Fui convocado por la Fuerza Aérea de grande, tenía casi
cuarenta, ya había hecho el servicio militar hacía años. Me llamaron por mi
especialidad en comunicaciones, soy radarista. Vivía en Ezeiza cuando me llegó
la citación por telegrama, me ponían nuevamente bajo bandera y no se podía
rechazar, así que quede a disposición. Tuve que presentarme en Merlo, en la Base
Aérea Militar de Vigilancia y Control del Aeroespacio (Grupo Vycea), antes del
2 de abril; allí se me informó que estaba destinado a Malvinas.
Viajamos el día dos en un avión que salió de aeroparque a
Comodoro (Rivadavia), desde allí a Puerto Deseado, y finalmente llegamos a
Malvinas el tres de abril. Llegue con mi equipo de radio, la ropa para
protección del frío, y los elementos que me dio la Fuerza Aérea. Preparamos los
radares móviles y la red de anticipados; yo fui operador de radio civil, tenía
ropa verde de fajina y un arma pero jamás disparé un tiro en Malvinas porque no
me tocó.
Fui destinado a los aviones Hércules C-130 y realice
varios viajes al continente, volando a alturas normales. Todo fue muy lindo
hasta el primero de mayo, cuando llegó el primer bombardeo y destruyeron la
pista de aterrizaje, la que se tuvo que volver a construir.
En el Hércules, yo hacía el radar pero casi no podíamos
prender la radio (para que no nos ubicaran). Salíamos de madrugada desde Puerto
Deseado y volábamos a cuatro o cinco metros sobre el mar cuando no estaba muy
picado; las olas pegaban en la panza del avión. Volábamos casi “ciegos”, apenas
un pantallazo en el radar; recién encendíamos la radio minutos antes de
aterrizar en Puerto Argentino y ya sobre la pista los encargados tiraban los
bultos que transportábamos.
Lo que más me impacto fue cuando regresábamos con tantos
chicos jóvenes mutilados, heridos, chicos que estaban haciendo el servicio
militar, oficiales y suboficiales, personal civil. Me impactó mucho y todavía
lo tengo en mis retinas.
El último día, a la una de la mañana estaba el avión
carreteando en Comodoro (Rivadavia) cuando le ordenan al piloto que aborte el
despegue. Ahí fue cuando nos enteramos que se había firmado el cese del fuego.
Nosotros regresábamos a la isla para traer a los heridos y llevar repuestos y
plasma. En uno de los viajes “bajaron” al “Hércules 63”, rematándolo cuando
estaba casi sobre el agua, allí murieron sus siete tripulantes. Nosotros
veníamos diez minutos por detrás. Salíamos de la isla y hasta que llegábamos al
continente íbamos rezando.
Cuando finalizó la guerra regresamos por la puerta de
servicio. Yo llegue como a las tres o cuatro de la mañana a mi casa desde El
palomar, que ni sabía en dónde quedaba; y pagándome mi propio pasaje, vestido
de verde y mochila al hombro. Vivía en Ezeiza, a cinco cuadras de la estación,
cuando entre a casa mi nene se despertó y lloró; al otro día me fui con un
cochecito que tenía a visitar a mis padres, tras encargarle a mi esposa que los
pusiera sobre aviso. Mi papá murió antes de un año de un ataque al corazón, aún
sostengo que fue a raíz de lo que me pasó.
Mis amigos se borraron
de mi casa, incluso los del Radio Club de Ezeiza, del cual fui fundador. Nadie
fue a ver si estaba vivo, si mi familia necesitaba algo, salvo los del club de Leones y del Rotary.Juan Carlos Ramirez Leiva
Nota dada en la ES 14 (hoy ES16), frente a los estudiantes de tercer año
ResponderEliminarQue testimonio, terrible lo que tuvieron que afrontar..El desprecio de ciertos sectores...Un gran abrazo al heroe civil ezeicense!!
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