No era práctico que los chicos debieran viajar hasta Cañuelas o Temperley para cursar sus estudios secundarios; ni siquiera Monte Grande quedaba cerca, pese a que la escuela estaba frente a la estación. No era que faltaran medios de transporte, el tren te llevaba directo y el Expreso Cañuelas también, pero no era justo.
La comunidad crecía, no había muchas cuadras asfaltadas –solo tres—e incluso, la luz no llegaba a todos lados, pero si había sobrada fe en el progreso.
Los años iniciales de aquella década de 1960 eran de ruptura, de transformaciones, y aquella vecindad estaba acostumbrada, históricamente acostumbrada, a ser agentes de cambio. No trepidaron aquellas mujeres- madres, a contagiarle sus inquietudes al equipo directivo de la escuela primaria, y llamaron a reunión.
Eran los años en que los militares decían quienes debían gobernar en democracia y quienes no; pero también eran años en que los pueblos habían aprendido que los derechos adquiridos debían ser ejercidos. Y ejercieron su derecho a la educación de sus hijos. Fue así que se aunaron las voluntades de un pequeño grupo con claridad de ideas y vocación de servir a su comunidad. Si ni la provincia ni la nación levantaban una escuela, la sociedad lo haría... y lo hizo.
Se obtuvo la autorización para crear los dos primeros años, con sede en la Escuela Canale. El acto oficial se hizo en la Plaza Manuel Belgrano, con la concurrencia del pueblo, de las autoridades, y con la presencia incluso de los Granaderos a Caballo. Así nació el Cultural, en una comunidad acostumbrada a contar con docentes comprometidos con su pueblo, no era de extrañar que se comenzara a dar clases con docentes ad honoren; como todo proyecto social compartido, todos colaboraron.
Con el paso del tiempo se autorizaron los cursos superiores y así, en 1967 se tuvo la primera promoción.
Pasaron casi 30 años antes de tomar posesión de unos terrenos donados para erigir una escuela en el loteo del Barrio San Antonio, en donde se levantaron ocho aulas, y el techado parabólico, que lo fue con lo producido con una rifa cuyos premios donara la Editorial Estrada.
Aquella sociedad de los sesenta en Tristán Suárez, nos da en el tiempo una lección de comunidad, de asumir responsabilidades desde el llano y desde lo empresarial, de trabajo compartido. Como la Escuela Canale carecía de cortinados, la otrora fábrica Amat donó una pieza de tela que las madres trabajaron y en 48 horas, se inauguró la secundaria con cortinas nuevas, y una no retenida emoción y justo orgullo.
No hubiese sido justo incluir algunos nombres en esta nota, porque sólo hubiera podido mencionar a los emergentes. La obra la realizó la comunidad, y la grandeza de los pueblos se refleja justamente cuando a las obras, como sostuviera Atahualpa Yupanqui, el pueblo las hace suyas. Así nació el Instituto Cultural Tristán Suárez, un cinco de mayo de 1963.
Juan Carlos Ramirez Leiva.
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