La entrada databa de cuando la hacienda en pie viajaba en vagones jaulas, por eso había corrales en lo que hoy es el Parque Central de Ezeiza. Entonces se olía a bosta, hoy se huelen otras hierbas procesadas por humanos. Y por que las vacas eran gordas y muchas, la puerta era grande, era una tranquera. Ahí nomás los molinetes permitían el paso de la gente y un piso enrejado con vías impedía pasar las pezuñas del ganado que anduviera con ganas de escaparse.
Lo que durante mucho tiempo se viviera como un camino de las cabras tenia su entrada puntiaguda por la tranquera del campo del ferrocarril, cuando la calle Lavalle desembocaba en República. Decimos puntiaguda porque las piedras que lo adoquinaban eran de las que se ponen entre los rieles que sujetan las vías y pinchaban las suelas de los calzados de lo lindo. Con una mano en el corazón: ¿quién no compró terreno en ese sendero?. Siempre fue comodísimo en su incomodidad para acceder a la estación de trenes de Ezeiza. A fuer de carpido por tanto paso de gente, se disolvía en barro cuando llovía, entonces, más o menos felices, patinábamos. La primer curva era a la altura de la morera (hoy la pobre es un banquito) y la segunda rectita final la tomábamos a la derecha, a la altura del ombú, que hoy esta duplicado.
Hoy República es Presidente Perón, para dar el gusto de desorientar a los empleados que entregan correspondencia. Hasta la altura de las casas han cambiado. Al camino trillado por los viajeros rumbo al tren, el pasado 8 de diciembre, lo bautizaron sin ser bebé y le pusieron de nombre Pasaje de la Virgen, bendiciendo la voluntad de los vecinos que siempre lo incluyen en su itinerario para llegar a la estación más rápido. No ha habido empresa privatizadora del ferrocarril que no haya querido domesticar a la vecindad, pero siempre han sido derrotadas: levantando la pata, reboleando el bolso, trastabillando, embarrándose, resbalándose, colgándose de los alambres, agarrándose como sea, haciendo sietes a las pilchas, los vecinos seguimos transitando por los huecos que abre la constancia de la costumbre: si no es un alambre cortado, es un hueco abierto… al progreso civilizado. Quieren enseñarnos como conducirnos pero no aprendemos. Ante tanto empeño, se

Por: Lic.Patricia Faure.