viernes, 19 de junio de 2020

Estancia La Catalina

En la región sobreviven aún casonas como perdidas en el tiempo. Este es el caso de la estancia “La Catalina”, declarada  Patrimonio Histórico por el H.C.D en el 2019,  gracias al relevamiento de la Junta de Estudios Históricos de Ezeiza y al Museo Regional Tristán Suarez. Su  casco se ubica en las calles Ñandubay y David Peña, límites entre Canning  y Barrio El Trébol (La Unión).
La edificación permanece rodeada de una frondosa arboleda de eucaliptus, cedros, caminos de ligustros, bambúes exóticos de gran altura y un ombú originario. El trinar de las aves que se puede escuchar es un concierto que a uno lo impregna de naturaleza.
Murzi, ingeniero civil, compró 617 hectáreas a Juan Manuel Acosta a finales del siglo XIX, siendo llamada estancia La Catalina, en homenaje a su madre. Leemos en La Gaceta, un año antes de su muerte: “El ingeniero se dedicó con éxito a sus actividades a la dirección y construcción de casas particulares y de renta, demostrando alta pericia en esta rama arquitectónica. Su firma llegó  a ser altamente cotizada y supo imponerse desde el primer  momento por su refinado buen gusto, adaptando  las construcciones a todas las exigencias de la comodidad, la higiene y la euritmia. Los edificios que construyó pueden  admirarse en nuestras calles más céntricas y concurridas.(...) A la industria agropecuaria consagró ingentes esfuerzos, adquiriendo los establecimientos  “San Teodoro”,  situado en Labardén , y “La Catalina”, en Ezeiza (prov. de Buenos Aires), que han tenido un próspero  desenvolvimiento. El establecimiento que posee en el citado partido de Labardén cubre una superficie  de 3.000 hectáreas;  dedicado a la cría de vacunos y otros ganados”
El modelo de país en ese momento, se orientaba exclusivamente a la producción y exportación  agropecuaria y las mieses de la tierra eran bien cotizadas en el exterior y el plan de Eduardo Murzi, era ser parte de ese engranaje económico. Era una época dorada para los poseedores de tierras y sus socios; sus ganancias permitían disfrutar de niveles de vida de clase alta europea y a su vez importar elementos suntuosos que  aquí no se producían. Argentina era considerada el granero del mundo y Eduardo Murzi contaba con dinero, capacidad y contactos para ser un empresario exitoso. En su propiedad en la capital federal era común la visita de artistas y músicos. Eran amantes, junto a Maria Rocca, de lo lírico y el teatro por lo que contaban en su casa con teatro propio con capacidad para 200 personas. Era una tradición festejar a finales de agosto la celebración llamada “Santa Rosa”, en honor a la madre de Maria Rocca. En esa celebración era común correr las sillas del teatro para dar lugar al baile y diversión.
En Canning, no hubo colonias agrícolas o ventas de lotes de la banca francesa, como si lo fue en otras partes del ramal. La iniciativa debió estar en manos de esta burguesía criolla que poseía los medios de producción. El crecimiento económico del país parecía no tener fin, pero la Primera Guerra Mundial y luego la crisis de 1930 trastocaron los planes de estos terratenientes. La familia Murzi tuvo que vender parte de sus tierras sobre el Camino Real a Las Flores y arrendar. Alejandro Tuñón, contador  y bisnieto del primitivo dueño, accedió a una entrevista en donde nos aclaró que luego de la muerte de Eduardo en 1936, La Catalina fue utilizada principalmente como una residencia de  descanso.
Los descendientes de Eduardo explotaron ciertas actividades agropecuarias a pequeña escala. Una salida económica para la familia fue el arrendamiento a Juan y Pedro Echart en 1943, quienes se dedicaron al tambo hasta la década del 60. Siguió Manuel García Tuñón (Padre de Alejandro)  que contrato a  Juan Marraco y luego a Toledo, continuando la explotación tambera. Esta actividad  trasladaba en ferrocarril los tarros de leche (estación Ezeiza). La memoria oral recoge historias de Alberto Goñi, él era una especie de veterinario sin título. Su universidad fue la experiencia campera. Los mitos entre los baquianos  eran recurrentes como por ejemplo: curar con la palabra, especie de rezo que nadie escucha más que el animal.  
Retomando las actividades de la Catalina, otra iniciativa fue  la cría de cerdos pero no funciono, ya que los persistentes robos no permitieron que el negocio creciera. Alejandro Tuñón señalo que  eran más los robos que las ganancias. Los herederos, al no poder explotar la tierra con éxito, continuaron con el fraccionamiento y japoneses y portugueses adquirieron algunas hectáreas para finales de la década del 60. Eiko, Higa, Arakaki, Tamashiro, por un lado, y tres hermanos de apellido Almeida: Américo, Manuel  y Antonio. Todos ellos se dedicaron a la plantación y comercialización de verduras. Estas quintas dieron trabajo y subsistencia a familias que llegaron a los barrios cercanos desde distintas provincias y países limítrofes en la década del 70 y 80. 
Luego de unos años, los portugueses vendieron y en esas hectáreas hoy se ubica el Parque Industrial Canning, uno de ejes productivos del Partido de Ezeiza. El casco de La Catalina se mantiene intacto.

Por: Prof. Elio Daniel Salmón
Nota del editor: debido a lo extenso de la nota (sumamente valiosa en datos), se publica un extrato del original.

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