al rio Matanza vimos que ni la lluvia ni el río ni las tanquetas, frenaban a los numerosos grupos de jóvenes que como el chofer, los que iban a tratar de dispersarlos y yo, jamás habíamos visto a Perón (mis recuerdos solo alcanzan al bombardeo y posterior derrocamiento de Perón). Pensaba en los vecinos de Ezeiza que estarían en el aeropuerto; no se lo perdería Alonso ni sus hijos, por citar quizás al más respetado peronista de esos tiempos.
Tras dejar a los cadetes en el aeropuerto y con el desencanto de no cruzarnos con el General (estaba casi preso en el hotel), decidimos con mi amigo, usar el vehículo a nuestro cargo y escaparnos a visitar a mi familia, a la que no veía de hacía un tiempo largo por estar generalmente, preso en el cuartel. Tras los abrazos que quiebran los huesos, pero sanan el alma, luego de que nos llenaran de comida, y tras de enseñarles las armas a mi hermano, emprendimos el regreso (en especial, luego de que la vecina nos dijo que nos iba a denunciar por andar armados; en fin). Allí nos enteramos que también en Tristán Suárez, estaba el ejército asustando gente (recuerdo que curiosamente, muchos suarenses han olvidado).
Mientras nos habríamos paso para regresar, meditaba que se terminaba la resistencia, el “Luche y vuelve”. Etapa que se había coronado con una gran movilización pese al ejército en las calles; nadie quería perderse ese momento que sabíamos que, se estaba haciendo historia. Aunque la historia no fue la deseada.


Juan Carlos Ramirez Leiva




Un poco más:

Crónica afirmó que el avión DC-8 de Alitalia, que trajo a Perón de regreso tras 18 años de exilio, tocó tierra a las 11 hs. 8’ 10”; terminó de carretear a las 11 hs. 15’ 30”. Perón fue autorizado a trasladarse a la casa de la calle Gaspar Campos en Vicente López, en la madrugada del 18 de noviembre.
No me prive de gritarle por la ventanilla a los manifestantes: “Peronismo Montonero! Por eso le dio el cuero”.


Otro poco más:

Cuando íbamos desde al aeropuerto a mi casa, sabíamos que teníamos que eludir el puesto en la “barrera” (hoy paso bajo nivel “Las Flores”), por lo que cortamos camino en la continuación de la hoy llamada Édison. La calle lógicamente era de tierra y sabíamos que en la curva del Monte Spinetto, tendríamos problemas…. Y los tuvimos.
Nos encajamos en el barro y solo pudimos salir gracias a la ayuda de un hombre y su caballo fortachón. Recién ahí tuvimos miedo de que nos apresaran porque no ignorábamos que no estábamos en la hoja de ruta, y nos habíamos en la práctica, apropiado de bienes del ejército y de armas largas y cortas.
Regresamos al cuartel “Sin Novedad” y como premio, me dieron franco el primer fin de semana. Me lo había ganado.

jueves, 5 de noviembre de 2020

La leyenda de los siete duendes que viven en el ombú de Sotelo

Hasta no hace mucho conmovía al viajero que iba en tren de Ezeiza a El Jaguel la gallarda presencia de un ombú solitario en la pampa, en el campo ubicado a la izquierda. Erguido en su terraplén que servía de sombrilla a las vacas practicantes de alpinismo. Todos nos preguntábamos cómo lograban trepar hasta allí. 
En ese ombú vivían siete duendes payadores, amigos de la rima, reyes de la improvisación, un diccionario de palabras, los clásicos en la punta de la lengua tenían.
Bajo su fronda se armaban una guitarreadas con duendes que venían de todos lados. Todos querían medirse con ellos.
Los duendes eran gordos como cerditos minipig, era raro no imaginar su caída de las ramas esponjosas. Pero nunca se caían.

Eran como los Santos Vega de nuestro pago. Y nunca faltaba un Juan Sin Ropa con ganas de torearlos. Y se las arreglaban payando por turnos.
El tema es que un día el ombú no estuvo más. Y el pasto y las espinas tampoco. Construcción seca de esa que aflora de un rato para otro ocupó el lugar.
Dicen que hubo abrazo de vecinos. Dicen que lo mudaron a una esquina del terreno.
Dicen que ya no payan tanto y andan tristes. Se separaron. Viven de a dos o tres. Y payando por turnos atrás de la estación de Canning, otros en el Parque Central de Ezeiza, o en los ombúes de lo Spinetto.
Así que siguen resistiendo con su canto improvisado e inspirado.

Recopilado a partir de relatos de vecinos por la Lic. patricia Celia Faure.

Primeros pulperos

A medida que se acrecentaba el poblamiento de nuestro territorio, los comerciantes se fueron instalando. Residían en la campaña bonaerense 12.925 habitantes (censo de 1778), abastecidos por 121 pulperías (censo 1799), lo que nos da el promedio de una cada cien habitantes aproximadamente.
Tras la Revolución de Mayo, las autoridades se encargaron de seguir levantando censos en la campaña y por ello podemos consultar el padrón de 1812 que fuera realizado por Don Manuel Collantes, encargado además de la recaudación de los impuestos junto con Don Francisco Pelliza, quien efectuara algunas notas al margen de padrón fechado el 31 de enero de 1814. En el informe realizada por Don Manuel Collantes el 11 de octubre de 1815, se lee: “Relación de los individuos pulperos y tenderos que hay de aumento en los partidos de la campaña, que no están comprendidos en el padrón [de 1812] con expresión de las cuotas que se les has asignado y es como sigue”. Las relaciones de Don Francisco Pelliza, que se hicieron entre 1815 y 1816, abarcan sus recorridas por Ranchos, Chascomús, Navarro, Lobos, Ensenada, Quilmes, Magdalena, San Vicente, y el Pago de Los Remedios. Debe aclararse que este último, que hace alusión al actual distrito Ezeiza, nunca fue un pago formalmente reconocido pero así figura en algunos documentos. El nombre lo toma de la estancia Los Remedios, estancia colonial fundada en 1758 y de la que fuera propietario fundador el bisabuelo de Don Manuel Belgrano. En lo que fueran sus tierras, hoy se levanta el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, las cárceles, el Centro Atómico Ezeiza, los bosques, y otras instituciones. Entre 1812 y 1816, nuevos comercios se habían establecido en la campaña, y se les había señalado el importe de las cuotas mensuales que tenían que aportar.
¿Quiénes eran los pulperos? Los pulperos, eran comerciantes que vendían vino, aguardiente y otros licores, géneros pertenecientes a droguería, buhonería, mercería e incluso, sedas, zaraza, muselina, gasa y lino. De los datos recabados por el historiador cañuelense Gustavo Recalt, puede notarse que solo el 23% de los comerciantes rurales, declaran ser nativos del partido en donde ejercen esas actividades (debe tenerse en cuenta además, que existe un número de pulperías volantes difíciles de censar y cobrarles impuestos). El 35% era de ascendencia europea (el 75% provenía de la península ibérica), el 8% era del interior, un 27% era de Buenos Aires y el resto, era oriundo de algunos de los que hoy son países limítrofes.

Hoy, mencionaremos solo dos de las pulperías que estaban establecidas en nuestra región: La de Chappe (figura en los planos de San Vicente de 1881), y la que se encontraba en la posta de la estancia de Los Talas. Con el tiempo, las pulperías mudaron a “Almacén y Bar” y para la década de1890 podemos mencionar a Eugenio Berasain y a V. Gaddini, con negocios frente a las estaciones de Tristán Suárez y Ezeiza respectivamente. Los establecimientos se multiplicaron rápidamente a la vera de estratégicos caminos, tal es el caso de la Cueva de la Chancha, de la familia Harguindeguy, en Ezeiza.

Juan Carlos Ramirez Leiva.