Era la mañana apropiada para tan esperado día. Las chicas habían trabajado mucho: empanadas, pastelitos y tartas acompañaban en las canastas a las frutas y equipos de mate. Los preparativos para los picnic primaverales se disfrutaban tanto, como el picnic mismo. La partida, como siempre, fue poco puntual. La bullanguera bañadera, quizás conducida por Don Zanelli, se desplazaba por el desparejo camino. La calle Garibaldi (hoy P. Pravaz), se encontraba flanqueada por paraísos que comenzaban a pintar de verde un paisaje que tras pocas cuadras, enriqueció por su policromía. Las vacas no dejaban de acompañarlos con su mirada. Imposible ignorar el paso de un vehículo no tirado por mansos pero fuertes caballos, como los que diariamente por el mismo camino, transportaban los tarros de leche a la estación.
Acamparon a las orillas del río Matanza o de Los Remedios, como se lo supo llamar por encontrarse en esas tierras la estancia de igual nombre, la que cobijo la primera capilla en la región (1758). No muy lejos de allí, aguas arriba, algunos jóvenes de T. Suárez se reunían también para disfrutar de un chapuzón. El tranquilo cauce estaba bordeado por sauces, bajo cuya protección se extendían los manteles cual improvisadas mesas. Al trinar de los pájaros y de las exclamaciones variadas de las chicas, se les sumo el griterío alentador para los equipos que se disponían a enfrentarse en un picado. Al joven médico Manuel Rebagliati, le gustaban estos desafíos.
El doctor recordaba con placer aquel 30 de agosto de 1935, cuando había colocado la chapa que anunciaba la apertura del consultorio. Ser el primer médico de Ezeiza tenía sus ventajas y contratiempos: Abría caminos en donde sólo había huellas, se trasladaba en sulky o a pié, por sendas ora polvorientas, ora inexistentes o pantanosas. Sólo estrenaba su pavimento, la Ruta Nacional Nº 205. No había luz eléctrica, Ezeiza no era como la Capital Federal, adonde fuera a vivir a los seis años desde su Bandfield natal, lugar en que naciera un 1º de Enero de 1909.
Atender a sus pacientes en las noches de tormenta, exigía un buen par de botas pero además, un amor inconmensurable al prójimo. Son épocas donde no siempre puede cobrar la consulta pero siendo el distrito zona de tamberos y chacareros, más de una vez tuvo como obsequio productos de la tierra o animales. Como aquel pavo que alguna vez le obsequiaran y que se extravió justo para las fiestas, cuando ya estaba gordito. Mucho tiempo después, los vecinos se acostumbraran a verlo conducir su mítico Valiant modelo 1962.
De aquellos jóvenes tiempos de la década de 1930, data una foto donde se puede apreciar que su destino era ser "pelado". Le gustaba jugar al fútbol y siempre se entreveraba en picados pero más le gustaba su profesión. Le gustaban los amigos que aquí había hecho y por supuesto, le gustaban las mujeres del Partido. Mientras posaba, seguro que estaba pensando en que este era su lugar, en que se quedaría a vivir en el distrito, por toda su vida. Y cumplió.
Juan Carlos Ramirez Leiva
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