Hasta no hace mucho conmovía al viajero que iba en tren de Ezeiza a El Jaguel la gallarda presencia de un ombú solitario en la pampa, en el campo ubicado a la izquierda. Erguido en su terraplén que servía de sombrilla a las vacas practicantes de alpinismo. Todos nos preguntábamos cómo lograban trepar hasta allí.
En ese ombú vivían siete duendes payadores, amigos de la rima, reyes de la improvisación, un diccionario de palabras, los clásicos en la punta de la lengua tenían. Bajo su fronda se armaban una guitarreadas con duendes que venían de todos lados. Todos querían medirse con ellos.
Los duendes eran gordos como cerditos minipig, era raro no imaginar su caída de las ramas esponjosas. Pero nunca se caían.
Eran como los Santos Vega de nuestro pago. Y nunca faltaba un Juan Sin Ropa con ganas de torearlos. Y se las arreglaban payando por turnos.
El tema es que un día el ombú no estuvo más. Y el pasto y las espinas tampoco. Construcción seca de esa que aflora de un rato para otro ocupó el lugar.
Dicen que hubo abrazo de vecinos. Dicen que lo mudaron a una esquina del terreno.
Dicen que ya no payan tanto y andan tristes. Se separaron. Viven de a dos o tres. Y payando por turnos atrás de la estación de Canning, otros en el Parque Central de Ezeiza, o en los ombúes de lo Spinetto.
Así que siguen resistiendo con su canto improvisado e inspirado.
El tema es que un día el ombú no estuvo más. Y el pasto y las espinas tampoco. Construcción seca de esa que aflora de un rato para otro ocupó el lugar.
Dicen que hubo abrazo de vecinos. Dicen que lo mudaron a una esquina del terreno.
Dicen que ya no payan tanto y andan tristes. Se separaron. Viven de a dos o tres. Y payando por turnos atrás de la estación de Canning, otros en el Parque Central de Ezeiza, o en los ombúes de lo Spinetto.
Así que siguen resistiendo con su canto improvisado e inspirado.
Recopilado a partir de relatos de vecinos por la Lic. patricia Celia Faure.
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