sábado, 19 de febrero de 2011

Santa Bárbara

El 20 de abril de 1996 organizamos una visita a la casona Santa Bárbara para conocer y reunir fondos con destino a nuestra Biblioteca Pública Alfonsina Storni. Todavía nos parece ver la alegre y fragilísima figurita de Rosa Rosen (actríz argentina que vivió allí y falleciera el 15/07/2004), gentil anfitriona, recibiéndonos con un ¡Bienvenidos a esta casa centenaria!, aún nos conmueve recordar los relatos desgranados durante el recorrido por ella, por su marido Horacio Ferrari, la hermana de éste, de nombre Georgina, y de su hijo. Los pasos sonando en los pisos y la escalera de madera, los frescos de los cielorrasos, las molduras circundando las arañas que originalmente funcionaban con picos de gas, el escritorio con el secreter inmenso y marronísimo, la mesa larga rodeada de diez sillas de alto respaldo, tapizadas en cuero,y la luz, constantemente los rayos del sol entrando por puertas y ventanas, luces del sur que calientan tanto como en una villa italiana.
Sobre lo que sucedía en la planta alta recordaba hace unos años la vecina Libertad Alvarez (testimonios incluidos en Las vacas vuelan): En la parte de arriba estaba el piano y entonces, la mayor de las Ferrari, Nelda, en verano-se conoce que tendrían las puertas abiertas- y vos estabas sentada en la puerta porque había calor y sentías todas las piezas que ella tocaba. ¡Era de una serenidad esto!. La distancia que separaba la casa de Libertad de la Santa Bárbara era de unas diez cuadras aún escasamente pobladas y el sonido llegaba, la música era para todos.
Construída en 1893, anuncia el cartel de venta. Nos gusta pensar que se venden o alquilan los lotes linderos con la ruta 205. Vecinos de mejor lectura nos dicen que también esta incluida en la oferta la casona Santa Bárbara. De ser así, ojalá que su próximo destino sea ponerla en valor y abierta a periódicas visitas, ojalá sea el espacio para un museo. Ojalá…
Rosa
La casa es la entrada al remanso a la vez que al espacio vital y psíquico, la oportunidad cotidiana del encuentro con uno mismo y con los seres vivos, en cuerpo o en sentimiento, que nos rodean: Rosa despertó esa mañana en su quinta de Ezeiza y salió al parque. Aún era temprano, se le acercaron sus cuatro perros a saludarla. El aire fresco la hizo tomarse los brazos con las manos. El rocío esplendía aún sobre los verdes sin fin. Caminó hasta uno de los bancos de piedra centenarios y mirando hacia la casa entró en uno de esos huecos que suele abrir el tiempo- que no existe- a veces para comunicarnos con el todo, para establecer un puente hacia la libertad (García Yudé, N. y Thomas, J.L., Rosa Rosen).
Las travesuras de Georgina
Poroto y Antonia acunaban en su memoria otros recuerdos que señalaban una distancia que superaba las cuadras peladas y las calles sin nombre por una distancia social, manifestada en la crueldad de niños traviesos y aburridos en la siesta pueblerina. José Antonio “Poroto” Álvarez decía: Resulta que un día (voy) a lo de Ferrari y a Horacio le habían regalado una bicicleta, creo que era cerca de Reyes.
¿Querés andar en bicicleta Poroto?
¡No sé andar!
¡Subí que es fácil!

Estaba Georgina y subí. Me dijeron: ¡Nosotros te empujamos! Y cuando agarro velocidad¡ me mandaron arriba de los rosales!
Del testimonio de Antonia San Juan: mi papá era cochero de ellos. Mi mamá hacía algunos trabajitos para la casa y nos daban al fondo una vivienda, yo era chiquita, tenía menos de 6 años. Y venía a buscarnos Georgina y una amiga o una prima y le decían a mi mamá: Adela deje a las chicas que vengan con nosotras que las cuidamos.
Si, pero mirá que no vayan a comer fruta verde porque en tu casa hay muchos frutales.
¿Y vos sabés que nos daban las fruta verde a propósito?
A la traviesa Georgina le debemos un conmovedor libro de poemas: El Árbol, y en la dedicatoria con la que lo obsequió a la biblioteca Alfonsina Storni, dice: inspirados en los años felices vividos en el entonces pueblo de Ezeiza y su Santa Bárbara. Nos permitimos recordar a la tormenta que dejó sin su nieve al limonero, que en torno de su tronco formó un halo. Porque cuando pensamos en la Santa Bárbara no sólo evocamos la casona sino también el bellísimo y benefactor patrimonio que constituyen sus árboles, plantas y arbustos. Las casuarinas que filetean la ruta cobijan y secretean con los pájaros.
Las reliquias de Bárbara
Y recreamos el efecto de la tormenta a través del testimonio de la antigua vecina porque Santa Bárbara es la virgen del rayo. Patrona de los armeros, fundidores, mineros, prisioneros, artilleros, bomberos, ejércitos, pirotécnicos. Según la leyenda recibida de Metaphrastes (siglo X), era una joven conversa de los primeros siglos de la era cristiana quién fue encerrada por su padre pagano en su castillo para forzarla a la apostasía. Al no conseguirlo, la asesinó, y él mismo murió fulminado por un rayo. Se la recuerda el 4 de diciembre y parte de su cuerpo se encuentra disperso en varias capillas de Europa: en Dignano(Croacia) esta su pie incorrupto, es muy conmocionante verlo hasta en foto por el estado en que se conserva.
La casona fue bautizada de ese modo porque su propietario y constructor, Nicomedes Pierotti, se dedicaba a la fabricación de pólvora. Los vecinos habitantes de la costa y las proximidades de la cañada que en la ruta tenia un cartel que la designaba Arroyo Rossi (por un profesional que se desempeñó en la construcción del Aeropuerto) atesoran en sus hogares reliquias del polvorín: cavando en el fondo de sus casas descubren viejas cañerías y objetos de tiempos idos, además de los ladrillos que sobrevivieron a la última explosión (en 1898) y fueron empleados hace mucho para construcción.

Lic. Patricia Celia Faure