jueves, 3 de diciembre de 2020

Doctor Orlando Rojas

En los tiempos posteriores a la invasión europea al Río de la Plata, no había médicos especializados en la atención de la salud de niños y adolescentes. A mediados del S XVII ya había registrados 36 sanadores en Buenos Aires, contando enfermeros, sangradores, cirujanos, hernistas (curaban hernias), ensalmadores (trataban fracturas y luxaciones), y por supuesto, médicos titulados.
Para esa época, la esquinancia (inflamación de las amígdalas), el tabardillo (tifus), y la viruela, provocaban una alta mortalidad infantil. Para combatir los brotes epidémicos y la indigencia, la Hermandad de la Santa Caridad creó en 1699, la Casa de Recogimiento de las Niñas Huérfanas. Cabe destacar que, para sostener La Hermandad y sus obras, el presbítero José González Islas creó la estancia Los Remedios en los campos en donde hoy se encuentran el aeropuerto, las cárceles y el Centro Atómico Ezeiza, entre otras instituciones.
El cuidado deficiente de los niños, y el número elevado de abandonos, determinó que se llevara adelante la iniciativa del Síndico procurador Don Marcos José de Riglos, se creó la Casa de los Expósitos (hoy Hospital de Pediatría Dr. Pedro de Elizalde), siendo el Dr. Juan Madera, su primer médico. Es interesante conocer que el 4 de abril de 1804, el Semanario de Agricultura publicó que era peligroso para la salud de los niños, los juguetes pintados con sustancias tóxicas como el cobre arsénico sulfurado o plomo. La primera cátedra oficial de la UBA para formar en medicina infantil, fue otorgada al Dr. Manuel Blancas, y lo continuaron los profesores Doctor Ángel Centeno, Mamerto Acuña, y Juan P. Garrahan.
En nuestro Distrito Ezeiza el pediatra más reconocido por la comunidad fue el Dr. Teodoro Orlando Rojas, nacido el 13 de octubre de 1955, hijo de otro gran pediatra, el Dr. Rojas, de la ciudad de Monte Grande. Se recibió con honores en 1978 y un año después ya atendía en el Hospital Santa Marina de Monte Grande y en las salitas de La Unión y de Tristán Suárez. En 1980 decide poner su consultorio particular en Ezeiza en la calle Larralde 148, la casa en que estableció su hogar matrimonial cuando se casa en 1981. En 1983 se muda a Lamadrid 263, instalando un consultorio de urgencias mientras atendía en consultorios en Paso de la Patria y en la casa de la recordada familia Muñoz, sobre la calle French al 300. Finalmente, en 1987, el joven doctor se muda a Zenavilla 266, instalando su hogar y su consultorio (todos domicilios en Ezeiza).

El Dr. Orlando Rojas partió de este mundo a los 53 años, el 23 de mayo del 2009. El pueblo de Ezeiza lo amaba y él conocía las historias de sus pacientes, sufría con ellos y festejaba sus alegrías; conocía la casa de casi todos y más de una vez se ha quedado a cenar con ellos. Su recuerdo está intacto en cientos de familias.
En el Día del Médico, recordando a tan querido Pediatra, homenajeamos a todos los doctores que nos cuidan la salud.

Juan Carlos Ramirez Leiva

martes, 17 de noviembre de 2020

17 de noviembre de 1972

El dieciséis de noviembre había estado todo el día de retén, grupo de refuerzo en lenguaje castrense; estuve muy expuesto todo el día y parte de la noche, todo muy agitado, por cierto. Estaba haciendo el servicio militar y coincidía con mis compañeros de desgracia que, no podíamos calcular cuántas armas habíamos incautado en operativos sobre la ruta 8. Se habían decomisado de todo tipo y en tal cantidad que, respetábamos todas las instrucciones de los oficiales a cargo ya que, si bien normalmente nadie atacaría a un colimba, hubo desaforados que si lo hicieron.
Estábamos eufóricos, el “Perón vuelve” se estaba convirtiendo en “¡Perón volvió!”. El gobierno había decretado el Estado de Sitio y el ejército estaba en las calles para evitar, ineficazmente, que se formaran grupos que se desplazaran a Ezeiza, mi querido Ezeiza. Decían que el aeropuerto y toda su región estaba rodeado por fuerzas militares que patrullaban con el apoyo de tanquetas.
El diecisiete se presentó con una persistente llovizna cuando no fuerte lluvia. El mate cocido hirviendo en un jarro de lata que quemaba y un mísero pancito no alcanzó para combatir la destemplada mañana; pese a todo estaba contento. Disuelto el retén (resabio del viejo Plan CONINTE), me presenté a mi lugar habitual de trabajo en la Escuela Lemos (Campo de Mayo) en donde no dude en presentarme como voluntario para custodiar un colectivo que llevaría cadetes de relevo al aeropuerto. Como todo “soldado viejo” que sabía que no saldría siquiera en la “última baja”, me las ingenie para que eligieran para chofer a un vecino. Y partimos para Ezeiza.
Mi padre, sindicalista romántico que al terminar su mandato regresó a la línea de producción, nos recordaba que gracias a la “acumulación” (ahorro, bah), logrado durante el gobierno de Perón, habían podido comprar un terreno en los fondos de Ezeiza, lugar completamente desconocido para ellos y ergo, para mí con mi primer año de vida.
Cuando llegamos al rio Matanza vimos que ni la lluvia ni el río ni las tanquetas, frenaban a los numerosos grupos de jóvenes que como el chofer, los que iban a tratar de dispersarlos y yo, jamás habíamos visto a Perón (mis recuerdos solo alcanzan al bombardeo y posterior derrocamiento de Perón). Pensaba en los vecinos de Ezeiza que estarían en el aeropuerto; no se lo perdería Alonso ni sus hijos, por citar quizás al más respetado peronista de esos tiempos.
Tras dejar a los cadetes en el aeropuerto y con el desencanto de no cruzarnos con el General (estaba casi preso en el hotel), decidimos con mi amigo, usar el vehículo a nuestro cargo y escaparnos a visitar a mi familia, a la que no veía de hacía un tiempo largo por estar generalmente, preso en el cuartel. Tras los abrazos que quiebran los huesos, pero sanan el alma, luego de que nos llenaran de comida, y tras de enseñarles las armas a mi hermano, emprendimos el regreso (en especial, luego de que la vecina nos dijo que nos iba a denunciar por andar armados; en fin). Allí nos enteramos que también en Tristán Suárez, estaba el ejército asustando gente (recuerdo que curiosamente, muchos suarenses han olvidado).
Mientras nos habríamos paso para regresar, meditaba que se terminaba la resistencia, el “Luche y vuelve”. Etapa que se había coronado con una gran movilización pese al ejército en las calles; nadie quería perderse ese momento que sabíamos que, se estaba haciendo historia. Aunque la historia no fue la deseada.


Juan Carlos Ramirez Leiva




Un poco más:

Crónica afirmó que el avión DC-8 de Alitalia, que trajo a Perón de regreso tras 18 años de exilio, tocó tierra a las 11 hs. 8’ 10”; terminó de carretear a las 11 hs. 15’ 30”. Perón fue autorizado a trasladarse a la casa de la calle Gaspar Campos en Vicente López, en la madrugada del 18 de noviembre.
No me prive de gritarle por la ventanilla a los manifestantes: “Peronismo Montonero! Por eso le dio el cuero”.


Otro poco más:

Cuando íbamos desde al aeropuerto a mi casa, sabíamos que teníamos que eludir el puesto en la “barrera” (hoy paso bajo nivel “Las Flores”), por lo que cortamos camino en la continuación de la hoy llamada Édison. La calle lógicamente era de tierra y sabíamos que en la curva del Monte Spinetto, tendríamos problemas…. Y los tuvimos.
Nos encajamos en el barro y solo pudimos salir gracias a la ayuda de un hombre y su caballo fortachón. Recién ahí tuvimos miedo de que nos apresaran porque no ignorábamos que no estábamos en la hoja de ruta, y nos habíamos en la práctica, apropiado de bienes del ejército y de armas largas y cortas.
Regresamos al cuartel “Sin Novedad” y como premio, me dieron franco el primer fin de semana. Me lo había ganado.

jueves, 5 de noviembre de 2020

La leyenda de los siete duendes que viven en el ombú de Sotelo

Hasta no hace mucho conmovía al viajero que iba en tren de Ezeiza a El Jaguel la gallarda presencia de un ombú solitario en la pampa, en el campo ubicado a la izquierda. Erguido en su terraplén que servía de sombrilla a las vacas practicantes de alpinismo. Todos nos preguntábamos cómo lograban trepar hasta allí. 
En ese ombú vivían siete duendes payadores, amigos de la rima, reyes de la improvisación, un diccionario de palabras, los clásicos en la punta de la lengua tenían.
Bajo su fronda se armaban una guitarreadas con duendes que venían de todos lados. Todos querían medirse con ellos.
Los duendes eran gordos como cerditos minipig, era raro no imaginar su caída de las ramas esponjosas. Pero nunca se caían.

Eran como los Santos Vega de nuestro pago. Y nunca faltaba un Juan Sin Ropa con ganas de torearlos. Y se las arreglaban payando por turnos.
El tema es que un día el ombú no estuvo más. Y el pasto y las espinas tampoco. Construcción seca de esa que aflora de un rato para otro ocupó el lugar.
Dicen que hubo abrazo de vecinos. Dicen que lo mudaron a una esquina del terreno.
Dicen que ya no payan tanto y andan tristes. Se separaron. Viven de a dos o tres. Y payando por turnos atrás de la estación de Canning, otros en el Parque Central de Ezeiza, o en los ombúes de lo Spinetto.
Así que siguen resistiendo con su canto improvisado e inspirado.

Recopilado a partir de relatos de vecinos por la Lic. patricia Celia Faure.

Primeros pulperos

A medida que se acrecentaba el poblamiento de nuestro territorio, los comerciantes se fueron instalando. Residían en la campaña bonaerense 12.925 habitantes (censo de 1778), abastecidos por 121 pulperías (censo 1799), lo que nos da el promedio de una cada cien habitantes aproximadamente.
Tras la Revolución de Mayo, las autoridades se encargaron de seguir levantando censos en la campaña y por ello podemos consultar el padrón de 1812 que fuera realizado por Don Manuel Collantes, encargado además de la recaudación de los impuestos junto con Don Francisco Pelliza, quien efectuara algunas notas al margen de padrón fechado el 31 de enero de 1814. En el informe realizada por Don Manuel Collantes el 11 de octubre de 1815, se lee: “Relación de los individuos pulperos y tenderos que hay de aumento en los partidos de la campaña, que no están comprendidos en el padrón [de 1812] con expresión de las cuotas que se les has asignado y es como sigue”. Las relaciones de Don Francisco Pelliza, que se hicieron entre 1815 y 1816, abarcan sus recorridas por Ranchos, Chascomús, Navarro, Lobos, Ensenada, Quilmes, Magdalena, San Vicente, y el Pago de Los Remedios. Debe aclararse que este último, que hace alusión al actual distrito Ezeiza, nunca fue un pago formalmente reconocido pero así figura en algunos documentos. El nombre lo toma de la estancia Los Remedios, estancia colonial fundada en 1758 y de la que fuera propietario fundador el bisabuelo de Don Manuel Belgrano. En lo que fueran sus tierras, hoy se levanta el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, las cárceles, el Centro Atómico Ezeiza, los bosques, y otras instituciones. Entre 1812 y 1816, nuevos comercios se habían establecido en la campaña, y se les había señalado el importe de las cuotas mensuales que tenían que aportar.
¿Quiénes eran los pulperos? Los pulperos, eran comerciantes que vendían vino, aguardiente y otros licores, géneros pertenecientes a droguería, buhonería, mercería e incluso, sedas, zaraza, muselina, gasa y lino. De los datos recabados por el historiador cañuelense Gustavo Recalt, puede notarse que solo el 23% de los comerciantes rurales, declaran ser nativos del partido en donde ejercen esas actividades (debe tenerse en cuenta además, que existe un número de pulperías volantes difíciles de censar y cobrarles impuestos). El 35% era de ascendencia europea (el 75% provenía de la península ibérica), el 8% era del interior, un 27% era de Buenos Aires y el resto, era oriundo de algunos de los que hoy son países limítrofes.

Hoy, mencionaremos solo dos de las pulperías que estaban establecidas en nuestra región: La de Chappe (figura en los planos de San Vicente de 1881), y la que se encontraba en la posta de la estancia de Los Talas. Con el tiempo, las pulperías mudaron a “Almacén y Bar” y para la década de1890 podemos mencionar a Eugenio Berasain y a V. Gaddini, con negocios frente a las estaciones de Tristán Suárez y Ezeiza respectivamente. Los establecimientos se multiplicaron rápidamente a la vera de estratégicos caminos, tal es el caso de la Cueva de la Chancha, de la familia Harguindeguy, en Ezeiza.

Juan Carlos Ramirez Leiva.


jueves, 3 de septiembre de 2020

Ferreteros

Entre los comercios tempranos de la naciente urbanidad de José María Ezeiza, no podemos olvidarnos de los ferreteros. No he podido precisar aún si primero fue el corralón del Ñato Rodríguez o el comercio de Gravanago, en donde los ezeizences se abastecían de artículos del ramo. Tiempos después se sumaría Magliola y otros comerciantes que si bien vendían materiales de construcción (corralones), también proveían y asesoraban a sus clientes en el rubro ferretero. 
El corralón ferretería de Norberto “Ñato” Rodríguez, tenía sótano con respiraderos hacia la calle, y un largo mostrador en un local grande, con salida a la ruta 205 y a la calle Ramos Mejía (ahora, Galería El Edén). Sus estanterías eran altas, de madera pintada de verde aún por los ’60. En 1949 ya estaba el corralón del Ñato, como también estaba la ferretería de García, que además vendía artefactos electrodomésticos (aún en actividad, aunque ya no como ferretería), al lado del almacén de Vega frente a la inexistente aún, plaza Manuel Belgrano. No estaría completa esta referencia si no incluimos a Casa Magliola, que vendía de todo; se encontraba sobre la ex ruta 205 frente a la hoy estación de servicio Exxon, entre Paunero y Roca. En Deán Funes y Chacabuco, supo encontrarse el corralón ferretería de Denís y hay quienes recordaban que Denis también instalo una ferretería sobre French al lado de la panadería de Curra. 
Probablemente a los negocios ferreteros, los haya precedido el negocio que fuera primero de Gaddini y luego perteneciera a Elisagaray y a Boulán. Tenía un frontón de pared donde se jugaba a la pelota (creo que tenía salida por Ramos Mejía), y el almacén se entraba desde la ruta, un almacén muy largo con pisos de madera que se movían al compás de los que por arriba caminaban. Allí podía encontrarse desde artículos comestibles, recuerdo un tragamonedas, y…. artículos de ferretería. 
Probablemente a finales de la década del ‘50 y en los ’60, quien además de sanitarios, algo de bazar y pinturería, presentaba un surtido más completo de ferretería, fue el famoso El Palenque, de Gravanago. Ubicado sobre la ruta y Emilio Mitre (ex Estevecorena).
Cerramos esta nota con el recuerdo de un querido ferretero cuyas inquietudes lo llevaron rápidamente a participar de los movimientos emancipadores del distrito. La Comisión Pro Autonomía de Ezeiza y su zona de influencia se creó el 27 de junio de 1987 y poco después, el 18 de diciembre de ese mismo año, se celebró una reunión en donde se definió la nominación de la Cámara de Comercio, Industria, Profesionales y Bienes Raíces de José María Ezeiza; de esa Cámara, Minitti fue socio fundador y primer presidente. Roberto “Tano” Minitti, quien había nacido en Trípoli (capital de Libia, África), en tiempos en que era una colonia italiana, supo ganarse el afecto de sus clientes por la cordialidad y predisposición a enseñar e identificar a qué nos referíamos, cuando le pedíamos un “cosito” o “pituto”. 

Juan Carlos Ramirez Leiva

miércoles, 26 de agosto de 2020

Actrices y actores en el Ezeiza temprano

Cuenta Amalia Albina De Maio, quien empezó a actuar en el colegio, que un día apareció por su casa Julián Sánchez Parra, quien siempre tuvo inquietudes artísticas, proponiendo: “¿Por qué no hacemos teatro vocacional?”. Primero empezaron con Pontoni y Juancito Barrionuevo, cuando ella tenía 14 años y su hermana unos 18. Empezamos en el club San Agustín y las obritas las escribía mi hermana, cuenta afirmando que a ella siempre le gustó escribir y hacían sketchs y cantaban, y que a la gente le gustaba. Recordaba que Julián Sánchez Parra apareció un día en su casa con Enrique “Quique” Mariani, Luisito Pérez, y Virgilio Boschian, y que empezaron con una obra escrita, actuada y dirigida por su hermana, llamada “La pequeña Rosita”. También hicieron “Las espuelas del diablo” de Juan Carlos Chiappe, la que representaron varias veces y a la que vino el autor. Hicieron “El granuja” y “Las nazarenas del desengaño” de González Pulido, y la última que representaron fue “Bendita seas” de Alberto Rodríguez. Actuaban en el club Ezeiza y también en el cine Tristán Suárez.
El maquillador se llamaba Adolfo Salina, quien después se dedicó a la fotonovela bajo el nombre de Carlos Casanque. Después las maquillo Carlitos Arévalo. Tenían un vestuario muy sencillo y siempre que hacían cuadros gauchescos, los muchachos conseguían bombachas, botas, rastras, lo que sea. Hacían los decorados, llevaban muebles de su casa, si había una escena que se recreaba un almuerzo o algo, los platos los llevaban de su casa.
Contó que en “La pequeña Rosita” figuraba una chica de campo humilde, que había estado siempre enamorada de un muchachito que quería ser médico y se venía a la Capital a estudiar; ella siempre lo espera y él al venir a la Capital, conoce otras mujeres. Rosita como ve que él no viene se anima a irse a la Capital a verlo a la pensión y cuando va se encuentra con una mujer que la recibe, y como sabe que ella es del campo, trata de lastimarla con palabras. Para que ella se sienta abochornada, le hace creer que el muchacho la olvidó, que no la quiere, pero no es así ya que al terminar la obra, Rosita se junta con su galancito, que se recibe de médico. El público se enojaba con la gente mala y gozaba cuando las cosas salían bien.
Cuando representaron “La Guitarra de Pancho Almada”, Julián Sánchez parra tenía un personaje recio, muy malo, ya que era el dueño de la estancia donde vivía Doña Rosina con sus hijos. Él pretendía a la hija de Doña Rosina, Mariana. Doña Rosina tenía a su hijo Marcos que estudiaba medicina y había criado a un muchachito que se llamaba Pilincho que era el cómico (lo hacía Mariani), y el hijo iba a estudiar a la Capital, “pero ¿Qué pasa? Marcos no estudiaba, le hacía creer a la madre que estudiaba, pero él se gastaba su dinero en juegos, libertinaje, pero no estudiaba. Pero la mamá le creía. Y el dueño del campo, don Ramón Acuña, pretendía a Mariana, pero Mariana estaba enamorada de un muchacho que se hacía llamar Pancho Almada, que hacia justicia. Y don Acuña no podía conseguir que esta chica lo quisiera, entonces, no encuentra mejor cosa que decirle que si no se casa con él, el desaloja a la familia. Entonces, la chica – la mártir- para que no desalojara a la madre del campo, acepta casarse con don Ramón Acuña. Pero viene Pancho Almada, la salva, pone a don Ramón Acuña, digamos, en su lugar. Entonces, ahí era la parte en donde aparecía Pancho Almada, y la gente fervorosamente, toda contenta. Y esa obra termina, que el día que se casa Mariana con Pancho Almada, vienen de la iglesia, vienen ya para hacer la fiesta y esta Marcos, en escena, que lo viene siguiendo un policía, que era Bustamante, entonces le dice: “¡Párate o te quemo!” Y él dice: “¡No, por favor acá no!, hoy se casa mi hermana”. Y en eso aparece doña Rosina, entonces le dice: “Marcos ¿Qué hace usted acá, usted no tenía que estar rindiendo un examen?”. Entonces ahí se descubre todo y ahí el policía le dice: “Éste nunca estudió, su hijo es esto, esto, esto y esto”. Y claro, la pobre vieja, con el disgusto de ver que su hijo siempre le mintió, sufre un paro cardíaco, cae y muere. Entonces, entran, se discute, vienen los recién casados y se encuentran con que la madre esta en el suelo. Bueno, la escena termina así, a él que se lo llevan preso y le dice: “¡Perdóneme mama, perdóneme!” Y la hija que llora a su madre muerta y Pilincho que dice unas palabras muy lindas, digamos acorde con lo que había pasado. Y la gente bueno...moqueando, y le digo la verdad, a lo mejor esta mal que yo lo diga, pero en realidad fue así, la gente aplaudía de pie y cuando salíamos a saludar, dos o tres veces, porque.... Gustaba mucho. Así que pienso que quedó como algo muy lindo”.
Esta es la historia del Cuadro Filodramático Juvenil. muchos los deben recordar. A fines de diciembre del ‘51 empezaron y se disolvió el primer cuadro en el ’55. Y después en el año ’55 hasta el ’56 trabajaron con el otro grupo que estaba integrado por Ricardo Rojo, Alberto Riffa, Luisito Vázquez y Juan Carlos Senas.

Juan Carlos Ramirez Leiva.
Síntesis del testimonio de Amalia Albina De Maio, publicado en Las vacas vuelan, de la Lic. Patricia Celia Faure.
Foto: De Maio actuando en el Club Ezeiza

lunes, 29 de junio de 2020

Siempre en domingo

Parados en la ochava, desplegamos un viejo plano porque es un lugar inspirador para encontrar algún aporte a nuestra historia. En letras rojas y grandes se lee "Remate los días 17 y 24 de marzo de 1935 en Tristán Suárez (Ferrocarril del Sud)".
Al mirar las calles que formaban el damero de los terrenos loteados y puestos a la venta, vemos que esas manzanas hoy son el centro de la ciudad -si lo consideramos por la proximidad con el publicitado tendido del ferrocarril y la ruta nacional 205-. Durante esos dos días se redefinió una vez más la geografía urbana y la población de esa zona.
"¡A Suárez! ¡A Suárez, que ya nos vamos!", anunciaba a los gritos un señor el domingo en Plaza Constitución. Y se hacía aunque lloviera. No se trataba de un guarda buscando pasajeros perdidos. Sólo intentaba captar a futuros clientes para los remates de lotes. En el mejor de los casos se les ofrecía boleto de ida y vuelta en tren, gratis. Al llegar a destino los esperaba una carpa bien ventilada por los costados; para los señores había habanos y vino carlón, para las señoras bizcochos de cremona.
Las firmas rematadoras parecen que eran de lo más democráticas, se codeaban Furst Zapiola y Cía. (fundada en 1908), Giménez Zapiola y Cía., y Rufino de Elizalde y Cía.; democráticas porque todas vendían a mensualidades. "Tierra alta, fértil y apta para cualquier clase de cultivo, aparente para el codiciado fin de semana, para establecer en ella la chacra, el vivero o la granja", Otro argumento que empleaban era la prosperidad y la autopista que vendrían de la mano del aeropuerto, sin olvidarse de los comercios importantes -el almacén de Gaddini en Tristán Suárez, el almacén de los hermanos Harguindeguy en Ezeiza, la Nueva Era de Cresmani en Canning- y los espacios asignados a la escuela, la plaza y el molinete para cruzar las vías.
Transitando hoy la urbanidad reconocemos marcas de esa época, como franjas geológicas, el ayer en el hoy. Vemos no solo la mano de aquellos rematadores y los vecinos que pagaron las 120 cuotas, también los que eran o son un tanto más poderosos; negocios inmobiliarios, usucapciones oportunamente detectadas, asentamientos electorales. Por citar sólo ejemplos de José María Ezeiza;: un mojón que suponemos resto de la venta de propiedad de Eduardo Labougle en la esquina de Balcarca y Provincias Unidas; una vereda ancha -no sabemos por qué- en Paso de la Patria al 100; una calle 9 de julio reducida-sorpresivamente - a media calzada al atravesar Tuyutí, ahí sí sabemos, la construcción esta a la vista; arterias de césped y no holladas por autos aún, como unas cuadras de Paunero; el cuadrado vacío de Goñi, que funciona como campito para el fútbol los fines de semana, sobre Perón, entre Ituzaingo y Balcarce; hermosos pasajes, como el de Angostura bordeado de casuarinas; las construcciones nuevas levantadas sobre bañados, como la manzana de las Luces, donde funcionan el Centro Educativo Complementario 502 y la Media 4. La fisonomía urbana se redefine continuamente por obra y gracia de sus propietarios y de sus pobladores, que no siempre son lo mismo.

Lic. Patricia Celia Faure.

viernes, 19 de junio de 2020

Estancia La Catalina

En la región sobreviven aún casonas como perdidas en el tiempo. Este es el caso de la estancia “La Catalina”, declarada  Patrimonio Histórico por el H.C.D en el 2019,  gracias al relevamiento de la Junta de Estudios Históricos de Ezeiza y al Museo Regional Tristán Suarez. Su  casco se ubica en las calles Ñandubay y David Peña, límites entre Canning  y Barrio El Trébol (La Unión).
La edificación permanece rodeada de una frondosa arboleda de eucaliptus, cedros, caminos de ligustros, bambúes exóticos de gran altura y un ombú originario. El trinar de las aves que se puede escuchar es un concierto que a uno lo impregna de naturaleza.
Murzi, ingeniero civil, compró 617 hectáreas a Juan Manuel Acosta a finales del siglo XIX, siendo llamada estancia La Catalina, en homenaje a su madre. Leemos en La Gaceta, un año antes de su muerte: “El ingeniero se dedicó con éxito a sus actividades a la dirección y construcción de casas particulares y de renta, demostrando alta pericia en esta rama arquitectónica. Su firma llegó  a ser altamente cotizada y supo imponerse desde el primer  momento por su refinado buen gusto, adaptando  las construcciones a todas las exigencias de la comodidad, la higiene y la euritmia. Los edificios que construyó pueden  admirarse en nuestras calles más céntricas y concurridas.(...) A la industria agropecuaria consagró ingentes esfuerzos, adquiriendo los establecimientos  “San Teodoro”,  situado en Labardén , y “La Catalina”, en Ezeiza (prov. de Buenos Aires), que han tenido un próspero  desenvolvimiento. El establecimiento que posee en el citado partido de Labardén cubre una superficie  de 3.000 hectáreas;  dedicado a la cría de vacunos y otros ganados”
El modelo de país en ese momento, se orientaba exclusivamente a la producción y exportación  agropecuaria y las mieses de la tierra eran bien cotizadas en el exterior y el plan de Eduardo Murzi, era ser parte de ese engranaje económico. Era una época dorada para los poseedores de tierras y sus socios; sus ganancias permitían disfrutar de niveles de vida de clase alta europea y a su vez importar elementos suntuosos que  aquí no se producían. Argentina era considerada el granero del mundo y Eduardo Murzi contaba con dinero, capacidad y contactos para ser un empresario exitoso. En su propiedad en la capital federal era común la visita de artistas y músicos. Eran amantes, junto a Maria Rocca, de lo lírico y el teatro por lo que contaban en su casa con teatro propio con capacidad para 200 personas. Era una tradición festejar a finales de agosto la celebración llamada “Santa Rosa”, en honor a la madre de Maria Rocca. En esa celebración era común correr las sillas del teatro para dar lugar al baile y diversión.
En Canning, no hubo colonias agrícolas o ventas de lotes de la banca francesa, como si lo fue en otras partes del ramal. La iniciativa debió estar en manos de esta burguesía criolla que poseía los medios de producción. El crecimiento económico del país parecía no tener fin, pero la Primera Guerra Mundial y luego la crisis de 1930 trastocaron los planes de estos terratenientes. La familia Murzi tuvo que vender parte de sus tierras sobre el Camino Real a Las Flores y arrendar. Alejandro Tuñón, contador  y bisnieto del primitivo dueño, accedió a una entrevista en donde nos aclaró que luego de la muerte de Eduardo en 1936, La Catalina fue utilizada principalmente como una residencia de  descanso.
Los descendientes de Eduardo explotaron ciertas actividades agropecuarias a pequeña escala. Una salida económica para la familia fue el arrendamiento a Juan y Pedro Echart en 1943, quienes se dedicaron al tambo hasta la década del 60. Siguió Manuel García Tuñón (Padre de Alejandro)  que contrato a  Juan Marraco y luego a Toledo, continuando la explotación tambera. Esta actividad  trasladaba en ferrocarril los tarros de leche (estación Ezeiza). La memoria oral recoge historias de Alberto Goñi, él era una especie de veterinario sin título. Su universidad fue la experiencia campera. Los mitos entre los baquianos  eran recurrentes como por ejemplo: curar con la palabra, especie de rezo que nadie escucha más que el animal.  
Retomando las actividades de la Catalina, otra iniciativa fue  la cría de cerdos pero no funciono, ya que los persistentes robos no permitieron que el negocio creciera. Alejandro Tuñón señalo que  eran más los robos que las ganancias. Los herederos, al no poder explotar la tierra con éxito, continuaron con el fraccionamiento y japoneses y portugueses adquirieron algunas hectáreas para finales de la década del 60. Eiko, Higa, Arakaki, Tamashiro, por un lado, y tres hermanos de apellido Almeida: Américo, Manuel  y Antonio. Todos ellos se dedicaron a la plantación y comercialización de verduras. Estas quintas dieron trabajo y subsistencia a familias que llegaron a los barrios cercanos desde distintas provincias y países limítrofes en la década del 70 y 80. 
Luego de unos años, los portugueses vendieron y en esas hectáreas hoy se ubica el Parque Industrial Canning, uno de ejes productivos del Partido de Ezeiza. El casco de La Catalina se mantiene intacto.

Por: Prof. Elio Daniel Salmón
Nota del editor: debido a lo extenso de la nota (sumamente valiosa en datos), se publica un extrato del original.

domingo, 31 de mayo de 2020

Día Nacional de la Energía Atómica


Se celebra hoy en nuestro país, el Día Nacional de la Energía Atómica. La Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), fue creada el 31 de mayo de 1950 por el presidente Juan Domingo Perón, a través del Decreto Nº 10.936/50. A 70 años de su creación, la Comisión continúa dedicándose al estudio, desarrollo y aplicaciones en todos los aspectos vinculados a la utilización pacífica de la energía nuclear, desarrollo tecnológico, gestión de residuos radiactivos y formación de recursos humanos. Estas acciones posicionan al país entre las diez principales naciones con mayores niveles de desarrollo nuclear y con una alta contribución a la no proliferación nuclear.
En su desarrollo, se consolidó en la construcción y operación de reactores de investigación y sus combustibles, en la producción de radioisótopos y el empleo de las radiaciones ionizantes para diagnóstico y tratamiento médico, sin dejar de mencionar que la producción de nucleoelectricidad con solo 2 centrales, alcanzó el 8 % de la energía eléctrica del país. Durante las dos primeras presidencias de Perón (1946-1955), se viabilizó la integración tecnológica en las áreas de energía, aeronáutica, infraestructura e ingeniería civil. 
Con la Revolución Fusiladora de septiembre de 1955 (denominada por los historiadores oficialistas como Libertadora), el desarrollo del campo nuclear fue transferido del Ejército a la Marina, quedando a cargo el capitán de Fragata Pedro Iraolagoitía. La DNEA dejó de existir en términos formales y su patrimonio pasó a CNEA, sostiene el investigador Mario Hurtado.
El primer reactor de investigación, el RA-1, alcanzó el estado crítico en enero de 1958; trabajaban en CNEA, alrededor de 250 científicos y 300 técnicos. La creciente demanda de radioisótopos para usos médicos, impulsó el diseño y construcción de un reactor de mayor potencia: el RA-2, finalizado en 1966. En paralelo a su construcción, el grupo de materiales de CNEA diseñó y construyó los elementos combustibles.
Un nuevo reactor bautizado RA-3 (de 5 MW), fue puesto a crítico en el Centro Atómico Ezeiza (CAE) a mediados de mayo de 1967, aunque fue inaugurado en diciembre y comenzó a operar regularmente a comienzos de 1969. En su construcción participaron 67 empresas argentinas y junto a este reactor fue construida una planta de producción de radioisótopos, que comenzó a operar en 1971.
La imposición de una política económica de desindustrialización y precarización laboral en 1976, necesitó de una estructura represiva que llevó adelante prácticas de terrorismo de Estado con dimensiones de genocidio. Durante el período1976-1983, veinticinco miembros de CNEA fueron secuestrados, quince figuran desaparecidos, y más de doscientos fueron despedidos.

Juan Carlos Ramirez Leiva

miércoles, 6 de mayo de 2020

Nace una nueva escuela


En las tierras que fueran de Josefa Guevara primero y de Sebastián Acosta luego, los rematadores Vinelli, Goldvaser y posteriormente “Los martilleros de la suerte” Fernández Hermanos, dieron el puntapié inicial para el poblamiento de la zona.
A principios de la década de 1970, la barriada de Sol de Oro ya había adquirido su propia identidad en el distrito. No eran tantos los pobladores, solía recordar Don Maidana y su esposa Angelina Iriarte, quienes cuando llegaron al barrio en 1956 había apenas y quizás, un vecino por manzana. Sin embargo, todos trabajaron con mucho tesón para la naciente comunidad. Desde 1962 se agrupaban en la Sociedad de Fomento Sol de Oro, creada por propia “iniciativa de los vecinos del lugar” (siete u ocho a lo más), como etapa superadora de las reuniones en la casa de Hugo Guilarte. Este diligencioso vecino llegado en 1961 (presidió la Comisión Pro- Luz de Sol de Oro y la Sociedad de Fomento), comprendió la necesidad de tener una escuela propia y para impulsar el pedido, levantó un censo barrial. Fue don Hugo quien además, gestiono y pidió los terrenos fiscales en donde finalmente se levantó la anhelada escuela, en la calle por entonces llamado Rayos de Sol.
Pza. 25 de mayo, 03/1971
El despoblado era tal que la aproximación del único colectivo, propiedad del ezeicense Redondo, podía verse de lejos y les paraba a los vecinos, prácticamente en la puerta de la casa. En ese contexto, los hijos del barrio tenían que acudir a la escuela Nro. 13 (hoy Nº 5, Ricardo Rojas), o la del barrio La Porteña, caminando varias cuadras por calles de tierra.
Izamiento de la bandera por el Sr. H. Guilarte
Para efectuar las gestiones, solo los vecinos Alejandro Moyano y Hugo Guilarte pudieron viajar a La Plata debido a la falta de fondos, recordándose que ese día sólo se alimentaron en base a un paquete de galletitas de agua Criollitas. Cuando las autoridades de turno dieron la ansiada aprobación, ambos gestores se abrazaron y lloraron de alegría, escena que se repitió cuando llegados a su querido barrio trasmitieron la noticia a sus vecinos.
Al no disponer de un edificio, la escuela comenzó a funcionar en la capilla San José Obrero y la inauguración del ciclo lectivo, marzo de 1971, se hizo con un acto en la Plaza 25 de mayo, izando la bandera el Sr. Hugo Guilarte. Con la dirección de la Sra. Nidia Clementina Bertani y dos maestras se dictaron clases, sólo hasta el cuarto grado, en tanto las “aulas” estaban divididas con cortinas de lienzo (que se corrían a un costado cuando se daban misas). La escuela fue bendecida por el Párroco Hugo Ibañez, y la ceremonia de izado de la bandera, se realizaba en el mástil de la plaza.
03/1971 Bendición de las aulas en la capilla San José Obrero
El 19 de abril de 1971 el objetivo se había logrado, se comenzaron a levantar las instalaciones de la escuela de educación primaria E.P. Nº 16 “Hipólito Bouchard” (ex Nº 40), en el número 1766 de la calle que actualmente lleva el nombre de Hugo Guilarte (quien falleciera en 1976), en justo reconocimiento a su acción fomentista.

Juan Carlos Ramirez Leiva

Sr. Hugo Guilarte
Apostillas

A la nueva institución le faltaba un mástil y don Hugo consiguió que una escuela primaria de Luís Guillón, lo donara y allí fueron los vecinos Ceballos, Moyano, don Hugo y su hijo. Tras cavar sin éxito para sacarlo de la vereda en donde se encontraba levantado, uno de ellos consiguió una sierra pero el ruido que hicieron cuando lo comenzaron a cortar fue tal, que los vecinos se alarmaron y los denunciaron por “estar robándose el mástil”. Detenidos los cuatro y conducidos a la comisaría, don Hugo debió esperar que terminara de amonestarlo el Comisario para que se le permita hablar y presentarles la autorización del Consejo Escolar. Finalmente liberados, cumplieron su tarea y la nueva escuela tuvo al fin su mástil.

Ante la falta de mobiliario escolar, los estudiantes debían llevar sus propios banquitos y para combatir los fríos de invierno, los padres de los alumnos llevaban un bracero para climatizar el lugar.

Con la presencia y actuación de la Banda de Infantería de Marina de la Armada Nacional, padrinos de la escuela, se inauguraron las instalaciones.

Juan Carlos Ramirez Leiva

domingo, 3 de mayo de 2020

lunes, 27 de abril de 2020

30 de abril de 1977


Fue Azucena quien se animó y dijo: Tenemos que ir a la Plaza, tenemos que hacer ver y oír lo que nos pasa (estaban esperando inútilmente que las atendieran en la Curia). “Cuando vea que somos muchas, Videla tendrá que recibirnos”; y así, las 14 mujeres caminaron y se quedaron de pie enfrente de la Casa Rosada. 
Fue el 30 de abril de 1977 cuando Azucena Villaflor de Vicenti, Berta Braverman, Haydée García Buelas, María Adela Gard, Julia Gard, María Mercedes Gard y Cándida Felicia Gard (4 hermanas), Delicia González, Pepa García de Noia, ​Mirta Baravalle, Kety Neuhaus, Raquel Arcushin, Antonia Cisneros, Elida E. de Caimi, Ada Cota Feingenmüller de Senar, y una joven que no dio su nombre, dieron inicio a la más grande y prolongada lucha que las mujeres han llevado adelante en nuestras tierras.
Primero ellas permanecieron de pie y sin caminar, pero el estado de sitio imponía que nadie podía detenerse ni agruparse, por lo que la policía comenzó a hostigarlas con un “¡Circulen, circulen!”. Para un nuevo encuentro se fijó como punto el monumento a Manuel Belgrano; por si las revisaban ocultaban mensajes en ovillos de lana; tejían en la plaza mientras iban pasándose información, pensando qué hacer, cómo buscarlos. Cuando les ordenaban que circulen, empezaban a caminar de a dos, tomadas del brazo, en círculos y a paso lento alrededor de la Pirámide. Así se iniciaron las vueltas alrededor de la plaza, cuando aún no usaban pañuelos blancos y sólo caminaban de a dos, hablando con miedo con la compañera de al lado para saber quién era su hijo o hija desaparecido. Todavía no llevaban fotos o carteles con los nombres de sus desaparecidos, todavía se reconocían entre ellas por llevar un clavo en sus abrigos. Recién con la participación en la procesión a Luján en octubre de 1977, tomaron la decisión de identificarse cubriéndose la cabeza con un pañal; comenzaba el más fuerte de los símbolos, el de los pañuelos, los que nunca callaron, los que, hasta la aparición de esta pandemia, no habían parado nunca.
En diciembre de 1977 Alfredo Astiz, un oficial de marina que se hizo pasar por hermano de un desaparecido, organizó el secuestro y desaparición de madres, dos monjas francesas, familiares y amigos. El 8 de diciembre secuestraron a Esther Careaga y a Mary Ponce de Bianco en la Iglesia de Santa Cruz, junto a ocho personas más, incluida la monja francesa Alice Domon. Esther ya había encontrado a su hija adolescente, pero ella decidió seguir junto a sus compañeras hasta que encontraran a cada uno de sus hijos e hijas. Dos días después, desapareció Azucena Villaflor, quien sostuvo la idea de que debían organizarse para nunca más estar solas en su lucha, y quien dijo: “Todos los desaparecidos son nuestros hijos”.
Cuando la Policía las veían en la Plaza, les largaban los perros, por lo que aprendieron a llevar un diario enrollado para defenderse. Cuando en la Plaza le pedían documentos a una, todas se acercaban a la policía a entregar también los suyos. Cuando detenían a una de las Madres, todas se presentaban en la comisaría y pedían ir presas ellas también. Cuando estaban en la comisaría, las Madres rezaban en voz alta y entre rezo y rezo, haciendo cruces, miraban a los uniformados y les decían “asesinos”.
Durante las últimas cuatro décadas dieron inclaudicable lucha por la aparición de sus hijos e hijas, muchas de ellas también son abuelas que quieren encontrarse con sus nietos y nietas, los que les fueron arrebatados por la dictadura cívico-militar eclesiástica.
La presente pandemia nos encuentra cuidando y cuidándonos, ese es el motivo por el cual las Madres no marcharan caminando hoy por la histórica Plaza; pero no marchar no significa olvidar, no significa que no sigan luchando. Aún nos enseñan cual es el camino a seguir cuando la sociedad es avasallada.

Nota dedicada a la memoria de Sara Peretti, Madre fundadora y vecina de Tristán Suárez, y en honor a Aida Bogo de Sarti, vecina de Monte Grande

Juan Carlos Ramirez Leiva

miércoles, 22 de abril de 2020

Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor

Hay fechas que parecen estar destinadas a celebrar algún evento especial, tal es el caso del 23 de abril. En uno de esos días, aunque en diferentes años, nacieron M. Druon (Los reyes malditos), H. K. Laxness (Estación Atómica), V. Nabokov Lolita), Josep Pla (El cuaderno gris) y Manuel Mejía Vallejo (El día señalado), por mencionar solo a los más conocidos. En Cataluña (España), es el día en que se acostumbra regalar una rosa y un libro. Por si fuera poco, para relacionar la fecha con la literatura, en 1616 fallecieron Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el poeta Garcilaso de la Vega. En rigor a la verdad, Cervantes murió el 22 y fue enterrado el 23; Shakespeare murió en la fecha indicada, pero del calendario juliano, que corresponde al 3 de mayo del calendario gregoriano. En honor a Cervantes, el 23 de abril es también el Día del Idioma Español.
La idea partió de Cataluña en 1923 y fue aprobada por el rey Alfonso XIII de España en 1926. Poco después, en 1930, se instauró definitivamente la fecha del 23 de abril como Día del Libro. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, que este año celebra el Día Mundial del Libro con énfasis en la traducción, lo impulso en 1995 por la propuesta de la Unión Internacional de Editores (UTE), y presentada por el gobierno español a la UNESCO, en donde se aprobó proclamar el 23 de abril de cada año el "Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor". No esta demás anotar que Kuala Lumpur fue nombrada Capital Mundial del Libro 2020
En nuestro país, en 1924 y por Decreto Nacional del gobierno de Marcelo T. de Alvear, se declaró el 15 de junio como la “Fiesta del Libro”. La primera Feria tuvo lugar en Buenos Aires en septiembre de 1928 y luego, en 1941, se cambió la denominación por “Día del Libro”. En 1971, la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) comenzó un plan que tenía como premisa la difusión del libro, y organizaron entre 1971 y 1974, 35 ferias de libros itinerantes en la calle Florida y en diversos barrios y ciudades. Además de ventas de libros, se leían poemas, se hacía ballet, música, representaciones teatrales, etc.; mientras al mismo tiempo en las bibliotecas públicas municipales, se dictaban conferencias como extensión de estas exposiciones.
Las Sras. Casco de Aguer y Lydia Angleri, con el Sr. Martínez (representantes de SADE Ezeiza), en reunión con el intendente de Ezeiza (2000)
La Exposición Feria Internacional de Buenos Aires - Desde el Autor al Lector se realizó por primera vez entre el 1 y el 17 de marzo de 1975 en el Centro de Exposiciones de la Ciudad de Buenos Aires. En esa muestra participaron 116 expositores de 7 países, y concurrieron 140 mil visitantes visitando más de cien stands en donde se exhibía todo aquello relacionado con el libro: las papeleras mostraban como se hacía un libro, se exhibía objetos y curiosidades de escritores como Leopoldo Lugones, Roberto Arlt o Enrique Larreta, además de firma de ejemplares y las charlas de los autores con el público. Posteriormente se convirtió en una tradición anual comenzar la Feria del Libro de Buenos Aires durante la semana del 23 de abril.
En nuestro Distrito Ezeiza la Primera Feria del Libro se llevó a cabo el pasado año, entre el jueves 5 y el domingo 8 de septiembre, gracias a la iniciativa de Pablo Ruocco. La Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Ezeiza, llevó a cabo tal trascendental evento cultural en donde la Biblioteca Pública Alfonsina Storni estuvo presente con un stand en la Casa de la Cultura (Zapala y Corrientes, La Unión). Entre otras entidades estuvieron la Escuela Nº 17, Museo Regional Tristán Suárez, Biblioteca Domingo Faustino Sarmiento, SUTEBA (Ezeiza), Autores Independientes de Almirante Brown, SADE (Almirante Brown), Centro Nodos (Psicodrama y Grupos) y Espacio Teatral Canning.

Juan Carlos Ramirez Leiva

domingo, 19 de abril de 2020

Nace el Club Unión Vecinal

Fue por la tarde de un domingo de otoño de 1952, con agradable temperatura, cuando las familias del barrio se dirigieron al predio que estaba enfrente del boliche “Allá en el Mendocino”, en Libertad y Urquiza. Los parlantes anunciaban que lo que se recaudara en la kermes allí instalada, se emplearían para fabricar baldosones para construir un camino-vereda a la estación, lo que facilitaría el desplazamiento de los vecinos en los días de lluvia. El grupo organizador estaba liderado por el “Negro” Silveyra, y Juan Antonio “Cococho” Amendolara, fue el conductor de aquella fiesta pueblerina.
El recordado Julián Sánchez Parra gustaba narrar que además de la carrera de embolsados, campeonato de truco y el desafío del palo enjabonado, se llevó a cabo una loca competencia en donde participaron con triciclos, bicicletas de carrera y de paseo. El vecino Feliciano “Chano” Echagüe venía encabezando el lote cuando un huellón lo hizo volar por el aire, caída que se la dedicó al Presidente de la Comisión Organizadora. El clima festivo, el éxito en la recaudación, y la masiva participación, impulsó la idea de fundar un club. Con el mismo entusiasmo y constancia con que colocaba los baldosones, tarea que los vecinos comprometidos realizaban al regreso de sus trabajos (tarea voluntaria, gratis), don Machuca se abocó a la tarea de organizar la fundación de un club en el barrio sin nombre, pero denominado peyorativamente “Villa Cartón”.
En el testimonio que “Cococho” Amendolara brindara en Las vacas vuelan, recordó ser uno de los socios fundadores en 1956. Por tradición oral, sabemos que el acta de fundación fue firmada por Anastacio Roque Machuca, Dante Hércules Magrassi, y Antonio Pascual Cicioli.
Desde el inicio se organizaron bailes familiares realizándose el primero en la casa de don Osvaldo (¿Urbano?) González, el mismo lugar y dueño del espacio en dónde se fabricaban los baldosones (Pueyrredón y Lavalle). El escenario, ubicado en el patio de la casa, fue una carreta de don Sierro (con la que había venido de La Pampa), con la actuación del conjunto Dalto (de T. Suárez). Con acordeón o bandoneón y una guitarra, tocaron de todo un poco. Fue todo el barrio, fue un éxito.
Otros bailes posteriores se hicieron en un lote que prestaba el vecino Doria, cerca de la parroquia. Se preparaba bien la tierra, se barría y de tanto pisar se endurecía, manteniéndola regada.
En Ezeiza eran pocos, pero la muchachada de otros barrios se juntaban y acudían, como por ejemplo lo solían hacer Eligio Cresmani, Laura Vagnoni, Alda Vodopivec, la Chichina García, los hermanos Arruíz, Del Santo, los hermanos Arocena, los Vila, los Corradini, Bengolea y Lidia Panza, entre los apellidos que hemos podido rescatar. María Luisa “Chichí” Buffet, recordaba que su mamá no la dejaba ir porque sostenía que eran “muy matones”.
Así nació el Club Unión Vecinal, hoy con sede en Gral. Paz 147, el que diera ese hermoso nombre al querido barrio de José María Ezeiza.

Por: Juan Carlos Ramirez Leiva.

El "Tano" Giugno


Don Antonio, “tano flaco, alto y elegante”, nació en Messina (Sicilia, Italia), un 28 de abril de 1933, aunque en sus documentos figuraba que había nacido el 2 de mayo de ese año. Salvador, su hermano mayor, lo llamó para que viniera a nuestro país, lo que concretó en 1951 con sus estudios de mecánica y un bagaje de sueños.
Recomendado por su hermano comenzó a trabajar lavando motores en el aeropuerto, hospedándose en el Campamento. Se casó con Genoveva Maziarz y tuvieron a sus hijos Ana y Sergio. Trabajó en Gilera (Spegazzini) antes de montar el primer taller de motos en Ezeiza, y tiempo después, tener su propia agencia de venta de automotores sobre la ex Ruta Nacional 205.
Hombre de trabajo, comprometido con la sociedad de Ezeiza, participó en las instituciones públicas con total generosidad. Socio fundador de la Sociedad Italiana, tesorero de la Cooperadora Policial (durante su gestión se construyó el edificio de la comisaría 1ra.), colaborador con los Bomberos Voluntarios (les prestó el teléfono durante un año y medio). Activista para que a nuestro pueblo se lo elevara a la categoría de ciudad en 1973 y posteriormente, en los grupos que posibilitaron la autonomía distrital.
Preocupado por un episodio de inseguridad que sufriera la familia, había adoptado la costumbre de tener un arma a mano. El desgraciado accidente ocurrió en la mañana del 16 de abril, cuando al manipular el arma esta se disparó involuntariamente hiriéndolo mortalmente. Fue asistido por su hija en el lugar, pero no pudo impedir el trágico desenlace.
Don José Antonio Giugno, supo regresar a Italia tres veces, pero nunca dejó de extrañar a ésta su tierra adoptiva, en donde descansará por siempre.

Juan Carlos Ramirez Leiva

Don José Antonio Giugno


Don José Antonio Giugno
(28/04/1933 – 16/04/2020)

Nos toca despedir al querido “tano” Giugno, italiano de documentos pero ezeicense de corazón. Ya estará en compañía de su esposa Genoveva, y buscando algún trabajo para hacer durante la eternidad.
Incansable, comprometido con las instituciones, siempre dispuesto a colaborar, será recordado con respeto por sus actuaciones públicas y privadas.
La comunidad distrital lo lamenta y abraza a sus cuatro nietas y a sus hijos, Ana y Sergio.

jueves, 2 de abril de 2020

Héctor Césari. Héroe Civil en Malvinas

Fui convocado por la Fuerza Aérea de grande, tenía casi cuarenta, ya había hecho el servicio militar hacía años. Me llamaron por mi especialidad en comunicaciones, soy radarista. Vivía en Ezeiza cuando me llegó la citación por telegrama, me ponían nuevamente bajo bandera y no se podía rechazar, así que quede a disposición. Tuve que presentarme en Merlo, en la Base Aérea Militar de Vigilancia y Control del Aeroespacio (Grupo Vycea), antes del 2 de abril; allí se me informó que estaba destinado a Malvinas.
Viajamos el día dos en un avión que salió de aeroparque a Comodoro (Rivadavia), desde allí a Puerto Deseado, y finalmente llegamos a Malvinas el tres de abril. Llegue con mi equipo de radio, la ropa para protección del frío, y los elementos que me dio la Fuerza Aérea. Preparamos los radares móviles y la red de anticipados; yo fui operador de radio civil, tenía ropa verde de fajina y un arma pero jamás disparé un tiro en Malvinas porque no me tocó.
Fui destinado a los aviones Hércules C-130 y realice varios viajes al continente, volando a alturas normales. Todo fue muy lindo hasta el primero de mayo, cuando llegó el primer bombardeo y destruyeron la pista de aterrizaje, la que se tuvo que volver a construir.
En el Hércules, yo hacía el radar pero casi no podíamos prender la radio (para que no nos ubicaran). Salíamos de madrugada desde Puerto Deseado y volábamos a cuatro o cinco metros sobre el mar cuando no estaba muy picado; las olas pegaban en la panza del avión. Volábamos casi “ciegos”, apenas un pantallazo en el radar; recién encendíamos la radio minutos antes de aterrizar en Puerto Argentino y ya sobre la pista los encargados tiraban los bultos que transportábamos.
Lo que más me impacto fue cuando regresábamos con tantos chicos jóvenes mutilados, heridos, chicos que estaban haciendo el servicio militar, oficiales y suboficiales, personal civil. Me impactó mucho y todavía lo tengo en mis retinas.
El último día, a la una de la mañana estaba el avión carreteando en Comodoro (Rivadavia) cuando le ordenan al piloto que aborte el despegue. Ahí fue cuando nos enteramos que se había firmado el cese del fuego. Nosotros regresábamos a la isla para traer a los heridos y llevar repuestos y plasma. En uno de los viajes “bajaron” al “Hércules 63”, rematándolo cuando estaba casi sobre el agua, allí murieron sus siete tripulantes. Nosotros veníamos diez minutos por detrás. Salíamos de la isla y hasta que llegábamos al continente íbamos rezando.
Cuando finalizó la guerra regresamos por la puerta de servicio. Yo llegue como a las tres o cuatro de la mañana a mi casa desde El palomar, que ni sabía en dónde quedaba; y pagándome mi propio pasaje, vestido de verde y mochila al hombro. Vivía en Ezeiza, a cinco cuadras de la estación, cuando entre a casa mi nene se despertó y lloró; al otro día me fui con un cochecito que tenía a visitar a mis padres, tras encargarle a mi esposa que los pusiera sobre aviso. Mi papá murió antes de un año de un ataque al corazón, aún sostengo que fue a raíz de lo que me pasó.
Mis amigos se borraron de mi casa, incluso los del Radio Club de Ezeiza, del cual fui fundador. Nadie fue a ver si estaba vivo, si mi familia necesitaba algo, salvo los del club de Leones y del Rotary.

Juan Carlos Ramirez Leiva