
El 9 de
noviembre de 1985 no fue un día cualquiera. O al menos así lo vivieron los
habitantes del sur del Gran Buenos Aires que cada jornada, con silenciosa
resignación, debían treparse a los ajetreados trenes de la línea Roca para
trasladarse a sus diversas ocupaciones en Capital Federal y sus alrededores.
Desde un par de décadas antes, producto de un crecimiento demográfico sin
precedentes –y otros motivos de índole político-administrativas- la sección
local del Roca se encontraba literalmente colapsada. Pero aquel día, y luego de
cuatro años de intensos trabajos –y no pocas incomodidades para los ya
maltratados pasajeros- el sueño se hacía realidad: a las 3.35 de la mañana, en
el andén 2 de Plaza Constitución, el guarda hacía sonar enérgico su silbato y
enseguida, tras cerrar las puertas automáticas (toda una novedad en el Roca), “el
eléctrico” iniciaba su marcha con destino a Glew dando inicio a una etapa
planificada a mediados del siglo XX pero concretada recién a principios de los
años 80. Algunos minutos después (exactamente a la 3.52), otra formación partía
con rumbo a Ezeiza inaugurando el servicio regular sobre el otro ramal de la
primera etapa de concreción de una obra que prometía llegar a La Plata en poco
tiempo más.
Huelga decir el cambio radical que aquel flamante servicio significó para la
región. Los modernos trenes de origen japonés ofrecían un confort desconocido
por aquellos años en nuestros ferrocarriles, y por ello no es extraño que fuera
motivo de admiración. Admiración que se repetía en los comentarios de andén
respecto a su aceleración y velocidad, que le permitían cumplir el recorrido a
Glew en 40 minutos y a Ezeiza en 6 minutos más.
Por Andrés J. Bilstein (Publicado en la web Portal de trenes)