Sobre el
parto:
La futura madre andará levantada hasta el momento en que se rompe
la bolsa de las aguas, ya que así el niño nacerá más ligero. Al rasgarse las
membranas, la mujer se acuesta o sienta, para que el niño no se caiga. El parto
sentado es el más frecuente y en ese sentido si no existe un sillón bajito o
banquito, se debe sentar sobre una calavera de caballo, ya que se tiene en
cuenta la facilidad para parir que tienen las yeguas.
El dolor es admitido como inevitable porque Dios así lo habría
dispuesto; apenas si puede tratarse de paliarlo prodigando un trato cariñoso a
la parturienta y satisfaciendo sus deseos. Ubicada en su asiento, la mujer se
prepara para pujar apoyando las rodillas en el suelo y tomándose las piernas
mientras, detrás de ella alguien la sostiene por la cintura. Si la bolsa de
aguas no se ha roto, un poco de sal fina caliente en el dedo o un grano de sal
gruesa basta para que, con un simple toque, se rasguen las membranas. Debe
tratar de evitarse que el líquido amiótico
llegue a los ojos de la partera, pues podría cegarla. El tacto se practica con
las manos muy limpias y mojadas en aceite comestible. Este tiene la función de
lubricar la zona por donde saldrá el niño.
El cordón umbilical se corta de inmediato, la comadrona ata un hilo a
unos tres centímetros de distancia del niño, sobre el cordón. En el otro
extremo de éste se ata una cinta que se sujeta a la pierna de la madre (la
derecha si el recién nacido es varón, la izquierda si es mujer) para evitar que
el cordón “vuelva adentro”. Es frecuente que la partera trabaje con su cigarro
de hoja en los labios que, después del corte del cordón, usará para quemar su
punta. Para lo mismo sirve una cuchara caliente, buscándose practicar la cauterización
de la herida. Por cierto que la partera, para poder cortar el cordón no tiene
que haber tenido relaciones ese día, ya que actuaría como un veneno sobre el
niño y a ese motivo se deben muchas infecciones y trastornos.
Tras el
nacimiento:
Se espera la expulsión de la placenta ayudando con masajes en el vientre
o poniendo los dedos en la garganta de la madre, provocando arcadas para que la
mujer contraiga los músculos abdominales y ayude a su expulsión. Para el mismo
fin es bueno hacerle soplar en una botella. La placenta, un nacimiento más,
debe ser enterrada debajo de la cama de la mamá.
Dos o tres días después, cicatrizados o saturados según los casos los
posibles desgarros, la madre reinicia su vida normal. Llega el momento de
amamantar, y hay cocimientos o infusiones que ayudan a tener mucha leche, así
como el “peinarse” los pechos, pasando un peine desde la base hacia el pezón.
El agua, el alcohol, el aceite y la grasa intervienen en el cuidado de estos
últimos, que no deben agrietarse.
Por Juan Carlos Ramirez Leiva
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