jueves, 26 de abril de 2012

Albert Einstein en Ezeiza

El ingeniero Jorge Duclout nació en 1853 en Alsacia (Francia), y llegó a nuestro país en 1884 invitado por el matemático Valentín Balbín. Sus primeros trabajos fueron cartográficos, luego fue una especie de consultor en ingeniería y finalmente docente en escuelas de magisterio y profesor de la Facultad de Ingeniería de la UBA en 1887, en donde dictó el curso de Teoría de la Elasticidad hasta 1923. Duclout, autor de Los axiomas de la geometría (1922), fue el primero en dar una conferencia sobre teoría de la relatividad en Sudamérica, y participo en congresos mundiales de Matemática en Heidelberg (1904, único por latinoamérica), y en Cambridge (1912), como delegado argentino.
Por iniciativa de Duclout en 1922, la UBA invitó al premio Novel Albert Einstein, a dictar 8 conferencias sobre la Teoría de la Relatividad. Einstein, ya en nuestro país, viajo a la ciudad de la Plata para inaugurar el año académico de 1925; realizo un viaje nocturno en tren a la ciudad de Córdoba y pidió que el regreso se hiciera en un viaje diurno para poder observar nuestras inmensidades. Un jueves 23 de abril de 1925 por la noche, dejó la ciudad de Buenos Aires y llegado a Alemania, pronosticó “un gran porvenir económico y cultural para Argentina”, en donde por vez primera realizó un vuelo en avión (sobrevolo Buenos Aires).

Durante su estadía fue huésped del empresario Bruno Wasserman, quien poseía una residencia en el Barrio de Belgrano, lugar en el que se alojó los días que estuvo en Buenos Aires, ciudad a la que considero cómoda pero aburrida, con gente cariñosa pero estereotipada y superficial. Los Wasserman eran propietarios además, de una residencia de descanso en Llavallol, adonde el físico realizó tres visitas en automóvil: domingo 05, miércoles 08, y domingo 19, todas en abril de 1925. El miércoles 8 de abril Einstein, quien había decidido adelantar el receso de Semana Santa de ese año, regresó a Lavallol en donde encontró un "hermoso clima, maravillosa quietud", como dejó anotado en su diario. La cabaña se encontraba en lo que a partir de 1897 fue La Victoria Convalescent Home, dependiente del Hospital Británico, solar que actualmente ocupa el Colegio La Medalla Milagrosa, en Moldes y Néstor de la Peña.
Fue allí en donde tuvo "una idea sobre una nueva teoría sobre la conexión entre la gravitación y el electromagnetismo". Parece que este hombre, de vestir sencillo y de gris, no perdía detalle de las tareas rurales y presenció cuando un coletazo vacuno le ensució el sobre cuello de goma que usaba sobre su camisa el mayordomo Pablo Decal. Vio con curiosidad como éste se lo sacaba, lavaba y tras secarlo, volvía a colocárselo, y tras la escena habría comentado: "Vea, a mí me dicen sabio y esto no lo sabía". Disfrutaba de los atardeceres desde el puente peatonal de la estación, en donde conversaba con el auxiliar Manuel Iglesias. Los recuerdos que se mantuvieron oralmente, registran que se trasladaba en un Ford a bigotes, un auto de alquiler, que conducía Agapito Otero, un remisero de aquellos días. Quizás desde el puente miraba hacia Ezeiza, más de una vez habrá coincidido su mirada con la de su ingeniero amigo, que vivía en La Valentina, y que también gustaba mirar hacia las estaciones, ya que así lo hacía desde una baldosa marcada con ese fin, hacia la estación de Monte Grande, ciudad en la que una calle lleva su nombre.
En esos días fue cuando Einstein visitó a Jorge Duclout, quien ya estaba afectado de una enfermedad terminal. Probablemente el encuentro fue en la residencia La Valentina, hoy en el Barrio 1 de Ezeiza. La amistad con Albert Einstein, 25 años menor que Duclout, quizás derivaría de que ambos estudiaron en la misma universidad, el Instituto Politécnico de Zürich. Duclout, no solo había estado de acuerdo con la creación del Partido de Esteban Echeverría, sino que contribuyó con la importante suma de cinco mil pesos. Considerado un hombre generoso con sus conocimientos, murió olvidado el 15 de febrero de 1929; quien debía dar un discurso de homenaje (el único), llegó cuando la ceremonia fúnebre ya había terminado.

Por: Juan Carlos Ramirez

jueves, 12 de abril de 2012

16 de julio de 1885

A mediados del siglo XIX nuestra región contaba con varios servicios de mensajerías y diligencias. En 1856 "Las Mensajerías Argentinas" era la más importante y en una de sus rutas unía Buenos Aires con Cañuelas, tres veces al mes. La demanda justificaba el paso de un ferrocarril y la gestión se inició en 1869; seis años después y atento a la posibilidad de realizar un negocio inmobiliario, el señor Ignacio Piñeiro obtuvo la aprobación para fundar el "Pueblo de las Naciones" en tierras donde hoy se levanta la actual Villa Golf. Al fracasar el proyecto de unir por ferrocarril Barracas con Cañuelas, la creación del nuevo pueblo no se concretó por falta de radicación de pobladores.
En 1884, finalmente se autorizó la construcción provincial de una línea que "partiendo de Barracas al Sud, empalme con la del Oeste que va a La Plata y sigue hasta el pueblo de Cañuelas". El 4 de julio de 1885, los nombres de las estaciones fueron oficializadas: "En la línea férrea a Cañuelas las estaciones se designarán con los nombres siguientes: Km. 2,500 'Santa Catalina', Km. 11,950 'Ezeiza', Km. 17,625 'Llavallol', Km 38,500 'Vicente Casares", Km. 43,525 'Cañuelas'." Finalmente, por la Circular Nº 89: "Se comunica a quienes corresponda que el día 16 del corriente tiene lugar la inauguración de la línea de Temperley a Cañuelas, la que será abierta al público el día 17".

Surgen los pueblos de Ezeiza y T. Suárez
La tradición nos dice que el tren llegó arrastrado por la locomotora 47, la primera construida en los talleres del ferrocarril Oeste y por tal, denominada "Primera Argentina". Eran las 9 de la mañana de un 16 de julio de 1885 excepcional; el calor del entusiasmo derrotaba el acostumbrado frío mañanero cuando el jefe de estación, el señor Bautista Barri, recibió a la formación en tanto su paso fue protegido por el guardabarreras señor Ignacio Abaneta. Al continuar su camino la formación cruzó por tierras de la Sra. Virginia Acosta de Suárez, parando en la estación Llavallol. Nuestros vecinos consideraron que ese día, a las 9.12 hs, se marcó el nacimiento de la población que luego fuera llamada Tristán Suárez y que como Ezeiza y tantos otros, jamás fue fundado oficialmente. Los ezeicences, prefirieron adoptar el criterio de que el pueblo “nació” cuando los pobladores pudieron viajar en los trenes, un día después, que allí se inició la vida pueblerina en Ezeiza.

Ezeiza, Suárez y el mundo.
Durante el recordado año, Luis Pasteur salvó al primer niño de ser muerto por la rabia, gracias a su vacuna; es el año en que Coca Cola comenzó a comercializarse como remedio para aliviar el dolor de cabeza; se publicó “La tierra purpúrea” de Hudson y “Sin rumbo”, de E. Cambaceres; se consideró concluida la Conquista del Desierto y se dictó la Ley de Premios para “premiar”a los que exterminaron a los indios. Se envió la primera partida de carnes enfriadas a Londres, se construyó la Escuela Petronila Rodríguez, hoy Palacio Sarmiento pero conocido popularmente por Palacio Pizzurno, que actualmente alberga el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología. Es el año en que nació Alicia Moreau de Justo, médica y militante socialista. Cerca de Plaza de Mayo, un comercio dedicado a botería y zapatería llamado “La beporteña” fue puesto de moda por las damas. Sin embargo, creemos que nada de esto fue registrado por la memoria colectiva, que si fue marcada a fuego cuando se inició la costumbre de ir a ver pasar el tren, que en esa misma tarde a las 16.30 hs., partía de Ezeiza rumbo a Temperley, cerrando tan importante jornada.

Por: Juan Carlos Ramirez

martes, 3 de abril de 2012

Helados Petra

Las vueltas de la vida hicieron que ahora haya abierto una hermosa heladería en la vistosa esquina de French y Echeverria, en Ezeiza. Allí mismo, donde niños con skipis marrones se arremolinaban en puntitas de pie para espiar los tachos de los helados que vendía la señora Petra Squiciato. Los sabores de la década del 50 eran menos sofisticados y de agua solo existía el de limón. Todos los cucuruchos y tacitas se comían (¿Starosta o Erevan?). Las cucharitas eran de madera con forma de palita como de jugar a la paleta pero, obviamente, más pequeñitas, si las chupabas mucho tenías un sabor a bosque en la lengua agarrotada de frío.
El comercio de Valentín y su esposa Petra contaba con dos entradas, recuerda la vecina Silvia Tissone: una por la esquina que daba hacia French para la heladería y otra puerta yendo hacia Echeverría para la fiambrería, y siguiendo en esa dirección estaba la casa particular de los propietarios.
Petra era la reina de la heladería. Hortensia Carrizo afirma que era divina de amable. Muy elegante, gordita pero bien formada. No tenía hijos pero su matrimonio transmitía alegría conyugal. La señora que hoy oficia de cajera la recuerda de labios bien rojos perfectamente maquillados.

Flor de helados
La fábrica de las delicias frías estaba ahí nomás a la vista en el local. La batidora a la izquierda, la heladera con las latas a la derecha. Las paletas revolvedoras eran un péndulo hipnotizador para el niño Juan Carlos Ramírez. Todos los veranos peregrinaba hasta la esquina gloriosa a comprar: crema americana y crema rusa son los sabores imborrables que han quedado grabados en su hemisferio izquierdo. El pote era como de tela y llegaría hecho hilachas, porque el niño pedaleaba de costado en la bici de adultos, raudo en la calle de tierra, llena de huellas, pozos, perros tarasconeadores, ligero cual saeta, apurado por comer la delicia fría y apremiado por la recomendación de la mamá que le percutía en el cerebro: ¡que no se derrita en el camino!. La estela helada era una huella caliente con rumbo a los fondos de Ezeiza para dar consuelo al hermano operado y en cama. El helado era la felicidad dulce y anhelada, largamente disfrutada en papila y recuerdo añorado.

Palito, bombón, helado
Piensa que te piensa. Recuerdos revueltos. Pero nada. No surge en las memorias activas consultadas la siguiente microempresa que fabricara helados en el pueblo de Ezeiza. Petra es un mojón en nuestra historia gastronómica. Dejamos la inquietud a los lectores. La historia es ancha y ajena dicen. Desde los chinos que lo inventaron hasta los italianos que lo impusieron en la meca occidental de la comida, los helados hicieron camino y aquí llegaron de la mano de un descendiente de la península con forma de bota, para no ser menos rigurosos con los valores históricos.
Lo que surge fresco es la changa de los jóvenes forzudos que se animaban a trillar el pueblo con la mochila vendiendo helados. El concesionario atendía en el quiosco del Papi Agnelli, French al 300. La provista consistía en la heladera de telgopor, el hielo seco y la mercadería rigurosamente contabilizada. Los derroteros los marcaban los mercados vírgenes: Villa Golf, las quintas, los hornos de ladrillos y, en general, los fondos (serían los barrios más alejados de la ruta y las vías del tren). El éxito del emprendimiento dependía del aguante de hombros del miniempresario en ciernes. No siendo Petra y el Kibón, según Hugo Rottoli, no había más heladerías en la zona, de modo que era un rebusque apreciado y gratificante. El alivio frío y felíz venía dulcemente contenido, ¿ahí sí?, en una tacita.

Por:Lic. Patricia Faure.